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El mal y el bien son inmanentes a nuestra condición humana

 
Editorial Revista Topía Agosto/2012

A mi amigo Sergio Dibarboure, un hombre de bien

 

Cuando hablamos del mal no podemos evitar referirnos al bien ya que no existe uno sin el otro. Esto nos lleva a un problema en el que se juegan cuestiones éticas, morales y de cómo se construye la subjetividad. Es indudable que se trata de un término en el que vamos a encontrar una serie de fenómenos personales, sociales e históricos donde aparecen asesinatos, violaciones de toda índole, guerras, genocidios y todos aquellos actos que se caracterizan por poner en juego lo siniestro; es decir, la perversidad propia del ser humano. Históricamente se ha abordado la cuestión del mal tratando de fundamentarlo desde una fuerza diabólica sobrenatural o, por lo contrario, formando parte de nuestra estructura genética.[1]

Sin embargo el mal y el bien todavía siguen teniendo resonancias teológicas asociados con la fuerza del Demonio y de Dios. Por ello creemos necesario sostener que su posibilidad es propia de la condición del ser humano que debe dar cuenta de una subjetividad construida en la relación con otro en el interior de una cultura.[2]

 

El angel caído

 

¡Cómo caíste del Cielo, oh, Lucifer

Hijo de la mañana!

¡Cortado fuiste por tierra!

¡Tú que dominabas a la gente!

¡Tú que en tu corazón decías, seré más alto que el Cielo!

¡Me exaltarán más que a las estrellas de Dios!

¡Seré en verdad el líder supremo!

¡En el lugar privilegiado!

¡Seré igual al más alto Dios!

Pero serás arrojado al Infierno,

al fondo del sepulcro.

Y todos los que te vean, te despreciarán.

Isaías 14:12

 

Desde una concepción religiosa el Mal[3] es explicado básicamente desde tres perspectivas:[4]

1º) Las poderosas fuerzas malignas externas seducen, conjuran, corrompen o avasallan al individuo, llevándolo a cometer actos perversos. Esta es una de las más antiguas explicaciones religiosas del Mal. De aquí proviene la idea de que el ser humano es naturalmente bueno ya que su maldad proviene de las injusticias de la sociedad. Esto es lo que sostenía Juan Jacobo Rousseau y todos los que pretendieron construir sociedades utópicas.

2º) Las personas tienen libre albedrío. Esto lleva a que sus corruptos apetitos los inducen al pecado.

3º) Lo que plantea San Agustín: el Mal no es un principio activo, sino una ausencia de virtud. Así como el frío es ausencia de calor y la oscuridad la ausencia de luz, el Mal es una insuficiencia de Bien.

Desde las primeras épocas de nuestra historia los seres humanos temían a los fenómenos naturales. Creían que en ellos habitaban seres ocultos por lo cual todo objeto animando o inanimado debía tener un espíritu; podían ser benévolos o malignos y desempeñaban un papel fundamental en todas las actividades que se realizaban. Estos fueron evolucionando en la imaginación hasta crear los dioses de las religiones politeístas. Si en un primer momento se los utilizaban para aplacar los temores y cubrir las necesidades luego sirvieron para controlar a la población con fines políticos y de poder. Al poner un rostro al Mal se demonizaba, perseguía y eliminaba a todas las personas que se acusaba de tener tratos con los dioses malignos.

El judaísmo fue la primera religión monoteísta que en sus orígenes no creía en la existencia de un demonio. Solo creía en Yahve que era todopoderoso y el Mal que se experimentaba era un plan de Dios que no podía tener una comprensión humana. En los libros de la Tora podemos leer la presencia de un Dios bueno pero también de un Dios vengativo y cruel. La concepción del demonio fue trasmitida a los israelitas durante su exilio en Babilonia por el zoroastrismo. Esta antigua religión creada por el profeta Zoroastro en el años 125 a. de la E.C. sostenía que Dios es la suma de la perfección y el Mal proviene del Diablo. Sin embargo la existencia del Diablo no logra un consenso general entre los judíos religiosos que atribuyen la maldad a la condición humana.

Es el cristianismo quién crea la idea del Demonio para explicar de manera sistemática la maldad y el sufrimiento humano. Las ideas de la antigüedad son retomadas por el cristianismo y la representación de dioses buenos y malos son sustituidos por los personajes de la fe cristiana: Dios y el Diablo.

Lucifer, que en hebreo significa “portador de la luz de la mañana” o “verdad antes de conformidad”, era un ángel caído. En un principio era el hijo predilecto de Dios. Su transformación es narrada en Isaías donde Lucifer es arrojado del cielo por dirigir un  gran ejército de ángeles descontentos contra Dios. De allí que recibe el nombre de Satanás que significa “enemigo” o “adversario” y es expulsado a la tierra y al infierno.[5]

Durante muchos siglos el clero cristiano no se opuso enérgicamente a los antiguos dioses paganos. Sin embargo a partir del siglo XV su autoridad estaba establecida para lanzar una campaña contra todas las creencias desde el paganismo hasta el judaísmo y el islamismo y así afirmar el poder de la iglesia de Roma. El resultado fue quinientos años de Inquisición donde se perseguía y asesinaba acusando de brujería a todos aquellos que desafiaban su poder absoluto en todas las áreas de la sociedad en la Europa feudal.

Los dominicos Jakob J. Prenger y Heinrichi Kramer crean un manual de demonología cristiana llamado Malleus Maleficarum (del latín “Martillo de Brujas”) donde ofrecen un tratamiento sobre todas las formas de reconocer y procesar a una bruja. Durante siglos este texto sirvió de base y justificación para las más horribles torturas y asesinatos con el fin de disciplinar al conjunto de la sociedad que debía ser regida por los dogmas de la Iglesia. Esta imponía una imagen de miedo y de condenación eterna en nombre del Mal. Con la excusa de salvar el ser humano del infierno transformaron la tierra en un infierno.

Hoy en día esta doctrina ha variado sus castigos. Pero el cristianismo esta presente en nuestra cultura occidental para estigmatizar con el Mal a los otros, los diferentes, los que consideran bárbaros.  

 

Para Spinoza el Mal no existe

 

El gran secreto del régimen monárquico y su interés profundo consiste

en engañar a los hombres disfrazando con el nombre de religión el temor

con que los esclavizan, de tal modo que combaten por su servidumbre

cuando creen que luchan por su salvación.

Baruch Spinoza, Tratado teológico político 

 

En el Siglo XVII Baruch Spinoza realiza una lectura sistemática de los textos religiosos para cuestionar las interpretaciones de las jerarquías religiosas. Sostenía que se debía interpretar libremente esos textos sin que fuera necesaria la opinión de los sacerdotes. Esta perspectiva teológica-política lo llevaba a decir que la supuesta sabiduría de los representantes de la Iglesia era sólo un medio para dominar a la población.

La consecuencia de esta posición fundada en su rigurosa filosofía fue la excomunión. El Herem, que es una maldición eterna, prohibía a cualquier miembro de la comunidad judía leer sus libros, dirigirle la palabra, acercarse físicamente a menos de dos pasos y estar bajo el mismo techo. Perseguido durante toda su vida intentaron apuñalarlo a la salida de una sinagoga en Ámsterdam. El odio y el resentimiento siguieron hasta después de su fallecimiento. Al tiempo de haber muerto escribieron sobre su tumba: “Aquí yace Spinoza ¡Ojalá su doctrina quede aquí también sepultada y no se propague su pestilencia!”.[6]      

El único libro que publicó en su vida fue el Tratado teológico político utilizando un seudónimo para evitar el castigo del poder representado por los curas cartesianos de toda Europa. Allí realiza un cuestionamiento político a las religiones ya que engañan a la población para someterlas al poder de su doctrina.[7]

La Ética demostrada según el orden geométrico es su libro fundamental. Es en la primera parte donde refuta la concepción del Dios judeo-cristiano. Es decir un Dios persona, omnipotente y omnisciente, con poderes para castigar y premiar, un Dios que establece que es el Bien o el Mal. Para Spinoza Dios es la Naturaleza (Deus sive natura). Dios es inmanente no trascendente. Una causa inmanente esta “junto a” o “dentro” de aquello que causa. Por ejemplo la naturaleza de un círculo es la causa inmanente de su redondez. Lo que afirma Spinoza es que Dios no está fuera del mundo y lo crea, Dios existe en el mundo y subsiste junto con aquello que crea. Dios es el mundo y todo lo que lo constituye. Por ello lo que propone es que la Naturaleza como potencia, como naturaleza naturante, es Dios. La Naturaleza es “causa de sí”, es decir existe por necesidad y no puede ser de otra manera.[8]

En el universo todo forma parte de una sola sustancia, todo lo que hay es una sola sustancia a la que podemos llamar Dios o la Naturaleza. De los infinitos atributos de esa sustancia sólo conocemos dos: el modo pensamiento y el modo extensión (el cuerpo). Pero entre ambos modos no hay correspondencia, ni prioridad, ni subordinación. Lo que aparece en un modo también se encuentra en el otro. Una consecuencia de la teoría de la mente de Spinoza es que la inmortalidad personal no existe. En la medida que los actos mentales tienen siempre su correlato en el cuerpo, cuando este muere lo mismo sucede con la mente. Esta perspectiva cuestiona la separación cartesiana entre alma y cuerpo. Aislando la mente del cuerpo se aseguraba que las doctrinas religiosas sostuvieran el poder eclesiástico al establecer -entre otras cuestiones- que eran el Mal y el Bien y en que condiciones el alma podía estar en el Cielo o en el Infierno. Para Spinoza sólo hay un reino en el mundo: el de Dios o la Naturaleza. Los seres humanos pertenecen a este reino de la misma forma que las piedras, los árboles y los gatos. De esta manera subvierte siglos de ideas religiosas que habían colocado al ser humano en un lugar especial.[9]

Algunos sufrimientos de los seres humanos provienen de formarse ideas inadecuadas producto de la imaginación. La idea imaginativa es inadecuada por que no conoce su causa. Sólo conocemos el efecto y, por lo tanto, no esta en condiciones de representar la cosa tal cual es, no puede explicarla. Es una idea falsa, es decir es una idea confusa. Pero el ser humano tiene capacidad de otra forma de conocimiento ligado a su razonamiento de formarse ideas adecuadas sobre lo que es necesario y asienta su conatus, su deseo para aumentar su potencia de vida y preservarse en su ser. Esta debe ser una razón apasionada. Una razón que encuentre nociones comunes entre las cosas. A diferencia de las ideas inadecuadas, ideas de la imaginación, que reemplazan a una cosa por la imagen, la noción común, idea de la razón, representa lo que la cosas es. Explica lo que la cosa me afecta.

En el sistema de Spinoza donde el alma y el cuerpo actúan conjuntamente y en donde el intelecto y la voluntad son la misma cosa no se trata de dejar la imaginación sino de manejar nuestra imaginación. No se trata de eliminar el deseo sino de aprender a querer. No se trata de dejar de sentir, sino de activar los sentimientos.[10]

De este modo para Spinoza las ideas del Bien y del Mal están ligadas a supersticiones e ideas confusas de la imaginación que son aprovechadas por las religiones. De allí su afirmación que bueno es lo que aumenta nuestra potencia acompañada de un sentimiento de alegría (el amor, la solidaridad, etc.) y malo es lo que disminuye nuestra potencia acompañada de un sentimiento de tristeza (el odio, la depresión, la melancolía, etc.). Como afirma en la correspondencia que mantiene con Willen van Blijenbergh: si un sujeto hace un acto malo no comete un pecado simplemente devasta su vida y la de los demás en el colectivo social.[11] Por ello hay otros valores para medir su acto: morales, sociales, políticos, higiénicos, etc.

Los tres factores básicos que componen la estructura afectiva de los sujetos son el deseo, la alegría y la tristeza. En este sentido un Bien o un Mal absoluto sólo sirven para fomentar la superstición y poder dominar al conjunto de la sociedad.[12]

En su obra critica a los filósofos y teólogos que tratan las pasiones como si fueran pecados o vicios. Estas forman parte de nuestra condición humana y sólo a partir de su reconocimiento se puede llegar a un conocimiento verdaderamente racional. Este es su mandato ético: enfrentar las pasiones tristes con la fuerza de una razón apasionada sostenida en las pasiones alegres.[13]              

 

El odio primario

 

El narcisismo ético del ser humano debería contentarse con saber que en la

desfiguración onírica, en los sueños de angustia y de punición, tiene

documentos tan claros de su ser moral como los que la interpretación de

los sueños le proporciona acerca de la existencia e intensidad de su

ser malo. Está por verse si llegará en la vida a algo más que a la hipocresía

o a la inhibición quien, no satisfecho con ello, pretenda ser <mejor>

de lo que ha sido creado.”

Sigmund Freud, Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños.

 

Freud no es un filósofo de la moral. No le interesa analizar los significados del mal y el

bien o de lo correcto y lo incorrecto. Sin embargo, su comprensión del sujeto ha permitido entender porqué elegimos y decidimos lo que hacemos, que lugar ocupa el inconsciente, como aparece y se desarrolla la conciencia y que papel juega la razón y lo que llamamos los factores estructurantes del proceso primario.

Estos últimos son producto del estado de desvalimiento que vive el niño al nacer ya que su cuerpo lo siente fragmentado y vacío. De esta manera necesita de un otro significativo que constituya lo que llamamos un espacio-soporte afectivo, libidinal, imaginario y simbólico en el cual la “mater-materialidad ensoñada” -al decir de León Rozitchner-[14] produce una encarnadura en el cuerpo que le permita soportar sus fantasías de muerte y destrucción y encontrarse con sus pulsiones de vida, Eros. Su Yo primitivo se sostiene en un narcisismo primario cuyo prototipo es el seno materno. En esta etapa el principio de displacer-placer establece que todo lo que atente contra la satisfacción pulsional del Yo de placer absoluto es malo. Todo lo frustrante, todo lo generador de dolor y angustia es ajeno al Yo y se proyecta al mundo exterior. El placer absoluto es la sede de la bondad, mientras lo malo es ajeno. De esta manera se constituye un odio primario, una negatividad radical hacia lo ajeno al Yo de placer absoluto que son el motor de la violencia destructiva y autodestructiva propia de lo que denominamos la-muerte-como-pulsión.[15]

El niño va saliendo de ese estado de desvalimiento a partir de un proceso facilitado por el lugar que ocupa en la relación intersubjetiva con sus padres o sustitutos y con el ambiente familiar y social. Las sucesivas identificaciones primarias y secundarias permitirán la constitución de su Yo real definitivo donde puede discriminar y discriminarse como sujeto, cuya forma particular estará dada por la castración edípica.

De esta manera el interjuego pulsional entre las pulsiones de vida, Eros y las pulsiones de muerte van determinado los avatares de la vida. Pero esto no implica identificar el Eros con el bien y las pulsiones de muerte con el mal ya que los fenómenos de la vida “proceden de la acción concurrente y contrapuesta” de ambas pulsiones. Por ello Freud cuestiona los intentos teológicos o religiosos de disculpar esa agresividad y destructividad: “En efecto, a los niñitos no les gusta oír que se les mencione la inclinación innata del ser humano al `mal`, a la agresión, la destrucción y, con ellas también a la crueldad”, para enfatizar más adelante “…la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano.”[16]

Desde esta perspectiva Freud es muy claro: si bien hay una inclinación a la agresión, a la destrucción y a la crueldad no hay ninguna capacidad originaria en el sujeto para distinguir entre el bien y el mal. A nivel de lo inconsciente no hay contradicción. No conoce juicios de valor; no hay ni bien ni mal, ni moral. Esta ambivalencia se manifiesta en el Yo que debe dar cuenta de sus tres vasallos: el Ello, el Superyó y la realidad exterior.

Ahora bien ¿qué lugar ocupa la cultura en este conflicto? Con las identificaciones primarias el niño “normativiza” su deseo y se in-corpora a la cultura en la cual el Superyó, como heredero del Complejo de Edipo, encuentra en la identificaciones secundarias el ideal que está plasmado, plantando sus reclamos a través de la “conciencia moral”. Por lo tanto, la constitución de la cultura es la renuncia a lo pulsional, que deriva en la culpa individual y colectiva, en tanto a lo que se renuncia es a la expresión manifiesta del parricidio y el incesto producto de la-muerte-como-pulsión.[17]

Como señalamos anteriormente el sujeto tiene una inclinación agresiva producto de la pulsión de muerte, en la cual la cultura encuentra su obstáculo más poderoso, y vuelve inofensiva esta agresión interiorizándola a través del Superyó que, como “conciencia moral”, ejerce sobre el Yo la agresión que hubiera realizado sobre otro. En este sentido lo malo o lo bueno no son algo innato; malo sería perder el amor de los padres, bueno sería tenerlo. Socialmente malo no es lo que se hace, sino su descubrimiento por parte de la autoridad. A esto, que es angustia frente a la pérdida de amor, Freud lo llama “angustia social”.

Desde el eje Yo ideal-ideal del Yo parte una comprensión de los fenómenos de las masas, en el que además de un componente individual se halla un componente social: el ideal común de una familia, una comunidad, un Estado, una nación. Existe un grado de confianza posible a partir de la seguridad de un soporte imaginario y simbólico para que en el conjunto humano se establezcan lazos libidinales que permitan que la cultura se constituya en un espacio-soporte de la emergencia de lo pulsional. Cuando este soporte narcisista se quiebra aparece una situación de crisis en la que se desencadena una angustia necesaria que se evita encontrando el objeto que genera miedo. Allí se puede socialmente tomar conciencia para establecer lazos de solidaridad para enfrentar esa situación o se puede dar circunstancias sociales en las que la cultura dominante hace desaparecer la conciencia como plantea Freud en Psicoanálisis de las masas y análisis del yo. Esta situación permite entender fenómenos sociales donde el poder busca un otro al que se le asigna el lugar del bárbaro como representación del Mal a quien hay que eliminar. La conciencia desaparece y no hay represión que permita contener la negatividad radical que abarca el conjunto social a través de los procesos transubjetivos[18]. Si esta negatividad radical propia del odio primario es característica de la perversión en las perversiones sociales encuentra el Mal en grupos humanos que se transforman en “chivos expiatorios” pasibles de las mayores atrocidades.

Esto nos lleva a diferenciar culturas que tienden a que se desarrolle este malestar y otras que permiten desplazar la agresión a partir de una organización social que genere lazos sociales y permita el desarrollo de la creatividad del sujeto. Aunque esto no implica la “ciudad de la utopía”, es decir una sociedad perfecta ya que siempre hay un “malestar sobrante” que nos habla de la “anormalidad que nos hace humanos”.[19]

Esta circunstancia nos lleva a la necesidad de hacernos responsables de nuestra condición pulsional como plantea Freud en relación a los sueños: “… uno debe considerarse responsable por sus mociones oníricas malas. ¿Qué se querría hacer, si no, con ellas? Si el contenido del sueño -rectamente entendido- no es el envío de un espíritu extraño, es una parte de mi ser; si, de acuerdo con criterios sociales, quiero clasificar como buenos o malas las aspiraciones que encuentro en mí, debo asumir la responsabilidad por ambas clases, y si para defenderme digo que lo desconocido, inconsciente reprimido que hay en mi no es mi <Yo>, no me sitúo en el terreno del psicoanálisis.” Y continúa “… Por lo demás, ¿de qué me serviría ceder a mi orgullo

moral y decretar que, con miras a las valoraciones éticas, me es lícito desdeñar lo malo del ello, y no necesito hacer de mi yo responsable de eso malo? La experiencia me muestra que, empero, me hago responsable, que estoy compelido a hacerlo de algún modo.” [20]

Es decir, si nos habita el mal también podemos encontrarnos con el bien, el Eros de allí la necesidad ética de hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos. Pero también para enfrentarnos a aquellas ideologías cuya cohesión social se sostiene en el odio hacia el otro como representación del Mal.

 

El mal radical

 

Ya no creemos en el mal, sino sólo en actos malvados que pueden

Explicarse mediante la ciencia de la mente. El mal no existe, y creer

en él es sucumbir a la superstición, como cuando uno mira debajo

 de la cama por la noche o tiene miedo a la oscuridad. Pero hay

individuos para quienes no encontramos respuesta fáciles, que hacen

el mal porque son así, porque son malvados.

Johon Connolly, Todo lo que muere

 

Durante el Siglo XX el mal se presenta con una visibilidad agobiante: el genocidio Belga en el Congo, el armenio realizado por los turcos, el Gulag de Stalin, Hiroshima, Nagasaki, Ruanda, la dictadura militar en nuestro país y podríamos seguir con una larga lista. Pero es el nombre de Auschwitz quién simboliza todas estas formas extremas del mal. La industria de la muerte que construyó el nazismo supera lo comprensible. Es algo que se trata de entender pero que no se puede reconciliar con la condición humana. Este mal radical excede el marco de razonamiento en tanto se ubica en lo no representable, lo no pensable, lo no nombrable; rompe con todos los parámetros aceptados de la moral.

El concepto de “mal radical” lo introduce Kant. La ética kantiana se define a partir del “obrar de tal modo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torna ley universal.” Este “para todos” toma la forma de una ley a la que todos deben quedar sujetos. El “mal radical” es la tendencia a desobedecer esa ley. De esta manera Kant distinguió tres grados del mal: 1º) se debe a la fragilidad de la naturaleza humana; 2º) a la impureza, es decir “mezclar causas impulsoras amorales y morales” y 3º) a la malignidad de la naturaleza humana.[21]

Esto último es lo que cuestiona Hannah Arendt con la idea de “Banalidad del mal”. Cuando analiza el juicio a Eichmann al considerarlo un burócrata asesino lo condena mucho más que si lo juzgara como un monstruo demoniaco.[22] De allí que su posición en relación al mal radical “tiene que ver con esto: hacer que los seres humanos en tanto seres humanos se vuelvan superfluos.”[23] Este es el objetivo del totalitarismo. El nazismo lo llevó hasta sus últimas consecuencias a partir de una multiplicidad de factores sociales, políticos, económicos y culturales. De esta manera el mal surge en conexión con un sistema que lo hizo posible. Pero hay una necesidad de plantear una clausura tranquilizadora de nuestras conciencias creando demonios que lo hicieron posible. Sin embargo sus consecuencias se reproducen hasta la actualidad. Por ello debemos entender sus causas sin pretender justificarlas como hacen las religiones. Es que, como dice Emmanuel Levinas[24], la cuestión del mal nos enfrenta a tres tipos de problemas: 1º) las limitaciones de las teodiceas para dar una respuesta; 2º) la obscenidad que implica justificarlas y 3º) la imposibilidad de reconciliarnos ya que “el mal no es sólo lo inintegrable, sino que además es la inintegrabilidad de lo inintegrable.”[25]

Para finalizar podemos decir que reificar el mal implica pensarlo como una característica ontológica del ser humano cuya consecuencia es resignarnos a convivir con él. Si bien no podemos negar la condición humana de propender al mal debemos hacernos responsables de nuestros actos ya que hacer el mal remite a querer el mal y, en este querer, se pone en juego nuestro deseo.

En este sentido si el odio primario esta en el origen del sujeto ya que el amor se va construyendo en un proceso que determina la relación con uno mismo y con el otro; yo soy con el otro y es con el otro que me constituyo como humano. Esto nos plantea una responsabilidad personal pero también la responsabilidad como sujetos ante males sociales y políticos. El problema es que la mayoría de los sujetos se comportan pasivamente y se rigen por la imaginación aumentado las pasiones negativas y disminuyendo las pasiones buenas. Por ello colectivamente no basta con la ética, que es la vía individual. Se hace necesaria una política basada en una razón apasionada de las pasiones alegres que permitan establecer lazos de solidaridad necesarios ya que para Spinoza el otro completa al sujeto. La relación con el otro aumenta mi potencia y la del colectivo social. Este es el desafío que nos plantea el Siglo XXI.    

                            

Notas

 

[1] Para un acercamiento a una perspectiva genética sobre los orígenes del mal ver Cereijido, Marcelino, Hacia una teoría general sobre los hijos de puta. Un acercamiento científico a los orígenes de la maldad, Tusquets editores, Buenos Aires,  2012

[2] Carpintero, Enrique, “La curiosa anatomía del alma”, revista Topía, Nº 53, setiembre de 2008.

[3] Vamos a utilizar “el Mal” con mayúscula cuando se lo entiende desde una perspectiva trascendente. En cambio dejamos “el mal” con minúscula cuando se lo considera como inmanente a nuestra condición humana.    

[4] Goldberg, Carl, Conversaciones con el Demonio. Psicología del mal, Cuatro Vientos editorial, Santiago de Chile, 1999.

[5] Ídem anterior.

[6] Nadler, Steven, Spinoza, editorial Acento, Madrid, 2004.

[7] Spinoza, Baruch, Tratado teológico-político, editorial Porrúa, México, 1977.

[8] Spinoza, Baruch, Ética, editorial Porrúa, México, 1977.

[9] Carpintero, Enrique, “Spinoza y Freud: compañeros de incredulidad”, revista Topía, Nº 51, marzo 2008.  

[10] Para una síntesis del pensamiento de Spinoza leer a Cherniavsky, Axel y Alcatena, Enrique, Spinoza para principiantes, Longseller, Buenos Aires 2007. También Tatian, Diego, Spinoza y el amor del mundo, Altamira editores, Buenos Aires, 2004.    

[11] La correspondencia con Blijenbergh forma un conjunto de ocho cartas -cuatro para cada uno- que las enviaron entre diciembre de 1664 y junio de 1664. Blijenbergh trabajaba en el comercio de cereales y le escribe a Spinoza sobre el problema del mal. Spinoza le contesta creyendo que su interlocutor actúa movido por la verdad pero rápidamente advierte su manía de juzgar como teólogo calvinista. Spinoza romperá su relación tras una visita de Blijenbergh. Estas cartas se pueden leer en la compilación de su correspondencia, Spinoza. Epistolario, Sociedad Hebraica Argentina, Buenos Aires 1950. También hay una versión de estas ocho cartas en Las cartas del mal. Correspondencia Spinoza Blijenbergh, Caja Negra, Buenos Aires, 2006. Para un comentario de estas cartas Deleuze, Gilles, En medio de Spinoza, editorial Cactus, Buenos Aires, 2003.         

[12] Savater, Fernando, La aventura del pensamiento, editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2008.

[13] Carpintero, Enrique, La Alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topia, segunda edición, Buenos Aires, 2007. 

[14] Rozitchner, León, Materialismo ensoñado, editorial Tinta Limón, Buenos Aires, 2011. 

[15] Uso el concepto de “La-muerte-como-pulsión” para dar cuenta de los factores estructurantes del proceso primario y sus efectos en la vida del sujeto: narcisismo primario, angustia primaria, odio primario, funcionamiento a partir del principio de displacer-placer. Su consecuencia es que el sujeto queda atrapado en la negatividad radical.  

[16] Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, Amorrortu editores, Tomo XXI, Buenos Aires, 1979.  

[17] Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999. 

[18] Kaës, René, “El pacto denegativo en los conjuntos trans-subjetivos”, en Lo negativo. Figuras y modalidades, varios autores, editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1991.

[19] Carpintero, Enrique, “Normalidad y normalización. La salud es soporte de la anormalidad que nos hace humanos”, revista Topía, Nº 55, abril de 2005. 

[20] Freud, Sigmund, Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños, Amorrortu editores, Tomo XIX, Buenos Aires, 1979.

[21] Bernstein, Richard, El mal radical. Una indagación filosófica, editorial Lilmod, Buenos Aires, 2005. 

[22] Ídem anterior.  

[23] Arendt, Hannah, La condición humana, editorial Paidós, Buenos Aires 1993. 

[24] Ídem cita 19. 

[25] Levinas, Emmanuel, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, editorial Sígueme, Salamanca, 1977. También El tiempo y el Otro, editorial Paidós, Buenos Aires, 1993.

 

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Articulo publicado en
Agosto / 2012

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