Pensar Spinoza. Pensar su obra magna. Una ética demostrada según el orden geométrico. Sólo con tomar su título, esa frase larga que muchos editores decidieron sintetizar en un sólo significante “Ética”, ya podemos hablar, debatir, y soltar ríos de tinta en la problematización de lo que allí parece emerger. Ludwig Wittgenstein dijo una vez, quizá un poco en serio, un poco en broma, a pesar de su carácter hosco, que “si un hombre pudiera escribir un libro de ética que realmente fuera un libro de ética, este libro destruiría, como una explosión, todos los demás libros del mundo.” Pues bien, o Wittgenstein estaba equivocado en su sarcasmo especulativo, o la Ética de Spinoza no es ese libro. O quizá, por qué no, una tercera posibilidad: Wittgenstein tenía razón y no puede existir un libro preciso, exacto y detallado sobre la felicidad, sobre la mejor vida posible en un sentido estricto, a la vez que Spinoza nunca tuvo la intención de escribir un texto objetivo que cumpliera con dicha precisión. Tal posición me parece más concisa.
¿Qué es entonces esto que denomino cuerpo alien? Podría decir que se trata de una subversión, o más bien, de una postura que rompe una lanza en favor de la capacidad de los cuerpos de escapar, desde un punto de vista cualitativo, a aquello que la mente pretende definir de ellos
Por supuesto que cabe decirlo de primeras: no está en una incapacidad intelectual de Spinoza el no haber aspirado a tal misión. Basta con leer alguna de sus obras para tener un ejemplo de una persona brillante, adelantada cientos de años a su tiempo, de una reflexión lúcida y viva. El hecho de que hayan sucedido más de trescientos años desde la publicación de la Ética, y que de ella continúen surgiendo nuevas y creativas formas de interpretarla, ya nos afirma dos cosas: la primera, que se trata de una obra magna, de un valor incalculable para toda la humanidad. La segunda, que entenderlo como un libro que sólo se presta para una única interpretación, una verdadera, un texto que haría, siguiendo a Wittgenstein, que todos los demás escritos volaran por los aires, puede al menos ser puesta en duda. Spinoza, lo afirmo, comprendía que hay algo en eso que llamamos “realidad” que escapa a la descripción precisa.
De hecho, considero que Spinoza no intenta una exposición que dé cuenta sobre todo lo real posible, sino que más bien se concentra (lo resaltará en distintas cartas enviadas a algunos de sus lectores) en crear una filosofía de tintes epicúreos; una filosofía práctica que aspire a ser un bálsamo medicinal frente a la esclavitud de las personas en relación a las circunstancias de la vida cotidiana. Citando de pasada a Lacan, podemos decir que al igual que el psicoanálisis, la filosofía de Spinoza atañe a la ortodoxia (opinión verdadera) y no a la excelencia (areté) epistemológica (camino que, ya en el Menón de Platón, Sócrates tilda de imposible). El proceso para dar cuenta al respecto, lo sabemos quienes nos hayamos adentrado en las profundidades de su obra, es, sin embargo, laborioso y complejo. El mismo Spinoza cierra la Ética dándonos la razón: “todo lo excelso es tan difícil como raro”. Pero no por ello desistimos de revisar y releer sus definiciones, axiomas y argumentos.
Digo, entonces, que la misión spinoziana con la Ética (y expresando así la visión de muchos de sus lectores y especialistas) es la de alcanzar una ciencia que dé cuenta de lo que es en la eternidad, pero cuya comprensión pueda ser dilucidada, de alguna forma, desde la duración. Pues bien, frente a esto, me permito hacerme a un lado de tantos autores que ven en Spinoza una filosofía milimétricamente perfecta; visión que, por cierto, el mismo Spinoza no da lugar. ¿Pero dónde está el quid de esta cuestión? Justamente, en una de las modalidades de esos atributos mencionados antes: el cuerpo.
Partimos de un obstáculo casi universal al abordar este punto. A veces, cuando me encuentro charlando sobre la filosofía de Spinoza con algún colega o amigo, suelo repetir una frase que, aunque no recuerdo quién la dijo o si precisamente la expresó así, da en la diana con la que considero es la principal dificultad para mantenerse en una cosmovisión spinoziana: todos somos cartesianos de nacimiento. He allí que la influencia universal del filósofo de la glándula pineal sea una dificultad para lograr dar con ese paradigma iluminador que es el de considerar al pensamiento y la extensión no como sustancias, sino como expresiones de la que realmente es la única sustancia, infinita e inmanente. O, dicho de otro modo, no tenemos en cuenta que en Descartes (pero también en algunas interpretaciones de Spinoza) el alma parece estar por encima del cuerpo, tanto en sus posibilidades como en sus propiedades.
¿Qué es entonces esto que denomino cuerpo alien? Podría decir que se trata de una subversión, o más bien, de una postura que rompe una lanza en favor de la capacidad de los cuerpos de escapar, desde un punto de vista cualitativo, a aquello que la mente pretende definir de ellos. Por supuesto que, para cualquier lector atento de la Ética, esto parecería contradictorio. Bien sabemos que con su doctrina del llamado “paralelismo psico-físico”, Spinoza parece dar cuenta de que ambos atributos (pensamiento y extensión) son expresiones paralelas de una misma cosa: la sustancia. En efecto, no dudo que la mente pueda dar cuenta en el pensamiento sobre lo que el cuerpo hace. No obstante, aunque sean paralelos, no son, desde un punto de vista fenomenológico, exactamente iguales. He aquí que de lo que la mente puede dar cuenta, los pensamientos, nada tienen que ver con lo que un cuerpo puede dar cuenta: los afectos. Y ya desde el inicio de la primera parte, leemos que todo atributo es finito en su género, es decir, que un pensamiento sólo limita a otro pensamiento, y un cuerpo sólo limita a otro cuerpo.
En sí, citando nuevamente a Wittgenstein, al Wittgenstein que generalmente los filósofos gustan de dejar a un lado, lo que digo es simplemente que “de aquello de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. O, en mis palabras, de aquello sobre lo que un cuerpo sólo puede ser, sólo y en tanto que cuerpo, mejor es callarse si lo que se pretende es su definición o descripción precisa, exacta (e imposible).
A mi favor, podemos agregar que Spinoza nunca expresa claramente lo que podríamos llamar “verdad”. Se me dirá, con sentido, que la categoría de verdad sí está presente en la forma de las ideas adecuadas. Pero esto es fácilmente descartado ya que, en su graduación del conocimiento, Spinoza no dice que las ideas imaginativas son menos verdaderas que las racionales o incluso que la idea intuitiva. Para ello, cito a la filósofa italiana y especialista en spinozismo, Chiara Boticci: “la imaginación es la única causa de la falsedad, pero al mismo tiempo no es necesariamente falsa porque la imaginación se equivoca sólo en la medida en que considera como ideas adecuadas aquellas que, de hecho, no lo son. Spinoza nunca define por completo qué entiende por verdad.”
Quizá pueda sintetizar un poco esto de la siguiente forma. Más allá de su igualdad ontológica (que no pongo en duda), existe una diferencia epistemológica-gnoseológica entre el atributo de la extensión y el del pensamiento, diferencia que permite a este último por sus únicas y singulares características, construir el camino para una ciencia intuitiva. La contrapartida de esto, puede derivarse: la extensión excedería en su singularidad esta ciencia, y por ello, los modos que la constituyen quedan indeterminados parcialmente para el entendimiento, para su expresión, para lo que podemos decir de él.
Hay algo del cuerpo que sólo el cuerpo puede conocer, y cuyo paralelo en el pensamiento será siempre parcial. El cuerpo se resiste a la categorización de las ideas (adecuadas o no)
¿Qué queda entonces? Un resto. Algo que está más allá de la clarificación conceptual de la razón. Es decir, el pensamiento puede, desde el pensamiento y con sus cualidades específicas, referir a los cuerpos y sus relaciones. Pero hay algo que excede y que es propio de la extensión, de su forma de ser en la duración. Este resto, como diferencia entre lo que el pensamiento da cuenta de los cuerpos, y lo que los cuerpos son en tanto que cuerpos, es la diferencia que da pie a una indefinición sobre sus límites, sobre sus posibilidades. Spinoza mismo, dice: “En efecto, nadie ha determinado hasta aquí lo que puede un cuerpo, esto es, la experiencia no ha enseñado a nadie hasta aquí lo que el cuerpo, por las solas leyes de la Naturaleza en cuanto se la considera sólo como corpórea, puede obrar, y lo que no puede, sin ser determinado por el alma”. Lo que muchos consideran una sentencia desde lo que el mismo método geométrico puede dar cuenta sobre los cuerpos es, al mismo tiempo, el punto de fuga por el cual podemos pensar en la propia indeterminación en tanto que cuerpos. O dicho de otro modo (y junto con Platón), cualquier ciencia sólo es posible al aceptar su imposibilidad frente a la areté, a la excelencia del propio método de conocimiento.
Y esto da pie a lo que queda más allá de lo indefinible por el pensamiento. He aquí la quintaesencia de por qué Spinoza es coronado como el santo de las performances; y es que, la misma esencia de esta expresión artística se encuentra en que no hay algo concreto que tenga que ocurrir, o cuyo guión esté formulado de antemano. La performance sería justificada como el puro devenir de cuerpos sin una determinación propia del pensamiento.
Actualmente encontramos pensadores que, sin seguir estrictamente lo que Spinoza deja abierto en la Ética, llegaron a conclusiones similares al respecto. Cabría resaltar el caso del estadounidense Graham Harman y su Ontología Orientada a los Objetos (O. O. O.). Dentro de esta perspectiva se da la búsqueda conceptual que deja abierta la posibilidad sobre la realidad última de los objetos (entendido como “objeto” absolutamente todo: una mesa, un gato, el poema “ajedrez” de Borges, la idea de comunismo, una receta de cocina, cualquier cosa). Esta “ontología plana” intenta un acercamiento especulativo que se encuentre más allá de la idea misma del sujeto trascendental kantiano. Al final, los objetos “reales” se caracterizan por su indeterminación, por su imposibilidad de ser apresados por otros objetos que intentan asirlos. Toda narración que se aproxime a ellos los deja siempre un paso más atrás, ya que lo único que podría tomarse como esencial de un objeto, es su metafísica del ocultamiento. Dicho de otro modo, en Harman no hay posibilidad alguna de conocer realmente qué es un objeto. El autor dirá que la historia ha demostrado cómo frente a cualquier objeto realizamos siempre o una “demolición” (reducción a sus componentes primarios o mínimos) o un “sepultamiento” (subordinación de su realidad a acciones, acontecimientos, efectos, usos, etc.), o ambas cosas al mismo tiempo. Harman insiste en que, a pesar de cualquiera de estas acciones, el objeto real sigue ahí, oculto, indescifrable. Lo único que nos quedará, entonces, será lo que denomina experiencia vicaria: es decir, el encuentro entre las cualidades secundarias de un objeto que van en la búsqueda de las cualidades secundarias de otro. De ahí que la filosofía primera, para Harman, no sea la metafísica, ni la política, sino la estética.
Si trasladamos esto a los cuerpos, encontramos su equivalencia en Spinoza. Hay algo del cuerpo que sólo el cuerpo puede conocer, y cuyo paralelo en el pensamiento será siempre parcial. El cuerpo se resiste a la categorización de las ideas (adecuadas o no). De la misma forma que un cuerpo no piensa en su corporeidad, un pensamiento no experimenta un abrazo, ni un golpe, ni un beso, ni lo húmedo, ni el calor, etc. Podrá sí pensar la idea que representa la experiencia, pero nuevamente, desde un aspecto puramente fenomenológico, ya nos encontramos en otro lugar.
Pasemos, ya para terminar, a las consecuencias políticas que plantea esta posición. En épocas de “revolución de la alegría” y de un “amor que vence al odio”, no nos hemos cuestionado lo suficiente qué significa alegría, qué amor, y qué odio. O peor aún: lo hemos hecho en demasía. ¿Alguien se lo preguntó a un cuerpo? Poco importa, porque, de todas formas, no respondería. O no lo haría en definiciones, al menos. Con Spinoza, tenemos la posibilidad de pensar más allá de una visión moralizante. Dijo el filósofo: “no queremos algo porque sea bueno, sino al revés, decimos que algo es bueno porque lo deseamos”. A partir del conatus, sólo valdrá aquello que haga aumentar nuestra potencia (afectos o pasiones alegres) o disminuirla (pasiones tristes). Entonces, toca realizar un giro copernicano frente a los actos políticos y, si bien esto no obliga el abono del pensamiento, sí puede marcarnos un rumbo diferente en cuanto le otorguemos una mayor importancia a esa inclinación que insiste y nunca miente. Vivimos según estándares que nos dicen qué es lo mejor y qué lo peor, qué caminos nos llevan a la felicidad y cuáles a ser depresivos, melancólicos necesitados del nuevo fármaco que nos retornará al camino correcto.
En una época donde parece que el otro sabe más de nuestra plenitud que nosotros mismos, en tiempos donde la llave del éxito parece estar en libros con fórmulas harto estereotipadas, quizá nos convenga ante todo una cita con aquello que se acerque, así sea de forma asintótica, a nuestro deseo (que como ya lo dijo Lacan, no está en la profundidad, sino en la superficie de lo que somos).
El oráculo de Delfos sigue tan actual como siempre: conócete a ti mismo, sentenciaba desde siglos atrás. Quizá llegamos al punto de la historia donde debamos negar aquello que sólo nos proporciona una leve satisfacción momentánea, para por fin llegar a conocernos (conocernos como totalidad) en los márgenes que discurren entre las capas íntimas, pero también éxtimas, de nuestra piel. Después de todo, localizando mínimamente qué nos hace más plenos, otros conatus estarán ahí, dispuestos con nosotros, para extender las posibilidades indefinibles de la potencia de vivir. ◼
Ramiro Gentile
Psicólogo Social, filósofo, docente
ramirorgentile [at] gmail.com
Bibliografía
Boticci, Ch. (2010), “Más allá de la dialéctica de la Ilustración: Spinoza, sobre el mito y la imaginación” [versión electrónica], Signos filosóficos Vol. 12. Num. 24.
Harman. G. (2015), Hacia el realismo especulativo: ensayos y conferencias, Buenos Aires, Caja Negra.
Spinoza, B. (2011), Ética, Madrid, Gredos.
Wittgenstein L. (1989), Conferencia sobre ética, Barcelona, Paidós.
Nota
1 La base del siguiente texto se centra en relación a una ponencia realizada por el autor en el marco del Coloquio Internacional Spinoza, realizado en Córdoba en el año 2022. El texto es una revisión, adaptación y actualización de lo allí expresado especialmente para Topía.