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Diálogo imposible entre Martín (Hache) y Sostiene Pereira

 

Vivir es una tensión. Un movimiento entre fuerzas antagónicas, En cada cultura el, o los malestares, adquiere formas características. El cazador goza del cacería pero está a merced de ser presa de otro predador. El agricultor teme las tormentas fuera de lugar, ruega ante la inesperada sequía o se desespera ante la inundación.

Muchas tensiones se plantean y se han planteado alrededor de las distintas formas en que los humanos crían y preparan a los niños y adolescentes, para el traspaso generacional.

Un mundo perdido

Las culturas crean adolescencias, formas específicas de pasar a la adultez, en las pequeñas comunidades que nos precedieron todo sucedía dentro de un mundo cercano, donde todo aquello que no se comprendía se definía por el orden de lo maravilloso, esta articulación permitía el acercamiento entre el mundo pequeño y el mundo grandioso.

Los ritos de pasaje resolvían las tensiones antagónicas de jóvenes y adultos dentro de estas culturas. La crueldad que muchos de estos ritos muestran pueden sintetizarse como: "Ahora cuentas, eres una persona de valor, eres parte de la sociedad, estás aquí para algo". Esto implicaba un cuerpo con inscripciones, con marcas del paso del tiempo. Donde las violencias de las guerras y el tiempo se portaban en el cuerpo con orgullo, son huellas de la historia tanto comunitaria como personal.

Cine y adolescencia

Tomaremos dos obras cinematográficas para tratar de entender algunas complicaciones que lo generacional tiene en la actualidad. La azarosa distribución de filmes hizo coincidir en Buenos Aires a Sostiene Pereira (con la actuación póstuma de Marcelo Mastroiani) y Martín (Hache) dirigida por Adolfo Aristaraín.

Martín (Hache)

Recordemos (Hache), el hijo, va a Madrid a vivir con su padre, dado que su madre no sabe qué hacer con qué hacer con el, luego de una intoxicación con alcohol y drogas que ingirió durante una zapada de rock; la misma lo puso al borde de la muerte. (Hache) pocos minutos antes había sufrido un desengaño amoroso, su novia lo plantó por otro delante de sus propias narices.

(Hache) es silencioso, parece no poder simbolizar lo que le pasa, no sabe lo que quiere, su compañía: la guitarra. Martín, su padre, por el contrario, vive de su profesión dirigir o realizar películas, es capaz, requerido, también de pocas palabras, pero consistente. Tiene una compañera mucho más joven, que lo ama, simpática pero lábil, muy entretenida en drogarse. Completa el triángulo un amigo común, actor, bisexual, que pregona su manejo de las drogas y el amor, todo es posible para él.

El mundo madrileño al que (Hache) se acerca parece totalmente mediatizado por la droga y el alcohol, todas las relaciones incluyen estos elementos que muestran la zona erógena más importante de la actualidad: la oral, donde la cultura parece tener su paradigma. Es decir, que (Hache) percibe un mundo donde los problemas de dinero están resueltos y que el intercambio básico con el ambiente, se da a través de lo oral, mostrando la boca y sus contornos como zona privilegiada. Con relación a la droga los protagonistas pueden discutir cuál es buena y cuál es mala, si se es adicto o no, lo que no se puede dejar de hacer es consumir en forma insistente.

El mundo de Martín, el padre, es egocéntrico, todo gira sobre sí, no existe ninguna posibilidad de ser conmovido por situación alguna, fuera de sí mismo y sus intereses. Hasta su manera de divertirse o relajarse la realiza hacia adentro: fumar marihuana y escuchar música con auriculares.

Vive su matrimonio terminado hace tiempo y su exilio no como dos batallas donde salió derrotado, sino como guerras perdidas. Se ha transformado o se muestra como un escéptico.

Este padre metafórico de la cultura actual, que la película muestra, jamás podrá ser atravesado por los conflictos generacionales que su hijo podría plantearle. Martín se sostiene en que nada, ni nadie, pueda hacerlo cambiar, se propone vivir un mundo sin cambios; los miedos, que dice tener, son una enorme barrera para no moverse de donde está. Su mundo está lleno de silencios y lo que es peor sus palabras tienen una violencia asesina, la cree poder legalizar por la creencia de poseer la verdad. Nada, ni nadie podrá hacerlo cambiar. El suicidio de su mujer (Alicia, Cecilia Roth) parece confirmarlo.

(Hache) solo después del sacrificio de Alicia logra rescatar una actitud ética coherente, del padre, y puede hablarle a través de un video. Se vuelve a Buenos Aires.

Muchos han querido ver en esta escena el reencuentro del joven con su padre, pero hay que remarcarlo que esto se logra luego del acto sacrificial de la única mujer del grupo. La escena que arranca como una bacanal de champagne, que puede hacer borrar todas las diferencias, termina con Alicia como cordero de dios.

Por lo tanto es el sacrificio de la mujer la que calma tanta violencia desatada y que permite a (Hache) volver a Buenos Aires. El sacrificio le reordena la vida. Y entiende que poder lograr que el padre lo escuche, solo puede ser a la distancia, mediaticamente, a través del video. (Hache) comprende que ninguna actitud, idea, o acción del joven podrá agrandar, reformular o cuestionar la manera de ver la vida que tiene Martín, quien entiende la paternidad como huida hacia el trabajo, o como un discurso violento, asesino, portador de la verdad.

Sostiene Pereira

Vayamos ahora a Sostiene Pereira: un adulto, viudo, sin hijos, intelectual, católico practicante, responsable de un diario portugués en la Lisboa de 1937. Las reflexiones sobre la muerte y sus implicancias lo tienen permanentemente preocupado. Hace sus comentarios periodísticos tratando de evitar la situación social, tan difícil, que Portugal vive bajo el férreo dominio del dictador Salazar y sus fuerzas armadas (una de las dictadura mas extensa y compleja de nuestro siglo).

Las reflexiones sobre la muerte y sus implicancias lo tienen permanentemente preocupado, dialoga con la foto de su esposa muerta hace ya tiempo.

Hay, en Pereira, una cierta ingenuidad que cansa hasta al cura con quien debate sus problemas religiosos. El mismo párroco, por su parte, le exige, le ruega que peque.

Las informaciones de la realidad, Pereira, las va recibiendo en forma de rumor, por las voces de lo popular: un mozo de bar, el médico, el cura, lo que observa desde el tranvía, etc.

Pereira quiere innovar sus suplemento cultural incorporando un joven periodista para que escriba necrológicas anticipadas de poetas vivos, quiere "adelantar trabajo".

El encuentro con el joven inicia una transformación en la vida de Pereira, dado que el mismo lucha a favor de la república española y en contra de la dictadura portuguesa, debate con él, le pide que se sosiegue, mientras que el joven y sus amigos insisten en incluirlo en sus urgencias revolucionarias: dinero, lugar, publicación de ideas, que participe, etc.

El joven, sintetizando, muere asesinado en casa de Pereira por los torturadores policiales de Salazar. Pereira reacciona organizando una denuncia periodística del asesinato y marcha, presuponemos, hacia la guerra civil española, cargando sus cosas en la pequeña mochila que el joven asesinado traía.

He aquí donde se muestra, en todo su esplendor, lo que la lucha generacional trae como vivificante al mundo adulto. Pereira puede cambiar porque acepta el cuestionamiento juvenil, porque escucha una crítica profunda a su vida y al mundo de su generación.

Acepta, a diferencia de Martín, que se puede cambiar. El huracán juvenil le permite reformular toda su vida, encontrar nuevos sentidos. En suma, razones para seguir viviendo. Pereira al no sentirse obligado a sostener ningún mito personal o familiar, es decir tiene menos resistencia al cambio, puede buscar una parte de si mismo que todavía no conoce. Pereira tiene todo un instante por delante.

Odio viejo no cansa

Cada sociedad construye la adolescencia que merece o, probablemente, necesita, claro que luego produce una mistificación sobre tal construcción. Cuando los conflictos generacionales se ocultan, se hacen más solapados, hay que buscarlos, por ejemplo, en el alto índice de desocupación de los jóvenes, en el alto índice de suicidios adolescente, en la muerte de jóvenes por gatillo fácil, etc. Que informan del desinterés de la cultura por los cuerpos, los proyectos y las vidas de los jóvenes.

Estos datos parecen mostrar que nos hallamos, como cultura, más cerca del "lúcido" Martín, que del ingenuo Pereira que, en la escena del final, retoma un sentido para lo queda por vivir. Olvida sus reflexiones sobre la muerte y se hace dueño de sus propias acciones, las que parecen conectarlo con la alegría. Martín nos condena a los auriculares y a la marihuana para solo escucharnos a nosotros mismos y creernos dueños de la verdad, mientras muchos jóvenes mueren sin que nos demos cuenta.

 
Articulo publicado en
Noviembre / 1997

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