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El anatomista (o cómo sobrevivir a los pases)

 
Escritos de guardia

Debo confesarlo: hace cerca de dos años que no voy al pase del miércoles para el jueves. No llego y además no me interesa. ¿Debería? La ley dice que sí. Mi cuerpo y mi cabeza, que tratan de mantener la cordura, dicen que no. Y al fin y al cabo lo que necesite saber está en el libro de guardia.

El pase demente se hace en la dirección. Algunos de mis compas sostienen que fue un lugar ganado. Yo digo que se gana lo que además puede generar una transformación. Acá, la única metamorfosis brillante sería la de Vizzolini mutando a Wolverine. Pero eso no va a suceder.

Casi todos llegan tarde, ninguno de los médicos nos quiere ahí (porque ahí están los jefes y una no es jefa, es psicóloga silvestre) y nosotros tampoco queremos estar ahí (porque son todos horribles).

A los pases de los viernes voy porque ya estoy en la inercia. Y mientras camino hacia la dirección rezo, ruego al Universo para no verlo.

No, no hablo de Vizzolini. Hablo de alguien comparable al Dr. Frankenstein pero sin estilo: el patólogo o, como decido llamarlo a partir de ahora: el Anatomista. Un señor de unos cincuenta años que utiliza el formol de sus muestras para seguir joven y que a las 8 de la mañana entra fresco como una lechuga, sonriente y te saluda con un tono de voz demasiado estridente para esa hora del día. De por sí, la gente demasiado contenta me irrita, pero éste me irrita más.

Suele llegar primero y abre todas las ventanas que dan a la calle y cierra las que dan al hall. Se sienta siempre en el mismo lugar y yo, no sé por qué, siempre termino sentada cerca de él.

Frente a una irregularidad del área de Salud Mental, su alegría se corre y aparece un ser violento que contiene su furia en el puño. Mira a la mesa de vidrio, se rigidiza y habla para sí un momento, luego te interpela como si fueras una sospechosa.

Digo, un tipo que se pasa el día con muestras humanas muertas ¿qué hace entre los vivos? Digo, elegiste estar entre infecciones, hongos, bacterias y análisis de líquidos post mórtem ¡quedate ahí! O andate a trabajar con el equipo tercermundista de CSI o pedí entrar en el programa de Mauro Z por C5N. No vengas a estorbar un momento que debe ser rápido, ágil y expeditivo, sobre todo para mí que deseo con todas mis fuerzas IRME A CASA.

CASO 1: Ojos de mapache

Hay una madre en la sala 3 que ayer dijo que sufría ataques de pánico. Sucedió cuando el 137 la llevó a hacer la denuncia contra su marido por violencia y no pudo terminarla. La verdad es que su bebé ya tiene el alta clínica, pero la gente de la sala quisiera dejarla internada hasta que pueda concluir la denuncia. Ahora está mejor, pero tiene los ojos todavía con hematomas graves, sanguinolentos...- cuenta mi compañera trabajadora social.

Escuchame una cosita...¿quién es el paciente?- tira el Anatomista.

La bebé de ocho meses, entró por neumonía.

¿Y está de alta?

Sí.

Bueno, acá no se tiene que discutir nada. Que se vaya y que termine el trámite cerca de su casa.

Es que tiene miedo de volver y hacer la denuncia, por el marido...

¿Y entonces nosotros que somos taaan buenos, la vamos a dejar acá hasta que se le pase el ataque? Esto es un hospital de niños, no de madres golpeadas.

CASO 2: El Munchausen es violencia física ¿capisce?

El Servicio de Violencia nos llamó ayer para avisarnos que en la sala 5 hay una madre con sospecha de Munchausen que quería irse. Al final, estuvo todo tranquilo, pero para que ustedes sepan- le dice mi compañero psiquiatra a la colega psicóloga del viernes.

Perdón...¿estamos dejando a esa mujer con el hijo?- salta el Anatomista.

Sí, están internados los dos.

¿Sin custodia?

Sí.

O sea que nosotros, como institución estamos dejando que esa madre le pegue al hijo.

No es violencia física, es sospecha de síndrome de Munchausen por poderes.

Por eso. Es violencia.

Síndrome de Munchausen implica maltrato por manipulación de muestras médicas, los chicos presentan síntomas físicos sin causa orgánica y no hay diagnóstico porque los síntomas son causados por la propia madre.

Igual se trata de una sospecha- interviene el Subdirector.

Sí.

Repito entonces: estamos dejando que esa madre le pegue a su hijo- insiste el Anatomista sin entender un pepino.

Bueno, disculpen, me tengo que ir- digo yo y me voy. De verdad. Me levanto y me las tomo.

Era eso o ejercer violencia física.

CASO 3: Mi nombre es Carlos

Habíamos visto a una chica trans de once años, Daniela. La madre la trae por ciertas razones, no viene al caso, pero la derivamos al equipo de Adolescencia que trabaja específicamente el tema. Da la justa casualidad que una de las trabajadoras sociales de ese equipo estaba en el pase. Jefa de Consultorios Externos, una señora con años transitados y que odia a los jefes y al Anatomista, tanto como yo.

Y esta clase de temas, le encantan al señor. Porque así opina un poco más.

Ahora yo hago una pregunta…- empieza.

Sí, decime.

¿Es “Daniela” como hay que anotarlo?

Anotarla, con a. Es una chica.

No, es un varón, biológicamente es un varón. ¿Cómo lo anotás en la historia clínica? Porque sería como anotar a otra persona.

La trabajadora social respira y expone:

Por si no lo saben, existe la ley de Identidad de Género que permite que las personas trans puedan cambiar su nombre en el documento por el de su elección y si este cambio no fue realizado, ser llamadas por el del género autopercibido.

Que no es el mismo que el biológico…- remarca la jefa de salud mental que se muere por participar en el grupo de Adolescencia y no la invitan.

El anatomista insiste:

Pero la historia clínica es un documento. ¿No sería ilegal?

Todos los dinosaurios asienten, es terrible atender un varón que se hace llamar Daniela o al revés, ponele que yo me quiero llamar Carlos, porque así lo siento, pero a vos no te parece entonces me decís Laura. La trabajadora social respira más fuerte, me mira y yo le hago un gesto negativo con la cabeza que trata de decirle: “no te gastes, no hay manera”. Pero si hay gente obstinada, esas son las trabajadoras sociales.

Es legal porque te estoy diciendo que hay una ley- le dice.

No, no eso ya lo sé…- intenta retomar el Anatomista.

Que habría que leer- refuerza la TS.

La jefa de salud mental que se sale de la vaina por contar todo lo que sabe del tema y quiere ser escuchada, larga un discursito de manual corporativo gubernamental:

La galletita de jengibre, así se le explica a los chicos hoy, acerca de los temas relacionados con la sexualidad, el amor y la elección o la orientación. Se muestra una galleta de jengibre y se marca que en los genitales está el sexo biológico con el que se nació, en el corazón la elección amorosa y en la cabeza la autopercepción que no siempre corresponde con el sexo biológico.

La trabajadora social se calla, yo trato de visualizar la ginger bread de las navidades yanquis que por acá no abundan especialmente y el resto de los dinos abren la boca como diciendo “ah, ésa era la galleta del asunto”.

Igual, hay que anotarlos con el nombre que dice el DNI. Si se hizo el cambio bien, sino también. Después veremos cómo quieren ser llamados- termina el vice director, arqueando su joroba más de la cuenta porque claramente el tema lo pone incómodo.

Con una joroba. Así voy a quedar yo si continúo en esta inercia. Por Dios, sacrifíquenme.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2018

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