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Dar en el blanco: El cuerpo herido

 
Identidades estalladas contemporáneas Editorial Topía, 92 páginas

David Le Breton es un antropólogo y sociólogo francés, del cual hemos publicado artículos y su libro Conductas de Riesgo (2011). También acaba de estar en la Argentina, fruto de una invitación conjunta de Topía y AGD-UBA, entre el 20 y 22 de marzo, donde dictó una conferencia y un seminario en el Centro Cultural Paco Urondo.

A la vez hemos publicado un reciente y apasionante libro: El cuerpo herido. Identidades estalladas contemporáneas. A continuación transcribimos un fragmento del capítulo Juegos de piel en la adolescencia: entre escarificación y ornamentación, donde sintetiza su conceptualización sobre la piel.

La existencia es una historia de piel

La piel es la evidencia de la presencia en el mundo. Es el lugar del cuerpo que queda a la vista, permanentemente a consideración de los demás. Por ella somos reconocidos, nombrados, identificados en un sexo, en una calidad de presencia (seducción, etc.), en una edad, en una “etnicidad” e, incluso, en una condición social. También indica de entrada la dimensión afectiva de una palabra (rubor, palidez, sensación de frío o de calor en una situación moral, expresiones del rostro, del cuerpo…) e, incluso, un estado de salud (color, granos, etc.). Difunde olores íntimos y no deja de desbordarnos y de revelar a los demás significaciones personales, incluso, aquellas que desearíamos mantener ocultas. Pero la piel es siempre doble, el individuo sólo controla una parte de ella; si bien esconde, a veces, en el mismo acto, muestra. En nuestras civilizaciones occidentales vamos hacia los otros con las manos y la cara desnudos, entregados a su conocimiento y al riesgo de su reconocimiento. La piel envuelve y encarna a la persona, vinculándola a los demás o distinguiéndola según los signos utilizados. Su textura, su color, sus cicatrices, sus particularidades (lunares, arrugas, etc.) dibujan un paisaje único. Conserva, como un archivo, las huellas de la historia individual, como un palimpsesto del que sólo el individuo tiene la llave: huellas de quemaduras, de heridas, de operaciones, de vacunas, de fracturas, etc. De ese modo, en la hermosa escena del canto XIX de la Odisea, donde Ulises, al volver a Ítaca, es reconocido por su vieja nodriza Euriclea gracias a la cicatriz que tiene en el muslo. La huella cutánea se vuelve signo de identidad. A menudo se la usa para ponerle nombre a cuerpos que han quedado anónimos en casos criminales o en los campos de batalla, donde las “señas particulares”, como tatuajes u otras singularidades cutáneas, son ya la única cédula de identidad posible.

La piel es el órgano del contacto por partida doble. Al ser el lugar que encarna el tacto, se apela continuamente a un vocabulario cutáneo o táctil para metaforizar de manera privilegiada la percepción y la calidad del contacto con los otros, calificando el sentido de la interacción. Se establece buen o mal contacto con los demás. Hay química u onda (o no), uno se palpa antes de tomar una decisión. Tener tacto o tiento consiste en tocar temas delicados con modales adecuados y discretos. Una fórmula pega, toca la cuerda sensible o hace vibrar. Uno resulta herido en carne viva por un contacto que da urticaria, eriza los pelos, crispa los nervios, sobre todo si uno está a flor de piel y si tiene cuestiones de piel, etc. Este léxico cutáneo para expresar la relación con el otro es inagotable (Le Breton, 2007).

La piel es un umbral, al mismo tiempo instancia de apertura y de cierre al mundo, según la voluntad del individuo. Frontera simbólica entre el afuera y el adentro, lo exterior y lo interior, el otro y uno, fija un límite móvil en la relación del individuo con el mundo. Superficie de proyección y de introyección de sentido, encarna la interioridad. Camino que lleva a la profundidad de sí, es un sismógrafo del sentimiento de identidad, traduce los “estados de ánimo”. En tanto cristaliza algo del vínculo social, también es el lugar dónde resolver las tensiones, desanudar las crispaciones. La relación con el mundo de todo hombre es una cuestión de piel y de solidez de la función contenedora. Instancia fronteriza que protege de las agresiones externas o de las tensiones íntimas, proporciona la sensación de los límites de sentido que permiten sentirse llevado por la existencia y no preso del caos o de la vulnerabilidad. La piel es, por excelencia, un objeto transicional.

Pantalla sobre la que se proyecta una identidad soñada recurriendo a las innumerables formas de puesta en escena de la apariencia, arraiga el sentimiento de sí en una carne que individualiza. Las marcas corporales, como el tatuaje y el piercing, son maneras de inscribir límites de sentido directamente sobre la piel. De modo que esos signos añadidos deliberadamente, se convierten en signos de identidad enarbolados sobre sí mismo. Ya no son, como antaño el tatuaje, una forma popular y un poco atrevida de afirmar una singularidad radical; calan hondo en el conjunto de las jóvenes generaciones, sin distinción de condición social, interpelando tanto a los varones como a las chicas. En nuestras propias sociedades individualistas, quienquiera que no se reconozca en su existencia puede intervenir sobre su piel para cincelarla de otra manera. Intervenir sobre ella equivale a modificar el ángulo de la relación con el mundo. Tallar en la carne es tallarse una imagen deseable de sí mismo remodelando su forma.1 La piel es una instancia de fabricación de la identidad. Si uno no puede ejercer control sobre sus condiciones de existencia, al menos puede cambiar su cuerpo. La piel es la interfaz entre la cultura y la naturaleza, entre uno y el otro, entre el afuera y el adentro. Una instancia de mantenimiento del psiquismo.2 El sentimiento de sí mismo se arraiga en las sensaciones corporales y particularmente en la piel, en tanto ésta es el lugar directo de contacto con los demás y con el mundo. La piel es una primera línea de defensa y, por lo tanto, una línea de sentido frente a la complejidad del mundo circundante. Caparazón para unos, para otros es zona de contacto, dependiendo de su historia personal.

Notas

1. Sobre las modificaciones corporales en las sociedades humanas, C. Falgayrettes-Leveau (bajo la dir. de), Signes du corps, Paris, Musée Dapper, 2004; y sobre las modificaciones corporales en nuestras sociedades: D. Le Breton, Signes d'identité. Tatouages, piercings et autres marques corporelles, Paris, Métailié, 2004 (2015).

2. D. Anzieu, Le moi-peau, Paris, Dunod, 1985.

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Articulo publicado en
Abril / 2017

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