Sofía acude a una primera entrevista. Luego de unos minutos aclara que ya hizo terapia algún tiempo atrás, pero que no notó cambios. A la pregunta por la duración del anterior tratamiento responde sin titubear: cuatro sesiones.
¿Qué decimos cuando decimos tiempo? ¿Cómo definimos los términos rápido o lento? ¿De qué manera se entrecruzan en cada uno de nosotros el tiempo objetivo, el de los relojes, con el tiempo subjetivo, esa otra medición que nos habita?
Seguramente todos hemos tenido fuertes discordancias al respecto. Un film que nos aburre se nos hace muy largo, en tanto otro que nos interesa o conmueve finaliza antes de lo que quisiéramos
Aún más: ¿es el tiempo de los relojes, acaso, un tiempo “objetivo”? Podríamos decir que sí, siempre y cuando consideremos a esta noción como consenso y matriz simbólica propios de una determinada sociedad y no de todas. El tiempo es objetivo en tanto convención necesaria sin la cual no podríamos cohabitar nuestra época.
Otras culturas, sin embargo, poseen modos diferentes de medición del tiempo, no menos “objetivos”, para sus habitantes. Veamos este ejemplo literario:
“Las distancias en Groenlandia del Norte se miden en sinik, en “sueños”. Sinik es un concepto dentro del tiempo espacial que describe la unión entre el espacio, el movimiento y el tiempo, obvio para los esquimales, pero imposible de ser recogido por ninguna lengua europea común.”
Pero no es necesario ir tan lejos. Nuestra época ha modificado de modo sustancial las nociones de tiempo y espacio respecto de épocas anteriores bastante cercanas a la actual. Los tiempos se han acelerado de modo vertiginoso, en tanto el espacio virtual imprime una proximidad espacial y una inmediatez temporal que nos sumergen en un mundo nuevo. Todo lo cual posee efectos sobre la producción de las subjetividades, así como sobre los vínculos y el lazo social general.
¿Qué decir hoy de esas semanas que se hacían a menudo eternas cuando la carta del amado demoraba más de la cuenta, instaurando un tiempo interminable a raíz de una lejanía espacial sin remedio? ¿Qué decir hoy, cuando el otro deseado está apenas a un click de distancia, sin importar su localización en el mundo “real”?
Y, desde ya: ¿cómo nos afectan estas diferencias en nuestra clínica? Frente al axioma dominante del fast-life, muchos analistas se preguntan de qué modo ejercer una tarea elaborativa y de subjetivación cuando la misma a menudo va en contra del actual espíritu de los tiempos, estos tiempos de velocidad y acción inmediata.
No obstante, por esta vez al menos, no nos apresuremos. Vayamos a la noción de temporalidad y a su instauración como parte esencial de la construcción subjetiva.
El tiempo está presente desde el momento mismo del nacimiento. En principio, claro, como el tiempo de los otros, quienes a través de los ritmos inaugurales, las rutinas de crianza, las alternancias entre presencia y ausencia, habrán de ir proponiendo las primerísimas escansiones que demarcan una temporalización de las vivencias de satisfacción del recién nacido.
Tiempo y espacio constituyen matrices fundamentales, moduladas por las significaciones imaginarias y simbólicas de la época
Las alternancias entre presencia y ausencia generan en sus reiteraciones ciertos ritmos, pulsaciones, continuidades y discontinuidades. Así, día a día, se va instalando el plazo, el intervalo, es decir, la suspensión de la descarga. En el juego desaparición/retorno la armonía rítmica va promoviendo la capacidad de soportar el diferimiento en función de una promesa de satisfacción. Entonces, la pura cantidad se va trasmutando en cualidad y el principio de placer comienza a imprimir una nueva lógica al psiquismo en ciernes. El tiempo comienza a esbozarse allí. Y anuncia la posterior capacidad de simbolización de la cual es precondición central.
De modo que la temporalidad, aspecto central de la construcción de la subjetividad, se encuentra desde el primer día marcada por los encuentros con los otros, quienes responden desde sus propias dimensiones pulsionales, inconscientes, narcisistas y edípicas.
El acompasamiento entre los ritmos del infans y los tiempos de los adultos forma parte esencial de la situación de encuentro y de la misma constitución psíquica. Muchas situaciones de aquéllas que son categorizadas sin más como disritmias, podrían ser pensadas a la luz de fallas en las experiencias tempranas de armonización en los encuentros primordiales.
De igual modo, un tempo adecuado en los mismos posibilita la ligazón y un proceso complejizador que podrá más adelante abrir a lo transicional, espacio de lo potencial y de lo intermediario, posibilitando la sustitución y la capacidad metaforizante. La empatía, dimensión fundamental de los encuentros, implica también el respeto por el ritmo del niño.
En síntesis, la temporalidad se instaura y habrá de funcionar a lo largo de la vida en estrecha relación con los vínculos. Pero también con lo sociohistórico: cada cultura es una determinada experiencia del tiempo; tal como hemos visto a través del ejemplo anterior, la percepción y medición del tiempo son culturales.
Es que tiempo y espacio constituyen matrices fundamentales, moduladas por las significaciones imaginarias y simbólicas de la época. El infans adviene a un mundo atravesado por la noción social de tiempo, que se enhebra con los registros temporales de los otros primordiales.
En la actualidad vivimos una época donde la temporalidad es vertiginosa. Ritmo indetenible en que las mismas categorías de tiempo y espacio se han modificado sustancialmente bajo el imperio de la inmediatez de lo virtual, y donde tanto los vínculos como el lazo social acompañan en sus transformaciones modalidades novedosas en la producción de subjetividad. Bajo la cultura de lo instantáneo, el tiempo se conjuga en presente; un presente efímero bajo el cual se diluye el peso del pasado y del futuro.
Son tiempos de fugacidad en que lo que se consume se descarta, época bulímica cuyos efectos se hacen oír en nuestra clínica
Son tiempos de fugacidad en que lo que se consume se descarta, época bulímica cuyos efectos se hacen oír en nuestra clínica.
Flor y Santi solicitan entrevistas de pareja ya que la convivencia se les ha tornado casi insoportable. Luego de salir durante dos meses, comenzaron a vivir juntos y al tiempo Flor quedó embarazada. Nació Bárbara, que ahora tiene cinco meses. Pero ellos pelean por cualquier cosa y todo el tiempo, ya no es como en los primeros tiempos en que se adoraban y parecían uno. Por eso, están pensando en separarse, porque ya no se aguantan. Y entonces consultan, para que los ayuden a definir. Interrumpen a la tercera entrevista, ya que tampoco la terapia les brinda la solución.
Por lo demás, la aceleración temporal provoca mutaciones que distancian a las generaciones, produciendo subjetividades tan heterogéneas como las de habitantes de universos diferentes. La familia, pilar de la modernidad, cede su lugar a las redes sociales y a los medios como agentes de socialización. La transmisión generacional se recicla al ritmo de los tiempos.
La familia, pilar de la modernidad, cede su lugar a las redes sociales y a los medios como agentes de socialización
Como es evidente, la clínica no puede permanecer ajena a tamañas transformaciones. Lejos del predomino de las neurosis clásicas, nos encontramos hoy con un abanico psicopatológico congruente con los cambios socioculturales. También en lo que refiere a la dimensión temporal.
La demanda actual se caracteriza por las problemáticas de borde o fronterizas. Características de estas modalidades son la impulsividad, la descarga inmediata a través de la acción, sea ésta explosiva o implosiva. El tiempo es vértigo e inminencia y en la acción instantánea la respuesta antecede a la pregunta. No hay intervalo ni espera. La ejecución se anticipa a la representación.
Nos referimos aquí a una temporalidad arcaica, propia de lo pulsional. Paradoja en que la imposibilidad de la espera, la urgencia de la actualización dan cuenta no obstante de un tiempo coagulado. Es el tiempo propio de la compulsión a la repetición. André Green se refiere a esta índole de aparición del tiempo como un asesinato del tiempo, un anti tiempo.
Llegados a este punto, debemos preguntarnos nuevamente de qué hablamos cuando decimos tiempo. Desde la subjetividad no existe un tiempo único, sino tiempos heterogéneos. Uno de ellos es el tiempo de la pulsión, urgente, que no admite dilación y que descarga sin espera según la imperatividad del Ello. A la vez hay otra temporalidad: la del inconsciente, del que decimos que es atemporal. No es la del Ello, tampoco la de la conciencia, ni la de los relojes. Representa la temporalidad del deseo inconsciente, que insiste sin desfallecer pese al paso del tiempo. Y, desde ya, el tiempo cronológico, el de los procesos secundarios que rige buena parte de nuestra vida en sociedad.
Los diferentes modos de temporalizar la existencia interjuegan en cada uno de nosotros dinámicamente y son congruentes con los modos socioculturales de simbolizar el transcurrir.
Como es evidente, los analistas estamos atravesados, al igual que los pacientes, por las coordenadas de época. Entre ellas, las referidas al tiempo, fuertemente marcado por las transformaciones sociales y subjetivas.
Hoy día las demandas responden con frecuencia a la temporalidad de la pulsión que busca descarga inmediata
¿Cómo dar cuenta de los alcances de dichas mutaciones en la práctica psicoanalítica? ¿Es posible sostener conceptualizaciones válidas para ciertas configuraciones subjetivas cuando los sujetos no son los mismos, ni sus problemáticas coinciden con las de épocas anteriores?
En cuanto al tiempo, nos encontramos frecuentemente con un desencuentro entre los requerimientos elaborativos de los procesos psíquicos y las demandas cada vez más frecuentes, avaladas a la vez por el actual imaginario social, que aspiran a soluciones casi inmediatas. Se trata de una clínica de la urgencia, que responde tanto a situaciones de gravedad como a aquéllas que, si bien no remiten a situaciones de riesgo, se expresan a través de acciones desencadenadas, propias del Ello.
Es decir, hoy día las demandas responden con frecuencia a la temporalidad de la pulsión que busca descarga inmediata. Intervenir sin desoír estas demandas, propiciando a la vez espacios elaborativos tendientes a una complejización psíquica que incluya el aplazamiento de las descargas pulsionales es uno de los grandes desafíos de nuestra práctica actual.
Bibliografía
Green, A. (2001), El tiempo fragmentado, Buenos Aires, Amorrortu.
Hoeg, P. (1992), La señorita Smila y su especial percepción de la nieve.
Sternbach, S. (2007), “Organizaciones fronterizas y tramas intersubjetivas” en Lerner y Sternbach (comp.). Organizaciones fronterizas, fronteras del psicoanálisis, Buenos Aires, Lugar Editorial.
Sternbach, S. (2016), Tramas. Teoría, clínica y ficciones para un psicoanálisis contemporáneo, Buenos Aires, Letra Viva.