La Salita Naranja o desobedecerás la Ley (448) | Topía

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Titulo

La Salita Naranja o desobedecerás la Ley (448)

 
Escritos de Guardia

Génesis

Cuando todo era nada, era nada el Principio

Él era el Principio y de la noche hizo luz

y fue el cielo y esto que está aquí.

Mientras construían el loquero del fondo, en el cuarto piso del pabellón más alejado del hospital, Néstor el psiquiatra, pidió una sala de contención en la guardia.

Constructor: ¿Dónde la hacemos, jefe?

Néstor: El kiosco de los bomberos ya no funciona y podría utilizarse.

Entonces, tuvimos la sala de contención.

Constructor: ¿Y jefe? ¿Qué le parece?

Néstor: ¿Y la puerta de salida?

Constructor: Acá está.

Néstor: No, la otra puerta de salida. Hay una interna y otra que da al exterior.

Constructor: Pero usted no me dijo.

Néstor: Bueno, ahora le digo.

Entonces hicieron las dos puertas.

Constructor: ¿Ahora sí, jefe?

Néstor: En realidad las puertas tienen que poder trabarse desde adentro para que el paciente no se escape y hay que colocar un botón antipánico por si uno quiere salir.

Constructor: ¿Por si se queda atrapado con el loco?

Néstor: El paciente psiquiátrico.

Entonces hicieron la salita, con las dos puertas, con picaporte pomo que trabe desde adentro.

Constructor: Creo que ahora está, jefe.

Néstor: ¿Y el botón antipánico?

Constructor: Ah, eso no sé. Yo hago pared y puerta, nomás.

Al tanto de las deficiencias, el Jefe de Urgencias, consiguió el famoso botón. Y un jueves de junio, nos llamó a Néstor, Cristina y a quien suscribe, a conocer la salita. Abre la puerta y... fue como estar adentro de una gaseosa Fanta.

-¿Qué tal? Ya tienen salita. Camilla, dos sillas, el botón antipánico y miren -cerró la puerta con todos nosotros adentro. Y no abrió- ¿Ven que funciona? Pero siempre tengan con ustedes la llave, sino...

-Por eso pedí el botón- señala Néstor.

En eso se asoma el Constructor.

-¿Y? ¿Qué tal jefe? ¿Le gusta?

Me adelanto con una pregunta que inquietaba a los presentes. O a mí, al menos.

-Sí, todo bien. Pero ¿por qué pintaron de naranja?

El Constructor se asombra.

-¿Había que pintarla de otro color?- larga.

-Es que es muy naranja.

-A mí no me dijeron nada del color. Lo pintamos naranja porque me sobró de la pared que hicimos afuera.

No sé por qué, toco la pared. No era durlock, pero era suave y fácilmente rompible.

-¿Y el acolchado?- pregunto.

-Está. Es de goma eva- responde triunfante el Jefe de Urgencias.

Y entonces tuvimos salita de contención acolchada con goma eva, con dos puertas que no abrían desde adentro, una camilla, dos sillas, un botón antipánico. Y de color naranja.

Apocalipsis

Este es el final, es el Apocalipsis, no puedo hablar, apenas si puedo decir lo que veo.

Aquí no termina... ¡Aquí empieza!

Luego de la creación, Néstor tuvo su descanso y dejó un reemplazo a cargo de la psiquiatría del lugar.

Y porque el Hombre desobedeció la Ley, tuvo las consecuencias de sus actos.

-Paciente del interior. La trae la abuela. No quiere salir, se corta, escucha voces. Yo la dejaría.

-¿Cuántos años tiene?

-Dieciséis.

-Olvidate. La circular dice que la internación psiquiátrica es hasta doce años, no social, no drogadicto.

-¿La ves igual?

Cuando entro, me espera sentada una versión de Helena Bonham Carter: grandota, vestida de negro, con una mochila del mismo color llena de pins manga/animé. Un mechón lacio que le tapa la mitad de la cara y el prominente cuello atravesado con un collar metálico.

Cierro la puerta tras de mí. Me siento en la camilla con las piernas cruzadas. La piba me mira con un solo ojo lunático.

-¿Me vas a medicar? Porque yo no estoy loca- empieza.

Después de cuarenta minutos de escuchar que vivir en un pueblo es la peor tragedia de su vida, que nadie la entiende, que escucha voces, la gente la mira mal y la envidia además de que “sabe” lo que piensan de ella, decido llamar al psiquiatra. Decido y giro el pomo del picaporte. Claro la puerta no abre desde adentro así el paciente no puede escaparse.

Meto las manos en el bolsillo: sello, celular, lapicera. Llave, llave, llave. No hay llave. Estoy encerrada con Helena Bonham Carter en fase paranoica.

-¿Nos quedamos encerradas, no?- pregunta la piba.

Por favor, no saques ninguna gillette. Rezo, como nunca en mi vida. Perdón señor, por levantar este monumento pagano de herejía. Si salgo de acá, lo mando a pintar de blanco.

-Sí, pero no te preocupes- le tiro.

¿¡Qué respuesta es esa?! ¡Sí, preocupate porque nos vamos a quedar acá encerradas horas!

Entonces, veo el botón antipánico. Y respiro. Toco una vez y respiro. Escucho que Helena no respira: hiperventila.

-¿Estás bien? Ya nos vienen a abrir.

Pero no viene nadie. Toco de nuevo. Nada a la una. Nada a las dos. Nada a las tres. Dios no me escucha, por qué me has abandonado Señor.

Helena se toma el pecho.

-Me siento mal- dice.

No saques la gillette. No tengas una convulsión. No me hagas un ataque, esperá a que funcione el botón de pánico que para eso está, para no tener ataques.

Helena se para y va hacia la puerta. Empieza a golpear. Y a gritar. Y yo le digo que se calme.

Y Dios me manda una iluminación: el celular. Veo la pantalla, muerta. Dios me manda la luz pero no me manda señal.

Buenas y malas son, cosas que vivo hoy, no es ésta tierra, no sueño color azul ¿no es quizás que no se mirar? ¿Cuánto, cuánto hay a mi alrededor? Más de lo que mis ojos pueden mirar y llegar a ver estas son razones que dicen que: sólo sé que voy a morir encerrada con Helena Bonham Carter en la salita naranja.

Helena golpea cada vez más fuerte. Apoya una mano sobre el ojo de pez de la puerta. Hiperventila como una descosida. Me acerco, me agarra la mano tan fuerte que creo que se va a quebrar.

-Aflojá. Aflojá- le digo.

Y entonces sí, alguien desde afuera manotea el picaporte. La puerta se abre de golpe y Helena sale disparada. Yo me quedo un poco más, mirando quién es nuestro Salvador. El petiso de Admisión y Egresos que tiene la oficina enfrente nos acaba de rescatar. Grita a una montaña y pídele que se eche al mar si crees lo que dices seguro que se hará, que se hará, se hará, sí sí se hará, se hará…

Lo abrazo. El petiso no entiende nada. Entonces aparece el psiquiatra.

-   ¿No escuchaste el botón antipánico?- le casi grito. Helena está tirada sobre una silla más atrás.

-No- dice y me mira el estado de locura mística en el que estoy- En el office no se escucha nada.

-¿Y para qué me sirve un botón que suena acá nomás? ¡Me podría haber muerto! Dios, ya empezó el final...

El psiquiatra escucha. Y se pronuncia:

-Pasará un poco de tiempo y ya no me perderás, otra vez pasará el tiempo y a verme volverás. Vox Dei, tengo el disco.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2014