Voy a relatar etapas de la relación con Martín para presentar, como ejemplo, una relación en la cual la transferencia y la contratransferencia adquirieron una importancia central y determinante.
Se trata de un joven adulto de 27 años que conocí en Zurich, Suiza en mi consultorio.
Martín, no tiene trabajo. Es carpintero y según me cuenta muy hábil, cuando trabaja. En las construcciones le gusta hacer los tabiques y las armaduras de los techos. Pero ahora, como no tiene oportunidad de hacerlo, se ha sumergido en un clima de no interesarse por nada, todo le da igual... Fuma. Muchas veces por día no solo tabaco. Hace sus cigarrillos con mezclas de marihuana y tabaco... Duerme mucho. No se acuerda de los sueños...ni le importa lo que sueña. En realidad no le importa, ni le interesa nada. Sólo viene a verme por que lo mandaron. Había estado en una clínica pero ,a los pocos días lo mandaron a su casa. Las molestias como constipación, el estar demasiado gordo, los dolores de cabeza, tampoco parecen atañerle. Vive con sus padres y dos hermanas menores. Los padres tienen trabajo, ambos son enfermeros en un hospital.
Desde el principio me resulta difícil hablar con Martín, sólo me contesta con “sí” o “no”, pero nos separa una "muralla de algodón" que me irrita. Una vez le pregunté cómo podríamos hablar mejor y me propuso que quería caminar por mi consultorio. Primero no accedí, pero otra vez le dije que me gustaría ver como sería. Desde entonces Martín camina como un felino. Como un tigre va de izquierda a derecha...y de derecha a izquierda. Siento que está lleno de emociones, parece que estalla, pero que no expresa.
Cuando terminan las sesiones me siento cansado, pero al mismo tiempo le tengo rabia, cosa que en alguna forma no tiene cabida en nuestra relación. Tengo también la impresión de que no nos confiamos y que la imagen del felino, que podría huir o atacar , podría tener otro sentido que no alcanzo a introducir en las charlas. A todo lo que le propongo, por ejemplo: que viene obligado, que no puede tener confianza si ni siquiera sabe qué es una psicoterapia, etc., me contesta siempre como si estuviera de acuerdo con lo que yo pienso...pero nada más. Martín viene muy puntualmente. No se pierde una sesión. El que quisiera que él faltara soy yo... Le comunico también períodos de vacaciones u otras interrupciones, aumentando la cantidad de sesiones saltadas...Después me siento culpable, por haber mentido. A pesar de que Martín tiene 27 años, tengo la impresión de estar tratando con un niño. Uno que no aprendió a expresarse. Por lo general traigo yo el tema del que vamos a hablar. Martín obedece. Siento que lo estoy viciando con mis ideas, con mis temas y dedico tiempo para preguntarle si le sirve de algo lo que estamos haciendo y me contesta que la terapia es lo que está trabajando y que le gusta venir. Yo no le puedo creer. Sigo convencido de que algo está pasando entre nosotros, es muy extraño. Le propongo no venir a las sesiones tan “fumado”, porque las emociones que estamos buscando en la terapia parecen sumergidas en algo que no logramos alcanzar. Martín, obediente, decide dejar de fumar, tabaco y los otros ... A veces se sienta en las sesiones por un rato. Extrañamente para mí cuando él se levanta, no me molesta, al principio intenté interpretar el momento en el que tiene que reemprender sus "caminatas felinas". Siento que interpretar se vuelve cada vez mas engorroso...porque Martín me obedece. Está de acuerdo con todo lo que le digo y se esfuerza en poder darme la razón. Un día de invierno, se vuelve la cosa evidente: le digo sin pensar mucho que tengo frío y Martín me contesta que él también tiene frío. Lo miro y lo veo transpirando. Se lo hago notar. Y me contesta que vino corriendo. Le pregunto si siente frío y me contesta molesto que si yo quiero, hace frío, pero que no siente frío. Martín busca darme la razón porque se imagina que la relación conmigo tiene que ser así. Desde entonces, podemos hablar de esta situación entre nosotros, su idea de que tiene que obedecer a las autoridades, también a mí, que tiene que complacer y no discutir para quedar bien y para que yo y otros lo ayuden: "como un enfermero en el hospital". Hablo, hablamos de relaciones entre hombres, de cariño homosexual, pero Martín insiste en que él espera algo y que no le interesa como es la relación. La situación sigue siendo extraña. Martín sólo tiene confianza en que le recompense su obediencia, para que le vaya mejor, según él, no se puede desarrollar o cambiar. Después me obedecía contradiciendo, porque había descubierto que yo esperaba la discusión. Martín habla de sus ideas, de sus sensaciones, pero al mismo tiempo lo hace haciéndome ver que todo esto no tiene importancia, a nadie le interesa y a él mismo tampoco. Aparece el clima familiar en nuestra relación, donde todo parece sin interés. Para la cena se encuentra con sus familiares, a veces en la cantina. Se habla de la comida. Martín cuida recibir bastante pero igual siempre le dan mucho. En una oportunidad me cuenta cómo le gusta comer mucho porque eso lo notan los padres, pero no importa si le gusta o no. Sobre todo le tiene que ganar a las "mujeres". Ha transcurrido ya un año de terapia. Martín sigue sin trabajo. En una sesión me confiesa que no busca, porque teme y odia que lo rechacen. Aquí, el seguro de sesantía le paga por un año el setenta por ciento del sueldo. El dinero se lo gasta todo. Martín aparece viciado y abandonado al mismo tiempo. Una vez para una sesión me cuenta que me está haciendo un regalo. Cuenta que en el bosque hay mucha madera después de una tormenta y que está trabajando en algo. Efectivamente me talla una escultura; un enano haragán y burlón recostado en un sofá. Me gusta. A pesar de tener sesiones más agradables, sigue mi sensación profunda de que algo en mí quisiera evadir las sesiones. Coloco la escultura sobre una repisa en el consultorio donde se ve muy bien. Cuando Martín lo descubre, calla, camina y veo que reprime mucha rabia. Trato de preguntarle si le molesta que expuse su regalo. Martín no puede hablar...solo camina.. En las próximas sesiones entendí que le molesta que otra gente pueda ver lo que él me regaló. A pesar de que le aseguro que nadie se enteró de que él había sido el autor, sigue enojado y me hace notar que se siente traicionado, delatado. Hablamos de su temor de ser visto. Se me ocurre hacerle ver todo su desinterés, su falta de entusiasmo por todo como una cubierta para que nada sea visto, nadie se fije. Aún entonces sentía en mí el deseo de que Martín hubiera querido interrumpir la terapia. Entonces vinieron las noches en las que "Martín" no me dejaba dormir. Por lo general duermo muy bien. En mis sueños aparecían figuras siniestras, extrañas, que sólo podía espantar si me despertaba. En varias noches no lo relacioné con mi paciente, cuestioné lo que me estaba pasando. Recordé el sueño en el que aparecía Martín. Me traía un regalo...y el regalo se convertía en una fiera satánica, que hería y destruía... hasta que desperté. No me ocupé sólo de mi psicología, sino que confronté a Martín con el hecho de que no me contaba lo que hacía durante el día...que me faltaba el uso de sus fuerzas. Fue un camino intrincado, hasta que me enteré cómo Martín obligaba y se abusaba de sus hermanas intimidadas.
Me sentí obligado a ocuparme de las chicas de 17 y 15 años. Cada una está siendo vista por una colega.
Pedro Grosz
Psicoanalista
pgrosz [at] access.ch