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La noche del demonio

 
Escritos de guardia

Se jubila la de interconsulta. Hablá con Sonsoles. Es ahora o nunca, una brecha de espacio tiempo que no va a volver a repetirse. No quiere meter a nadie más en ese equipo, andá y peleale el cargo.

 

La que envía el mensaje es Leia, mi amiga de Consultorios Externos. La única capaz de leer la Matrix hospitalaria: si ella lo dice, es información verdadera. No habrá más oportunidades como esta para salir de la guardia. El único problema es que esa salida es Sonsoles, una especie de madre de los demonios que despide azufre en la mirada.

Meses de debate interno y sufrimiento emocional llevaron a decidirme: me voy con todos los costos y peros del mundo. Así que no hay otra que enfrentar a Daemonia. Me meto un crucifijo en el bolsillo de la chaqueta, una foto del papa Francisco en el otro y un par de ajos por si todo lo demás falla.

La puerta del consultorio está abierta. Me asomo y veo a Sonsoles murmurando en alguna lengua ancestral, con un fajo de recetas en la mano derecha. Con la izquierda está buscando algo en el celular y los lentes, pegados a la pantalla, parecen tener vida propia.

Todo a su alrededor es un reflejo del caos: el corcho pegado en la pared pronto va a caerse por la cantidad de planillas, diagramas y notas pinchadas, el escritorio acumula pilas de informes y carpetas, más cerca de la puerta se van armando torres de CC. VV. de los concursos que están apareciendo y cajas con más papeles. Todo contribuye al desorden del universo.

El mito urbano es que cualquier negociación con Sonsoles depende exclusivamente del estado de su pelo: si se lo plancha, el formol le penetra y le relaja el sensorio. Si lo tiene crespo, el frizz le bloquea la empatía y su sensibilidad desciende a nivel inframundo.

Antes de entrar, observo: frizz. Decido ir por la mínima.

-Sonsoles…necesitaría hablar un minuto con vos- digo con la voz más dulce que tengo en gatera.

La mujer no me escucha y sigue con las murmuraciones en sánscrito, los papeles en la mano, la vista sobre la pantalla del celular. Noto con creciente preocupación que la estática le va dando vida propia al pelo que se eleva cada vez más hacia el techo.

-Sonsoles…

Entonces sí, levanta la cabeza de golpe. Tiene los ojos desorbitados, sanguíneos. La boca entreabierta, jadea. Como un perro endemoniado.

Se me queda atragantada la cosa que le iba a decir porque sólo pienso en mi muerte inmediata.

-Sí, qué querés- me dice.

Pensamiento uno: quiero vivir. Pensamiento dos: quiero irme.

-Necesitaría hablar con vos, sobre el concurso de interconsulta- repito.

-El cargo era de interconsulta, no sé si va a ir para ese equipo- aclara ella.

Recuerdo el mensaje de mi amiga, compruebo que efectivamente, es el Morfeo de la matriz.

Avanzo desde la puerta hacia la mismísima cueva del infierno, llego hasta la silla del escritorio. Sonsoles deja todo y me estudia desde arriba de los lentes. O sea: cuatro ojos me observan.

-¿Vos querés dejar la guardia, no?- dice, casi en un tono humano que me sorprende.

-Sí, es la idea, por eso quería charlarlo- digo mientras me siento despacio en el borde de la silla. Algunos bordes son buenos si una desea rajar a tiempo.

Sonsoles respira y gira la cabeza (no toda, como en “El exorcista”) y hace crujir los huesos del cuello. Ese “crac” la tranquiliza, como cuando el demonio toma el cuerpo de Linda Blair (ahí sí, sería como en “El exorcista”) y se sube los lentes al pelo absolutamente frizado.

-Bueno, decime.

Ahora yo soy la que toma aire, despacio. Trato de positivizar cada célula de mi cuerpo para que le baje el sensorio, el demonio se le tranquilice y no me escupa verde.

-Es cierto lo que decís, quiero dejar la guardia, son muchos años y tengo una hija chiquita. Es una decisión familiar. Y como justo se libera el cargo de psicología en interconsulta quería saber hacia dónde está orientado el concurso. Para saber si me presento o no.

Sonsoles se acomoda en el asiento de su silla y un leve, levísimo tic le tuerce la boca. Dato dos: cuando aparecen los tics, algo se está descompensando adentro.

-Mirá, la verdad es que ese cargo yo lo quiero para consultorios externos. Hay mucha gente en interconsulta.

Alabados sean los tics, que develan el proceso de pensamiento del demonio.

-En realidad, no. Porque también se jubila Sandra que es una de las referentes de oncología y Neo. O sea, tendrías dos profesionales menos.

Sonsoles se queda tecleando. Sabe que tengo razón, no le conviene. Más tics en camino y contando.

-Bueno, es cierto que vos tenés el perfil de interconsulta- razona.

-Claro.

-Pero esperemos a ver quiénes se anotan. Si vos ganás, te dejo en interconsulta. Si gana otro, veré para dónde va.

-Listo. Eso sólo quería saber.

Me quedo un segundo. Hay algo más, aunque no estoy segura de plantearlo en este momento. Nada que hacer, me gana la ansiedad.

-Y además quería preguntarte por el día libre- tiro.

La cabeza de Sonsoles empieza a retorcerse, casi que pide salirse de la órbita nucal. La respiración se acelera y las manos se le arquean sobre las uñas que ahora son más bien garras sobre el escritorio.

Sí, voy a morir vomitada por el verde de su escupida infernal. O quizás me tajee la garganta con las uñas.

-A los nuevos que entran no les estoy permitiendo día libre- dice entre dientes.

-Lo entiendo, pero yo no soy una psicóloga recién salida de la residencia. Tengo diecisiete años acá adentro- subo la apuesta, mientras invoco a la Santa Trinidad del Congo para que me proteja.

-Interconsulta tiene que ser un continuo. Si hay un día que no venís, es un día que todo queda colgado- redobla.

-¿Más que ahora? No quisiera hablar del equipo de interconsulta…

La adrenalina me sacude el cuerpo: le mostré el ajo, el crucifijo y ahora le tiré el agua bendita al ojo. El demonio resuella, sabe que no tiene mucha salida. Pero todavía tiene un resto de autocontrol.

-Vayamos viendo, Laura. Por ahora, es un sí.

-Necesito que me lo confirmes.

-Es que vos tenés que entender que no quiero levantar suspicacias entre los colegas ¿entendés? ¿Por qué yo te daría un día libre a vos y al resto del equipo no? Los de interconsulta no tienen día libre.

Ajá, viejo truco del diablo: jugarla de bueno y justo. A mal puerto fuiste por agua.

Si el resto del equipo no lo pidió, no es mi problema.

-Primero ganá el cargo. Si lo ganás, es un sí.

-Dalo por hecho.

Santa interconsulta: allá voy, tómame en tus manos, me entrego a ti.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2019

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