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Cuerpo y palabra

 
Breves reflexiones sobre la relación entre la psiquiatría y el psicoanálisis

Jacobo Fijman: ¿se siente Ud. un enfermo mental?
No. Rotundamente. No.
En primer lugar porque tengo intelecto agente y paciente.
Y mis obras prueban que no sólo soy un hombre de razón, sino de razón de gracia...
Y es mi razón la que hace que entienda fácilmente las cosas sobrenaturales.
Los médicos no entienden esas cosas. Se portan fácilmente bien.
Pero no pueden ser lo que no son. Simplemente toman la temperatura de la piel, dan pastillas, inyecciones, como si se tratara de un almacén.
Y olvidan que en el fondo es una cuestión moral.
Y es que ni existe nadie que pueda entender la mente.
Sin embargo no los odio. Hacen lo que pueden.
Lo terrible es que nos traen para que uno no se muera por la calle. Y luego todos nos morimos aquí...
De El pensamiento de Jacobo Fijman o el viaje hacia otra realidad, de Vicente Zito Lema.

 

I
La psiquiatría sostiene, como presupuesto fundamental, que las llamadas enfermedades mentales son producto de alteraciones en la base biológica1. Diferentes alteraciones, al compás del avance de los conocimientos, fueron siendo consideradas como la supuesta causa biológica: al comienzo se pensó en lesiones neuronales, después en alteraciones funcionales, más tarde en disfunciones en las conexiones sinápticas, etc. Sin embargo, una tras otra fueron siendo desechadas y nunca pudo determinarse la supuesta causa biológica. En nuestros días, con el despliegue de las llamadas neurociencias apoyadas en las novísimas técnicas de scanneo cerebral, asistimos a un nuevo renacer de la ilusión de encontrar la huidiza causa biológica.
En descargo de la psiquiatría hay que decir que un panorama similar se observa prácticamente en toda la medicina. A pesar de que las diversas especialidades médicas han establecido con bastante precisión las alteraciones biológicas correspondientes a cada enfermedad, no ocurre lo mismo con las causas que producen tales alteraciones. Se conocen bien, por ejemplo, las alteraciones biomecánicas, bioquímicas o inmunológicas que se encuentran en la hipertensión arterial, en la gastritis o en el cáncer, pero no se conocen las causas que producen dichas alteraciones. Y lo más preocupante no es eso, sino que llegar a conocer dichas causas no parece entrar dentro de los objetivos de la actual investigación médica. No es extraño, entonces, que el objetivo de la intervención médica no apunte a la cura definitiva de la enfermedad sino, a través de fármacos u otros medios, a mantener la enfermedad bajo control, lo que requiere, como es fácil de ver, una constante y permanente intervención médica2. Dicho de otro modo: contra todo lo que puede creerse, la medicina, por lo general, no cura ni busca curar.
Dentro de este panorama, la situación de la psiquiatría es, de todos modos, más precaria, dado que no sólo desconoce las causas sino que la mayoría de las veces también desconoce las alteraciones biológicas de las llamadas enfermedades mentales, situación que la misma psiquiatría reconoce. Por ejemplo, en un típico manual de psiquiatría leemos: «9.2. Bases biológicas de los síntomas psicóticos positivos. Las bases biológicas de la ezquizofrenia permanecen desconocidas. Sin embargo, se cree que las bases biológicas de los síntomas psicóticos positivos están ligadas a la hiperactividad de las neuronas dopaminérgicas: específicamente a la vía dopaminérgica mesolímbica. Este sistema parece dar cuenta de los síntomas psicóticos positivos tanto si esos síntomas forman parte de la enfermedad de la esquizofrenia, o de una psicosis inducida por drogas, como si los síntomas psicóticos positivos acompañan a la manía, la depresión o la demencia»3.
La psiquiatría, entonces, por el simple motivo de desconocer las alteraciones biológicas de la mayoría de las enfermedades mentales, no puede inhibir el desarrollo de tales alteraciones como sí lo hacen otras ramas de la medicina. Pero esto no es todo, pues lo que no se debe olvidar es que aun cuando llegara a conocerlas y a actuar eficazmente sobre ellas, esto de ningún modo querría decir que podría curar tales enfermedades, sino que tan sólo podría inhibir la aparición y desarrollo de tales alteraciones (por ejemplo, inhibir la hiperactividad de las neuronas dopaminérgicas). Bastaría con suspender la medicación para que la alteración reaparezca.
Un somero análisis de un trastorno sexual nos permitirá ejemplificar lo que estamos tratando. La dificultad de erección del pene, siempre y cuando no esté ocasionada colateralmente por alguna otra enfermedad (cáncer, diabetes, etc.), tiene una casi segura resolución mediante la administración de Viagra: el fármaco actúa remediando la alteración biológica subyacente, en este caso el insuficiente flujo de irrigación sanguínea para producir la erección. Pero es claro, sin embargo, que esto no cura la disfunción, pues aunque remedie la alteración biológica no actúa sobre las causas que producen dicha alteración. Ahora bien, por más que el hecho descripto como “dificultad de erección” o “insuficiente irrigación sanguínea” sintomáticamente sea más o menos igual en todos los casos, no estamos para nada ante el mismo problema, por ejemplo, en una persona de 65 años que en otra de 25: está más que establecido que las causas que producen tal trastorno en hombres jóvenes no son biológicas sino “psicológicas” (de no mediar, recordemos, otra enfermedad que la genere). Y las causas llamadas psicológicas usualmente se relacionan con la dificultad de asumir una posición viril y de pararse firme ante el mundo y ante una mujer. Si este hombre, mediante psicoterapia o por cualquier otro medio, logra cambiar su posición ante el mundo, si logra decir «sí» cuando es sí y «no» cuando es no, con toda seguridad también desaparecerá su insuficiencia de irrigación sanguínea peneana, y no de manera circunstancial sino para siempre, por la sencilla razón de que se curó de un mal que no era biológico sino de otro tipo.
¿Todo esto quiere decir, entonces, que la psiquiatría es clínicamente ineficaz? De ninguna manera. Ante una disfunción sexual como la analizada, ¿acaso está contraindicado el uso del Viagra mientras el tratamiento psicoanalítico se está llevando a cabo? Del mismo modo, a veces se debe recurrir a la ayuda psicofarmacológica en el tratamiento de neurosis cuando, por ejemplo, una angustia masiva obstaculiza el trabajo; con mayor razón, entonces, en psicosis y borderlines, donde el fin del trabajo psicoanalítico no sólo tiene menos “jurisprudencia” sino que incluso está por demostrarse si es posible en ellos alcanzar a realizar la cura psicoanalítica.
Entonces: aunque los psicofármacos no curan las llamadas enfermedades mentales, muchas veces son una ayuda imprescindible para poder llevar adelante un proceso de cura psicoanalítica.
Muchos psiquiatras, sin dejar de sostener el presupuesto de que las llamadas enfermedades mentales son producto de alteraciones en la base biológica, admiten de manera franca la posibilidad de que las causas que producen tales alteraciones no sean de carácter biológico sino de otro tipo: psicológico, social, familiar, etc. Esta admisión, sin embargo, los deja en una situación por demás embarazosa pues, de tomarla en serio, los conduciría a cuestionar e incluso a abandonar el punto de vista fundamental de la psiquiatría actual. Es por eso que, la mayoría de las veces, esta admisión sólo quede en eso, es decir, en mera posibilidad.

 

II
El psicoanálisis, como es sabido, nació de la práctica de un médico que, dedicado a la atención de enfermedades “nerviosas”, se tomó definitivamente en serio los incontables indicios que evidenciaban que la enfermedad llamada histeria se origina en causas psicológicas y no en causas biológicas. En 1888-93 Freud decía: «Por nuestra parte, intentaremos demostrar que puede haber alteración funcional sin lesión orgánica concomitante… No pedimos para hacerlo más que el permiso de pasar al terreno de la Psicología, imposible de eludir cuando de la histeria se trata…En todos los casos de parálisis histérica se comprueba que el órgano paralizado o la función abolida se hallan en una asociación subconsciente, provista de gran valor afectivo, y se puede demostrar que el brazo queda libre en cuanto dicho valor afectivo es hecho desaparecer. En este punto, la concepción [representación] del brazo existe en el substrato material, pero no es accesible a los impulsos y asociaciones conscientes, porque toda su afinidad asociativa se halla integrada en una asociación subconsciente con el recuerdo traumático que ha producido la parálisis»4.
El nacimiento mismo del psicoanálisis se funda en el hecho de que la relación del hombre con su cuerpo no es reducible a mero hecho biológico, sino que está inmersa, mediada y determinada por todo el universo de deseos, valores, prohibiciones, etc. Y esta determinación no se circunscribe a la relación con su cuerpo, sino que es constitutiva de su relación con el mundo en general: así como el hombre no experimenta biológicamente su realidad corporal “interna”, tampoco experimenta físicamente la realidad del mundo “externo”, ambas, para poder ser experimentadas humanamente, primero deben ser registradas o inscriptas como realidad psíquica5. Sin dejar de reconocer, entonces, la existencia de las alteraciones que la medicina llama “biológicas”, el psicoanálisis sostiene un punto de vista radicalmente diferente: para él no hay “biología pura”, es decir, hechos biológicos por fuera o sin impregnación de sentido humano; la vida misma, incluso, no es entendible ni puede ser reducida a mero hecho biológico, «objetivo» e «independiente» del ser humano6.
El cuerpo humano es “cuerpo”, y no simplemente una complejísima máquina biológica; por eso es imposible reducir la sexualidad humana a mero hecho biológico. Esto, lejos de ser un pensamiento rebuscado, nos vuelve a ubicar en la más llana sensatez, porque ¿en qué cabeza cabe que el deseo sexual humano (o el amor, o la sabiduría humana) puedan ser reducidos a una compleja cadena de aminoácidos o a una enorme molécula proteínica? ¿Acaso no puede verse que alcanza tan sólo una palabra, y a veces ni siquiera eso, sino apenas una leve mirada de la persona deseada, para que experimentemos cómo se derraman enormes cantidades de hormonas o de adrenalina en nuestro torrente sanguíneo? ¿Acaso este hecho no es la verificación más palpable de la influencia, sino del dominio, de la palabra sobre la carne?7 ¿Acaso una mirada no lo dice todo?
Sin embargo, es común que personas autotituladas “materialistas” se sientan obligadas a cuestionar la primacía de la palabra sobre lo que llaman “la materia” pues, dicen, esto niega la primacía y la anterioridad de la realidad del mundo exterior, objetivo y material por sobre el mundo de las ideas. Esta crítica, en realidad, hace manifiesto el punto de vista del materialismo más grosero y burdo, el que sólo alcanza a concebir como “materia” la realidad usualmente llamada “fisicoquímica”, resultándole imposible llegar a concebir otra forma de materialidad8.
Para la medicina, la enfermedad (es decir, las disfunciones de la máquina biológica) es un proceso “objetivo” y esencialmente “independiente” del ser humano. Para el psicoanálisis, en cambio, ocurre exactamente lo contrario: los trastornos y alteraciones del “cuerpo” son el resultado del hacer y pensar humano, es decir, de la forma de ser. No hay enfermedades puramente “orgánicas” por un lado y puramente “mentales” por el otro; la vida, sana o enferma, es una sola. La disfunción sexual más arriba analizada, por ejemplo, no es un proceso ajeno al ser de ese hombre joven, sino el resultado de que él no pueda pararse virilmente en el mundo y no sea capaz de decir «sí» cuando es sí, y «no» cuando es no. Y esta incapacidad tampoco es ingenua, pues la mayoría de las veces no es más que el interesado intento de evitar un enfrentamiento con la mujer por la posibilidad de su pérdida. Esta negativa a reconocer que las cosas son como son y que no se las puede torcer a su antojo, es lo que se paga con la enfermedad. Se podrá responder que eso puede pasar con el joven de 25 años, pero que en el caso del hombre de 65 el paso de la biología es inexorable. Nadie en su sano juicio podría querer negar semejante hecho, pero justamente a partir de este reconocimiento es que se abren miles de preguntas: ¿es sensato y sano querer “rendir” sexualmente a los 65 como a los 25? ¿se está queriendo, con eso, negar el paso del tiempo? ¿la erección es la condición única y exclusiva para una sexualidad plena? Como vemos, estas preguntas exceden el mero marco médico y desbordan hacia una auténtica política sexual y del deseo.
Dentro de la cura psicoanalítica, la desaparición de los trastornos que arruinan la vida es un efecto colateral y consecuente que se opera a partir de haber accedido a vivir de acuerdo con la verdad, es decir, de reconocer que las cosas son como son y no se las puede manejar al antojo de nadie. La salud, la vida sana, es vivir subordinado a la verdad, obediente a ella. Y esta realidad no se restringe a la vida de cada uno, sino que se extiende a la vida en general.
A la verdad se la reconoce o se la desconoce, se la acepta o se la rechaza, se la declara o se la oculta, etc. La verdad, como la mentira, no vive en las moléculas ni en los átomos sino que vive en el mundo de la palabra. Y el mundo de la palabra no es mero palabrerío, puro verso; el mundo de la palabra, por el contrario, es la verdadera materialidad. La verdad y la palabra son la carne misma del ser humano; ser humano es ser encarnación de la palabra. Y en el seno de la palabra podemos vivir una vida sana o desvivirnos en la enfermedad.

Héctor Fenoglio
Psicoanalista
hcfenoglio [at] datafull.com

 

Notas

1 Cuando aludo a la psiquiatría me refiero a las posiciones de la psiquiatría actual y “oficial”. De igual manera con la medicina.

2 Tan sólo dos especialidades parecen encontrarse fuera de esta situación: la cirujía y la infectología.

3 Stephen M. Stahl, Psicofarmacología Esencial. Bases neurocientíficas y aplicaciones clínicas, Ed. Planera Argentina SAIC, Buenos Aires, 1998, pág 368. La mayoría de los apartados dedicados a “Base Biológica” son similares. Este texto, valga la aclaración, fue publicado originalmente por la Cambridge University Press, 1996, y fue difundido en nuestro medio en seis fascículos por el laboratorio Gador.

4 Sigmund Freud, Estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas, OC, Biblioteca Nueva, Madrid.

5 El contacto con el propio cuerpo o con el mundo exterior se establece por vía de las sensaciones y percepciones; éstas, en la experiencia humana, no se reducen a mero hecho biológico, sino que siempre son “interpretadas” con sentido: no escuchamos un ruido informe sino el escape de una motocicleta, no vemos una luz mortecina sino el anochecer. En este sentido es que puede afirmarse que, humanamente hablando, «todo es signo».

6 Dentro del marxismo se registró, en el siglo XX, un apasionado debate acerca de los alcances y límites de la dialéctica. El debate oponía dos posiciones: una planteaba que la dialéctica debía entenderse como reducida al ámbito histórico-humano sin extenderse al ámbito de la naturaleza, cuyo ser seguía siendo “objetivo” e “independiente” del deseo y conocimiento humano; y la otra, que la dialéctica debía entenderse como un principio “objetivo, general e independiente”, que subyacía a todo ser, tanto natural como a histórico-humano. El debate quedó irresuelto, pero quizá ya sea hora de continuarlo. Hoy vemos que las dos posiciones son reduccionistas, aunque una sea “subjetivista” y otra “objetivista”, ya que ambas siguen sosteniendo la existencia de una realidad “objetiva” e “independiente” del deseo y del conocer humano, lo cual es una pura abstracción (sino una pura ilusión), pues en verdad todo conocimiento y contacto con el mundo, para ser concreto, real y existencial, también debe, por lo menos, incluir y contar la mirada que observa ese mundo. Una introducción imprescindible e inolvidable a este debate, es la transcripción de los cursos de Alexandre Kojéve sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel, y los cuestionamientos de Tran-Duc-Thao en su El materialismo de Hegel.

7 Cierta vez me consultó un matrimonio a raíz de sus continuas reyertas conyugales. La entrevista, como era de esperar, se transformó en otra batalla campal. Ya casi hacia el final, el esposo, un ingeniero civil de mediana edad, medio en tono de confesión y medio a modo de resignación, mirándome muy seriamente me dijo: “mire doctor, vengo porque estoy desesperado, pero la verdad es que yo no creo que la palabra cure. Ahora, de que la palabra enferma, ¡de eso sí que no tengo la menor duda!”

8 Este materialismo grosero no tiene nada en común con el materialismo dialéctico, ni siquiera el nombre, puesto que dialéctico no es una mera especificación de género dentro de una misma especie, sino una alteración radical del sentido mismo de la palabra «materia». Al respecto, nunca viene mal volver a leer la Introducción a la Lógica de Hegel o el primer capítulo de El Capital de Carlos Marx.
 

 
Articulo publicado en
Abril / 2004

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