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El yo-soporte

 
La clínica en el trabajo con lo negativo*

La palabra “alteridad” viene de “alterar” que tiene varios significados como “cambiar, variar, hacer una cosa distinta de cómo era o ponerla de manera distinta de cómo estaba”. También significa “perturbar” y “trastornar”. Me voy a detener en esta última palabra: “trastornar” que, si la tomamos en su construcción etimológica, quiere decir “volver atrás”, es decir “dar una vuelta de tuerca”; dicho de otra manera, “romper el sentido común”. En este sentido, debemos decir que el psicoanálisis es una  apuesta a la alteridad ya que “trastorna” el sentido común. Podríamos hacer una larga lista de conceptos propios del psicoanálisis. Sin embargo me voy a detener en uno de ellos que, como veremos a lo largo de este texto, tiene una gran actualidad tanto en el campo de clínica como de la cultura. Me refiero al concepto de pulsión de muerte.

El trabajo con lo negativo

Veamos desde donde parte Freud.[1] Este transforma la sexualidad en una pulsión para sacarla del ámbito exclusivo de la genitalidad y abarcar todas las áreas del sujeto. Es por ello que cuando realiza la segunda clasificación de las pulsiones, la pulsión sexual se transforma en pulsión de vida, Eros; pero no, para relativizar el peso de los sexual, sino para reafirmar que lo sexual irrumpe en todas las manifestaciones del sujeto.

Podemos decir que Freud realiza el mismo desarrollo en relación a la muerte, en tanto al transformarse en una pulsión no queda ceñida a la muerte real y definitiva, de la que nada podemos hablar, sino que está presente de entrada en todo sujeto. Por lo tanto, sus efectos se producen en el transcurso de la vida, en su unión o defusión con el otro par pulsional.

De esta manera, “la muerte como pulsión” por definición no pertenece a la vida psíquica, esta imposibilidad de ser representada en el inconsciente la ubica más allá de él, pero produce efectos que sólo pueden ser atrapados en su unión con la libido: la tendencia del sujeto al sufrimiento y al dolor. El autocastigo, el suicidio, la insistencia en lo displacentero, la violencia destructiva y autodestructiva.

Freud al desarrollar el concepto de pulsión de muerte, plantea que el mismo se expresa en el inconsciente a través de la compulsión de repetición, lo cual lleva al sujeto a colocarse en situaciones dolorosas, repitiendo experiencias no recordadas de su pasado, pero que refieren a su presente. Para explicar este comportamiento Freud  habla de una serie de fenómenos en los que aparece una inercia de la vida orgánica que se manifiesta por una tendencia a volver a lo inorgánico.

De esta manera la compulsión a la repetición puede quedar en un permanente repetir o bien permitirá, tal como se da en un tratamiento analítico a partir de la transferencia, la posibilidad de reconstruir secuencias temporales de su pasado, borrando las lagunas mnémicas producidas por la represión. Por ello la pulsión de muerte, que esta inscripta en la pulsión de vida, puede tender a la muerte o ponerse al servicio de la vida. En este sentido el desorden entrópico de la pulsión de muerte juega en beneficio de la creación del orden de la pulsión de vida. Este es el descubrimiento freudiano: que la pulsión de muerte da sentido a la pulsión de vida. Es así como un tratamiento analítico implica la posibilidad de utilizar la fuerza de la muerte como pulsión al servicio de la vida.

Quisiera detenerme en esta idea. Hay una banalización del concepto de pulsión de muerte al querer verlo como opuesto a la pulsión de vida. Es decir, la pulsión de muerte representaría lo que hay que evitar y la pulsión de vida vendría a salvar al sujeto de los efectos destructores de la pulsión de muerte. Nada más extraño al pensamiento freudiano. Su interés es señalar la condición pulsional del sujeto, es decir el interjuego entre las pulsiones de vida que tienden a la creatividad, y las pulsiones de muerte que llevan a la destrucción. Sin embargo, cada una de estas pulsiones son indispensables, ya que los fenómenos de la vida es una acción conjugada y contraria entre ambas. De esta manera, dice Freud “la pulsión de autoconservación es sin duda de naturaleza erótica, pero justamente ella necesita disponer de la agresión si es que ha de conseguir su propósito. De igual modo, la pulsión de amor dirigida a objetos requiere un complemento de pulsión de apoderamiento si es que ha de tomar su objeto”. Por ello en toda acción humana vamos a encontrar mociones pulsionales provenientes de Eros y de destrucción.

Este es el desafío que se nos plantea en la clínica: como utilizar la fuerza de la pulsión de muerte al servicio de la vida. Para ello debemos tener en cuenta que hay dos tipos de repeticiones. En la primera A) repite lo reprimido. B) repite en vez de recordar. C) lo reprimido es placer inconsciente. Esta es la típica repetición que podemos encontrar en las neurosis donde la transferencia es una resistencia. Pero hay otra repetición de un displacer más radical. Allí A) repite algo que nunca fue reprimido. B) repite y no puede olvidar. C) repite lo que nunca fue placentero. En esta repetición se encuentra lo siniestro de la muerte como pulsión. Esta se da particularmente con pacientes en situación de crisis, es decir en pacientes límite. Es en los sueños traumáticos donde Freud analiza las características  de esta última repetición. Estos sueños no sirven a la realización de deseos; obedecen a la necesidad de repetición; se ponen a disposición de un trabajo que se llevó a cabo antes que el impuesto por el principio de placer: consiste en ligar psíquicamente al trauma. Por ello la repetición está al servicio de ligar psíquicamente una excitación destructora del aparato psíquico. De esta manera con este tipo de pacientes no es suficiente la interpretación de lo reprimido, ni trabajar la resistencia. Lo resistido en acto requiere que el terapeuta re-cree lo que denomino un “espacio-soporte de la emergencia de lo pulsional” para permitir la necesaria ligazón psíquica, ya que en estas situaciones no hay realización de deseos reprimidos. Por más que se interprete, no hay nada reprimido que liberar. Las repeticiones no son actos sintomáticos, es decir realización simbólica de deseos reprimidos, sino repetición del mismo suceso casi inalterado; sólo se encuentra repetición del mismo material. Más que angustia neurótica, aparece angustia automática. En este sentido, ciertas características de este tipo de pacientes hacen que se sitúen “más allá” de la representación de palabra. El funcionamiento narcisista aparece aquí como un desprendimiento libidinal, en el cual se encuentra la fuerza de la pulsión de muerte como desligamiento cuya consecuencia es la tendencia a aislarse y la violencia destructiva y autodestructiva. Por ello no puede reducirse la pulsión de muerte a la destrucción del objeto interno o externo. Esta es la expresión de componentes destructivos, especialmente autodestructivos, pero es también abandonarse al exceso de excitación que lleva a la actuación destructiva, así como a la falta de excitación que trae un sentimiento de inexistencia. Es decir, está presente en el narcisismo que se autosatisface, pero también en aquel sujeto que omnipotentemente destruye al objeto. En estas condiciones al trabajar con lo negativo la palabra es acción y esta es una acción terapéutica, ya que es más importante el como que el que se dice. La interpretación se construye en acto, y este puede permitir que el sujeto se encuentre con su deseo para así reconstruir su trama simbólica. [2]   

El yo-soporte de la muerte como pulsión

Dada la brevedad de este artículo no pretendo dilucidar toda la problemática concerniente al yo en el psicoanálisis, aunque debe tenerse en cuenta que la forma en que se lo conceptualiza determinará su práctica terapéutica. En la actualidad de la clínica nos encontramos con pacientes limite y aquellos que se encuentran con una situación traumática ante un exceso de realidad que produce monstruos. [3] Alli aparecen la sensación de vacío, impulsiones, procesos de despersonalización, etc. Estos síntomas pueden manifestarse como una demanda de atención o la podemos encontrar en el transcurso de un

tratamiento.En estas circunstancias el trabajo con el yo no implica que el sujeto se adapte a la realidad. Por el contrario, permite que la enfrente creativamente en la medida que pueda soportar sus excesos.   

La conceptualización que realiza Freud, a partir de la segunda tópica, del yo, esencialmente

como un yo-cuerpo, va a permitirme continuar la perspectiva que vengo desarrollando.

Dice Freud: “...el yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es solo esencia-superficie, sino él

mismo la proyección de una superficie.” Agrega luego: “...Cabe considerarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar, como se ha visto antes, la superficie del aparato psíquico.”

Quiero aclarar que hablo del yo (Das ich) en tanto estructura definida por la teoría psicoanalítica y no como sinónimo de sujeto; aunque es necesario tener en cuenta su interrelación. Desde aquí es posible diferenciar dos aspectos del yo. Uno es el yo-función que representa una subestructura del aparato psíquico que se desarrolla a partir del Ello a través del sistema percepción-conciencia. Sus funciones son el acceso a la motilidad, la percepción, la conciencia y los mecanismos de defensa.

El otro es el yo-representación, que esta dado por la imagen, por el conjunto de representaciones y afectos. Su constitución esta anudada a la problemática del narcisismo y los procesos identificatorios. Tanto el yo-función como el yo-representación están relacionados y dependen uno del otro. El yo-representación es una de las funciones del yo-función y, además, la manera en que el sí mismo (Das Selbst) se representa produce modificaciones en el yo-función.

Este yo-representación deriva de la “proyección de una superficie”; de esta manera se origina una distancia, una transformación de lo real orgánico al cuerpo producido por el deseo inconsciente y atravesado por el fantasma, el cual –como dice Freud- “es visto como un objeto otro”.

Esta superficie está señalando la del cuerpo erógeno, en el cual la fantasía va dejando sus marcas y conformando una geografía particular en cada sujeto que va a constituir una “representación inconsciente primaria” que denomino imago corporal. En ella aparecen las primeras relaciones intersubjetivas reales y fantasmáticas del niño con su familia y la cultura. Esta es la superficie que se proyecta sobre el psiquismo para conformar el yo.       

Por ello, no es como generalmente se entiende, o sea, que el yo forma el cuerpo, sino que este engendra al yo. El cuerpo atravesado, marcado por estas fantasías que se juegan en la kinestesia, que produce ese dialogo tónico-emocional entre el niño y la madre, se proyecta sobre el psiquismo y posibilita la conformación de un yo matriz de las identificaciones ideales. El pasaje del autoerotismo al narcisismo se debe a una “nueva acción psíquica” que

le permitirá al niño encontrar en la identificación con el otro una imagen, una unidad e integración provisional que su propia realidad le desmiente. A diferencia del periodo autoerótico, el yo como objeto de amor del narcisismo es una representación unificada del sí mismo (Das Selbst). Este momento, que se conoce como la fase del espejo, va a determinar –como plantea D. W. Winnicott- la importancia del rostro de la madre. Lo que el niño ve en el rostro de la madre es a sí mismo. Esta posibilidad de reconocerse a través de la mirada de la madre, de otro, va a implicar la posibilidad de unificación de las pulsiones dispersas y fragmentadas. El deseo materno va dando forma a ese dialogo tónico-emocional formador de las zonas erógenas que se constituye como una imago corporal inconsciente donde el niño recibe palabras, pero también estímulos de sensibilidad profunda, es decir cenestésicos, de equilibrio, posturas, temperatura, ritmo, etc.

El complejo de Edipo y el complejo de castración permitirán el pasaje de esa relación dual a una relación de tres. Esta relación triangular posibilitará el conocimiento de la diferencia de sexos, la prohibición del incesto y la construcción de un mundo donde las teorías sexuales infantiles serán resignificadas. De esta manera el niño pasa de las identificaciones primarias –yo-ideal- a las sucesivas identificaciones secundarias –ideal del yo-. De un “yo de placer purificado” que se rige por el principio de placer-displacer a un yo-soporte de las pulsiones de muerte.

Desde esta perspectiva el yo es el resultado de elecciones de objeto que llevan a identificaciones que permiten soportar la emergencia de lo pulsional. Este yo-soporte se constituye como garantía del proceso de estructuración-desestructuración del interjuego entre las pulsiones de vida y de muerte. Por ello, en el caso de una estasis pulsional, el yo desaparece en su función soporte al quedar atravesado por los efectos de la pulsión de muerte. En este sentido, el necesario trabajo con el yo permite que el sujeto se encuentre con su “potencia de ser” [4] para posibilitar un revestimiento narcisista del yo en una identificación sostenida en un proyecto como ideal del yo.

En la actualidad de la clínica nos encontramos con sujetos que tienen obstáculos en la representación de palabra ya que su pensamiento operatorio los lleva a no poder reflexionar siendo dominados por los conflictos actuales. Es así como pierden la capacidad asociativa y su ligazón con su historia personal. Esto los lleva a realizar actuaciones y exigir del otro respuestas rápidas y compulsivas; la función de palabra se encuentra devaluada siendo necesario interpretaciones que se realicen en acto con el fin de ir instalando un espacio transferencial que permita el desarrollo de la cura. En este sentido, el analista debe implementar un dispositivo que permita el encuentro con lo resistido donde contener implica soportar la emergencia de lo pulsional para realizar la función de corte a la demanda de lo negativo. Es decir, posibilitar que pase de esa relación especular narcisista al aparecer un tercero para re-encontrarse con su historia. Pasar del acto a un proceso de simbolización. De lo no representado a lo simbolizable. De lo resistido a una resistencia que permita establecer una transferencia. Por ello es necesario tener en cuenta el cuerpo como lugar del inconsciente para, desde allí realizar interpretaciones en acto e ir elaborando una estrategia adecuada a cada momento del tratamiento. En este espacio terapéutico vamos a encontrar una superposición de espacios imaginarios, en el que el analista debe entender como un palimpsesto, cuya historia tiene que re-encontrar con el paciente. Es aquí donde lo imaginario se convierte en acceso y posibilidad de lograr eso no representado. De esta manera, permite la reconstitución de la experiencia imaginaria: la solicitación de la mirada, de la voz, del gesto. Moviliza el afecto que de otra manera permanece negado y segregado de la palabra. Sin embargo se corre el peligro, por la intervención directa del analista, de apuntalar al padre ideal. Lo cual exige del analista interiorizar al tercero ausente. [5]       

Si entendemos que la subjetividad se construye en la intersubjetividad  hoy no podemos dejar de lado una realidad que se manifiesta en una cultura que genera una comunidad destructiva. Una comunidad donde la afirmación de uno implica la destrucción del otro. Sus efectos en la fragmentación del tejido social implica dar cuenta de esos monstruos que generan situaciones traumáticas. [6] Es decir, no solo debemos escuchar la realidad fantasmática del sujeto sino también esa realidad que se manifiesta como no-representable y no-simbolizable. Las dificultades que nos plantea no están fuera del marco de la teoría freudiana pero nos determinan nuevos desafíos teóricos y clínicos.

Bibliografía

Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente

                                  El paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, Topía

                                  Editorial, Buenos Aires, 1999.

                                  “El giro del psicoanálisis” Topía en la Clínica, N°5, marzo de 2001.

                                  “Spinoza: un pulidor de lente para seguir confiando en la vida”.

                                   Topía revista N°30, noviembre de 2000.

                                  “De la clínica de lo negativo al trabajo con la pulsión de muerte”

                                   Topía en la Clínica N°3, marzo de 2000.

                                   “La interpretación no abarca el conjunto de las intervenciones del

                                     analista” Topía en la Clínica N° 4 julio de 2000.

                                    “Fulgores del malestar” revista Mal-estar, psicoanálisis/cultura,

                                    Año 1, N° 0, julio de 2001.

Freud, Sigmund,  Conferencias de introducción al psicoanálisis. Parte II. Doctrina general

                           De la neurosis. 28° conferencia. La terapia analítica. (1917) Tomo 16

                           Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1979.

                           Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños. A) los

                          limites de la interpretabilidad. (1925) Tomo 19, ídem anterior.

                          Más allá del principio de placer. (1920) Tomo 18, ídem anterior.

                          El yo y el ello. (1923) tomo XIX, ídem anterior.

                          El malestar en la cultura. (1930), Tomo XXI, ídem anterior.

Missenard, A.; Rosolato, G.; Guilleumin, J. Y otros, Lo negativo. Figuras y modalidades.

                                  Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1991.

Spinoza, Baruch,  Etica, editorial Aguilar, Buenos Aires, 1982.

Kristeva, Julia,  Las nuevas enfermedades del alma. Cátedra, Madrid, 1993.

Winnicott, D.W.,  Realidad y juego, editorial Gedisa, Barcelona, 1979.

*Publicado en la revista “Dialogantes”, Buenos Aires, 2002.

[1] El presente artículo es una actualización de algunos conceptos desarrollados en el libro Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos. Los mismos fueron realizados a partir del trabajo en intervención en situaciones de crisis en el Servicio de Atención para la Salud (SAS) durante los años 1985-1995.   

[2] Son importantes las teorizaciones acerca de los primeros fundamentos del psiquismo para que los analistas podamos pensar lo no representado. Entre ellos podemos encontrar los conceptos de originario y pictograma de Piera Aulagnier; las nociones de yo-piel y envoltura sonora de Didier Anzieu; la teoría de la histeria arcaica de Joice McDugall y la teoría de seducción generalizadora de Jean Laplanche. Lo que encuentro en las mismas es que ninguna incorpora el concepto de pulsión de muerte como el elemento fúndante del psiquismo. Por ello las reflexiones que estoy desarrollando intentan dar cuenta de los efectos de un aparato psíquico, considerados desde las ideas que introduce Freud a partir de Más allá del principio de placer. De esta forma los conceptos de “espacio-soporte” e “imago corporal” como representación inconsciente primaria intenta dar cuenta de estos primeros fundamentos de la constitución del psiquismo para poner en evidencia que el deseo inconsciente no remite solo a lo reprimido, sino también a lo que no ha sido representado y que, por lo tanto no es representable por el acto de hablar. Para un desarrollo de estos conceptos Carpintero, Enrique, “De la clínica de lo negativo al trabajo con la pulsión de muerte”, Topía en la Clínica N°3 marzo de 2000.       

[3] “Los monstruos con que debemos trabajar en nuestros consultorios no son solamente  producto de la fantasía o el delirio, sino también de un exceso de realidad. Este refiere a una subjetividad construida en la fragmentación y vulnerabilidad de las relaciones sociales...en este sentido, Freud estableció la especificidad del psicoanálisis al comprender los efectos de la realidad de la fantasía. Hoy debemos incluir lo traumático que produce el exceso de realidad, en la perspectiva que desarrolló cuando introdujo el concepto de pulsión de muerte”. Carpintero, Enrique, “El giro del psicoanálisis”, Topía en la clínica N°5, marzo de 2001.

[4] Esta idea de “potencia de ser” proviene de Spinoza y permite entender un sujeto constituido por un aparato psíquico como necesidad y potencia. Carpintero, Enrique “Spinoza: un pulidor de lentes para seguir confiando en la vida”, Topía revista Año IX, N°30, noviembre de 2000.  

[5] En esta perspectiva como plantea Julia Kristeva “ lo imaginario como lugar de operación de lo negativo en tanto es tránsito entre oralidad y analidad, adentro-afuera, semiótico-simbólico, acto-pensamiento, permitirá comprender mejor el estatuto y los riesgos de las curas ‘sin diván’”. Kristeva, Julia, Las nuevas enfermedades del alma, Cátedra, Madrid, 1993.

[6] En la actualidad el desarrollo de los movimientos sociales (asambleas barriales, organizaciones piqueteras, redes solidarias, empresas comunitarias, etc.) permiten enfrentar la fragmentación social con el surgimiento de nuevas identidades colectivas. Sus consecuencias implican la práctica del psicoanálisis al con-mover identidades profesionales e institucionales establecidas que debemos modificar si queremos dar cuenta de las demandas que nos plantea la actualidad de nuestra cultura.

 

 
Articulo publicado en
Septiembre / 2009

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