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La insoportable levedad del consumo musical

 

El se cansó de hacer canciones de protesta
Y se vendió a Fiorucci
Charly García, Transas (1983)

Los jóvenes de ayer discutíamos algunas cosas que hoy parecen insólitas. Una de ellas era la oposición entre la “música comercial” y la “música no comercial”. Por supuesto, quienes dividíamos de este modo las artes, descalificábamos todo lo que entrara en la primera y estábamos resueltamente a favor de la segunda. En el primer grupo entraba la música hecha con el lucro como principal propósito. Allí entraba desde cierta música “melódica”, la música hecha para bailar (pasaron algunos años hasta conocer los orígenes de la música disco como música de minorías), todo el “pop” diseñado para atraer a todos y todas (aunque entonces no hacíamos dichas distinciones). En fin, todo lo hecho sólo para “vender”. Del otro lado estaba el rock, el jazz, el jazz rock, nuevos aires de tango y folklore. En síntesis, todo lo que fuera búsqueda y experimentación. La discusión terminó en los 80. Algo había cambiado, pero no era la música solamente. Pero me llevó tiempo entenderlo.

No hay músicas por fuera de nuestros tiempos. Una obviedad, pero hay muchos que consideran que la música no sólo es inmaterial, sino atemporal. Las experiencias musicales siempre estuvieron determinadas por los tiempos económicos y políticos, tal como lo demuestra Jacques Attali en su libro de 1977, Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música. En el momento de publicación de dicho texto, se estaba produciendo la transmutación de la economía y la política mundial del capitalismo del llamado Estado de Bienestar al actual capitalismo financiero. Attali intuye los cambios al denunciar la repetición y la mercantilización de la música, pero se ilusionaba con la posibilidad del surgimiento de una sociedad y una música nueva, en lo que designa como “composición”, donde surgiría el acto libre y el “disfrute del ser en lugar del tener”: “la composición libera el tiempo para vivirlo y no ya para almacenarlo. Ella se mide, pues, según la amplitud del tiempo vivido por los hombres, viniendo a sustituir al tiempo almacenado en mercancías.

La música es una mercancía como las demás: debe renovarse permanentemente

Antes de responder veamos los hechos que transformaron en 40 años las experiencias musicales de hoy y atraviesan clases, géneros y generaciones.

Por un lado, los avances tecnológicos llevaron a la música a lugares y situaciones impensadas. Esto llevó a una mayor difusión de lo que ya había logrado el inicio de la reproducción musical en los inicios del siglo XX. La cronología es impactante. En 1979, la invención del walkman permite llevar nuestros casetes en nuestro cuerpo a cualquier lugar. En 1982 se empiezan a comercializar los primeros discos compactos (CD) que reemplazaron a los discos de vinilo en pocos años. En 1990, el discman hace que se puedan reproducir CD’s de la misma forma que un walkman. En los 90 se difunden las computadoras personales. Y se dan casi simultáneamente la posibilidad de grabar y copiar CD’s de audio y la difusión de la música por archivos más “livianos” en la compresión mp3. La difusión de internet permitió el compartir estos archivos de audio, que eleva exponencialmente la difusión de música sin pagarle a las discográficas (principales perjudicadas), que comenzaron la campaña de criminalización de este acto (que va desde el cierre de Napster en 2001 hasta el reciente cierre de Grooveshark en 2015). La difusión de mayor ancho de banda de internet, sumada a la telefonía celular, masificó la audición vía streaming. Al día de hoy, gran parte de la música está “disponible” teniendo conexión a internet, ya sea con propagandas (como en youtube) o por menos de US$ 10 al mes en los servicios Premium de Applemusic o Spotify (que a la fecha tienen 100 millones de usuarios en todo el mundo). Por supuesto, sólo oír por un rato, mientras uno esté suscripto o tolere la invasión de propaganda entre cada tema. Muchos destacan sólo esta evolución (innegable) subrayando la supuesta “democratización” que permite la posibilidad de elección y la llegada a millones de la música. Pero hay otros millones en juego.

Se produjo una variedad de nuevas experiencias musicales subjetivantes en distintas situaciones, clases sociales, generaciones y puntos del planeta

Por otro, la mercantilización creciente de todas las experiencias musicales aumentó exponencialmente. En estos años, los formatos han cambiado una y otra vez, vender una y otra vez la misma y la nueva música. Muchos tenemos varias versiones del mismo disco favorito (vinilo, CD y ahora mp3). Hasta podemos ir a un recital donde el músico lo toca idéntico de principio a final. A la vez, se ha producido una inundación de música en nuestra vida cotidiana. No importa si pagamos o no por ella. Ya es un negocio para alguien que la tengamos en cada momento, porque pagaremos tarde o temprano. Nuestro universo se ha llenado de música, que en muchos casos no elegimos. La música es una mercancía como las demás: debe renovarse permanentemente. Además, se ha incrementado su uso para vender otras. Se utiliza como música de fondo en lugares públicos y negocios, en infinitas propagandas, como telón de fondo de auspiciantes de eventos musicales, hasta para vender modelos nuevos de teléfonos celulares. Y la lista podría continuar. Esta otra cara ha sido denunciada una y otra vez desde hace tiempo. Ni siquiera T. W. Adorno podría haber imaginado cómo iba a aumentar aquello que consideraba la “regresión” en la escucha musical.

Ahora sí, ¿en qué quedó lo que sugería Attali en su libro?

Fue y no fue cierto.

Por un lado, los avances produjeron una llegada mayor de la música. Esto produce una variedad de nuevas experiencias musicales subjetivantes en distintas situaciones, clases sociales, generaciones y puntos del planeta. Enumerarlas sería imposible. Sólo unas pinceladas alcanzan para vislumbrar su variedad. La cantidad de eventos de música en vivo de los múltiples géneros y subgéneros del rock, del jazz, de cada música regional, etc. Muchas experiencias musicales son ceremonias casi religiosas, como lo fueron los recitales de Los redonditos de Ricota y ahora lo son los del Indio Solari. Los entrecruzamientos de géneros han dado a luz a nuevos para situaciones específicas, como ha sucedido con la música electrónica, que no es un mundo, sino varios. Los eventos de música en lugares insólitos como museos, performances novedosas y situaciones singulares donde no había habido música. El lector puede seguramente completar la lista de eventos musicales que dejan huellas perennes en nuestra subjetividad.

Mucha música se ha vuelto evanescente, para multiplicar las variantes de su venta y consumo serial.

Pero su multiplicación en el seno del capitalismo tardío hizo que perdiera la fuerza y la visibilidad que tenía en otro momento. Lo mismo sucede con otras expresiones del arte.

Pero… por otro lado, en su mucha música se ha vuelto evanescente, para multiplicar las variantes de su venta y consumo serial. Una música sin cuerpo, que deje huellas fugaces en la arena de nuestra subjetividad. Una música para consumir y desechar. Para ello se redujo la música a su mínima compresión: oír sonidos “agradables” sucediéndose en una playlist renovada e interminable para cualquier situación de la vida. El propio acto de consumo eclipsa la experiencia corporal que nos implica la música. En clases medias y altas, con la compra de un disco de vinilo de colección, que han vuelto a la moda. Para por fin tener un objeto que pocos tienen y argumentar lo bien que suena. O la asistencia a un espectáculo, donde muchas veces más que escuchar se usan para grabar o para poder sacar selfies para mostrar que se ha participado en la experiencia. O sea, publicar que se estuvo más que estar allí. Un ejemplo de esto sucedió en el concierto que dio el pianista Keith Jarrett en el Teatro Colón de Buenos Aires. Aunque Jarrett había solicitado expresamente que nadie sacara fotos debido a que son conciertos de improvisación y necesita el silencio para su concentración, el público continuó haciéndolo. Ante esto, se retiró de escena varias veces. Se pidió que cesaran los juegos con los celulares. La última vez gritó al público que no sacaran fotos y que no grabaran no sólo porque lo desconcentran. Enfurecido dijo: “ustedes sacan fotos y graban el recital, después lo suben a internet. ¿Y qué tienen? Nada de nada.” Eso es lo que queda después del consumo evanescente: consumir música, más que vivirla, saborearla, degustarla en las múltiples experiencias que nos posibilitarían la cantidad de avances. Pero es consumir para quedarse con sabor a nada. Y querer más nada.

Ante esto, quiero suponer, nos oponíamos a fines de los 70. Que la música se volviera solamente objeto de consumo hecho a la medida de cada clase y generación. Desde ya, toda música implicaba una forma específica de inserción en la economía de ese y este momento. Pero una cosa era difundir y vender para que los músicos pudieran vivir de eso y otra cosa es crear sonidos sólo para ser consumidos.

Si el debate sobre música comercial y no comercial ha terminado, es porque las formas de dominación del capitalismo actual han naturalizado que todo se compra y se vende

Si el debate sobre música comercial y no comercial ha terminado, es porque las formas de dominación del capitalismo actual han naturalizado que todo se compra y se vende. Así dicen que es el mundo. Y si hay experiencias musicales diferentes, quedan diluidas frente al pensamiento hegemónico de que toda la música tiene que venderse en el mercado. Para una minoría de músicos, permite hacer negocios millonarios a variadas empresas, de los cuales los trabajadores obtienen alguna parte de esas ganancias. Sí se genera aún más plusvalía, algún rédito mayor. Pero para la gran mayoría de los músicos es una necesidad de subsistencia. A lo largo de la historia, los músicos han vivido de su trabajo, en condiciones parecidas a la mayoría de la población. Hoy, con una precarización creciente. El mito del músico rico y reconocido es un porcentaje tan ínfimo como el de los supermillonarios en la sociedad. Por eso, los músicos buscan en propias organizaciones que los protejan frente a las empresas. Ha sido así a lo largo de la historia, con las editoriales de música, los organizadores de espectáculos, las discográficas, etc.

Cuando Charly García compuso el texto del epígrafe fue una reacción irónica ante las críticas por haber sido uno de los primeros que aceptó publicidad para un recital en 1982. Los tiempos estaban cambiando. Hoy es moneda corriente y hasta necesaria. Los espectáculos masivos necesitan la promoción de algún objeto de consumo para cubrir sus costos.

Mucha música se ha vuelto evanescente, como pretenden de todos nosotros. “Música líquida” para una “vida líquida”, sentenciaría Zygmut Bauman. Pero, aunque minoritarios, somos muchos los que nos oponemos a la precarización de la experiencia musical, entre otras tantas, que nos quieren vender sólo como grandes avances.

 

(Viñeta de Harlodo Meyer)

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Articulo publicado en
Julio / 2016

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