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Morir en el Moyano

 

Lo terrible es que nos traen para que uno no se muera por la calle. Y luego todos nos morimos aquí (…)
Y, sin embargo, existe la muerte. Ella también se corporiza. Pero aquí en el hospicio, sus apariencias son las más terribles. ¿Acaso imaginan el velorio de un loco?

Jacobo Fijman

 

En el invierno de 1990, las y los transeúntes de la Avenida Corrientes se asombraron al encontrar 32 bolsas de plástico negras, rellenas como si fuesen cadáveres, distribuidas entre la vereda y la calle. Cada una de ellas llevaba un cartel que decía Hospital Moyano.

Era la puerta del Centro Cultural Liberarte, dentro del cual se estaba llevando a cabo un recital-espectáculo de protesta. Al público que ingresaba a la sala se lo hacía formar en fila, les revisaban las uñas y la cabeza como si tuviesen piojos, y les hacían lavar las manos en un fuentón con agua helada. Luego, se les entregaba un plato de chapa con un guiso frío e incomible.1

El hospital se asemejaba cada vez más a un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial: usuarias esqueléticas deambulando por los espacios abiertos, otras recluidas en salas desmanteladas por no poder caminar y un hedor nauseabundo proveniente de los baños y la cocina

En aquel invierno habían muerto, por malnutrición y falta de atención, 32 mujeres en el hospital Neuropsiquiátrico Braulio Moyano, de la Ciudad de Buenos Aires. El Frente de Artistas del Borda realizaba aquella jornada de protesta y denuncia sobre las condiciones de vida que los manicomios ofrecían a sus huéspedes. La intervención artística formaba parte del taller de teatro participativo, que buscaba romper con los espacios tradicionales de las presentaciones por considerarlos estáticos y alejados de la realidad.

“Tener ese plato de comida en las manos e intentar comer, era entender que significaba una de las causas de las muertes de esas mujeres: hambre más frío”, aseguraba el coordinador del FAB, Alberto Sava.2

En aquella época, en el Moyano habían más de 1500 mujeres internadas, alojadas en 25 pabellones, gran parte de ellos en condiciones insalubres: falta de mantenimiento e higiene, pisos levantados por obras que nunca se terminaron, vidrios rotos que dejaban pasar el viento y el agua, ausencia de sábanas y frazadas, hacinamiento y la proliferación de enfermedades como tuberculosis y sarna. El hospital se encontraba en la peor situación de los últimos 20 años, según declararon los médicos del propio nosocomio al Diario Crónica.3

Los medios de comunicación llegaban masivamente al lugar para informar lo que estaba sucediendo; un periodista se desmayaba al ver el espectáculo de lo que se usaba como baño, y otro colega vomitaba a causa de las emanaciones nauseabundas de la cocina.4

Un grupo de abogadas del Centro de Estudios Legales y Sociales -CELS- se acercaron al hospital para constatar el estado en que vivían las mujeres allí internadas y encontraron que en muchas ocasiones el alimento era solo mate y que cada tanto recibían un pedazo de pan. Otras veces se les daba solo un vaso de leche; o arroz y papas, pero sin sal, lo cual provocaba el rechazo a ingerir alimentos por parte de algunas pacientes.

Vale la pena remarcar que ese rechazo lógico ante un trato deshumanizado muchas veces se lo considera como parte del proceso de la enfermedad misma, sin tener en cuenta la calidad de la comida que se les ofrece, ni la posibilidad de elegir qué comer o no comer.

A esta terrible realidad se le sumaba no solo la falta de medicación general y psiquiátrica, sino también la ausencia de elementos básicos como alcohol, gasas y jeringas; lo cual provocaba que, ante situaciones cotidianas como caídas, escoriaciones o golpes, el personal del hospital se encontrase con escasos recursos materiales para afrontar el día a día del Moyano, que se agravaba aún más con la llegada del invierno.

El Doctor Naveira Galloso, titular de la Asociación de Profesionales del Moyano, denunciaba que había usuarias que pesaban entre 30 y 40 kilos, que estaban anémicas, desnutridas, y que, en algunos casos, llegaban hasta la catexia (desnutrición extrema). “Están reducidas a piel y hueso”, aseguraba.5

La mayoría de las 32 muertes se produjeron durante un período en el que se había declarado un paro general indeterminado que reclamaba la destitución del director del hospital de ese momento, el Dr. Néstor Marchant, por las reiteradas violaciones a los Derechos Humanos de las mujeres allí internadas.

La subdirectora del Moyano, la Dra. Graciela Gimeno, argumentaba que el problema no había sido la huelga, sino que la raíz del conflicto se había suscitado porque los proveedores habían dejado de abastecer de alimentos al hospital durante la explosión de la hiperinflación.6

Los trabajadores del hospital denunciaban la falta de personal necesaria para atender a tantas usuarias, las condiciones de abandono en que se encontraba el establecimiento y la escasez de recursos con los que contaban para trabajar. “Los responsables de lo sucedido son el ministro de Salud, Eduardo Bauzá y la Subsecretaria Matilde Menéndez. Aquí hace falta un programa social y que los funcionarios dejen de hacer vida de Jet Set”, declaraba el secretario general de ATE, Germán Abdala.7

Los trabajadores del hospital denunciaban la falta de personal necesaria para atender a tantas usuarias, las condiciones de abandono en que se encontraba el establecimiento y la escasez de recursos con los que contaban para trabajar

La propia Menéndez desmentía categóricamente que las muertes se hubieran producido por desnutrición, asegurando que ese número de decesos estaba dentro de lo estadísticamente normal, sobre todo tratándose de mujeres mayores de 70 años, con un promedio de internación de 30 años. En su intento por desligarse de responsabilidades, inculpaba a los diferentes gremios de trabar todo intento de solución y de hacer un aprovechamiento político de las muertes, afirmando que existía una gran diferencia entre lo que el ministerio mandaba y lo que recibían las usuarias, en relación a los suministros de ropas y alimentos administrados por los propios gremios.8

A pesar de las acusaciones cruzadas y las excusas esgrimidas, lo cierto es que el hospital se asemejaba cada vez más a un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial: usuarias esqueléticas deambulando por los espacios abiertos, otras recluidas en salas desmanteladas por no poder caminar y un hedor nauseabundo proveniente de los baños y la cocina.

Sólo se trataba de evadir las consecuencias de lo que estaba sucediendo, sin tener en cuenta que las únicas que estaban padeciendo la situación deplorable del hospital, eran las propias usuarias, cuyo único exceso había sido ser locas y pobres.

Años después de lo sucedido aquel invierno, los expedientes judiciales que se abrieron para investigar las causas de los fallecimientos, quedaron en el olvido y los plazos legales para las investigaciones se vencieron. Una vez más habían quedado muertes impunes dentro del manicomio y nadie podía hacerse cargo, ni asumir responsabilidades por lo ocurrido. La violencia manicomial generaba 32 nuevas víctimas y ningún resposanble.

Mejor decir que callar

Casi diez años después de las siniestras muertes del 90, la situación no mejoró demasiado, la historia volvió a repetirse y las usuarias del Moyano padecieron otro trágico invierno. En julio de 1999, quince mujeres fallecieron a causa del abandono que sufrieron en el mismo hospital. La noticia abrió nuevamente el debate en torno a las condiciones de vida en los manicomios.

Una vez más las y los trabajadores del hospital denunciaban la falta de personal: 700 empleados/as para atender a más de 1500 mujeres, en algunos turnos existía sólo una enfermera para atender a 100 usuarias y en varios servicios sólo había una ducha a compartir entre 100 mujeres. En otros sectores del hospital comían con la mano por falta de cubiertos y la calidad de la comida continuaba siendo lamentable.9

Una inspección de la Defensoría del Pueblo Porteño, realizada ese mismo año, descubrió reiteradas violaciones a los Derechos Humanos padecidas por las usuarias. También se encontrarían colchones rotos, llenos de moho y sin sábanas, techos a punto de derrumbarse, cables eléctricos a la vista y bocas de luz al alcance de la mano que ponían en peligro la vida de trabajadores/as y usuarias.

Se denunciaba además la falta de planes necesarios para que las usuarias pudiesen reinsertarse socialmente: Más del 50 por ciento de ellas podrían haber sido dadas de alta, si hubiesen tenido adónde ir, pero se quedaban allí porque eran pobres y locas, y no podían acceder ni a una vivienda, ni a un trabajo.

La noticia había tomado interés masivo luego de que se descubriera que cuatro de aquellas usuarias, habían fallecido con síntomas de desnutrición, infecciones generalizadas y enfermedades físicas que no habían sido atendidas correctamente, ni a su debido tiempo. La justicia sólo investigaría por “homicidio culposo” el deceso de una de ellas: Susana Vasallo.

Vasallo era una mujer solitaria, de unos 52 años, única hija de una familia de clase media-alta. Al fallecer sus padres, quedó viviendo sola en un departamento de La Paternal, al oeste de la Ciudad de Buenos Aires. Si bien no era una persona acomodada económicamente, tenía un buen pasar.

En noviembre de 1998, de manera involuntaria, fue internada en el hospital luego de que un grupo de vecinos, con los que tenía una relación tirante, llamaran al servicio de emergencias médicas de la Ciudad. Inmediatamente fue trasladada al Moyano en medio de una crisis nerviosa.

Aunque tenía dos primas que vivían a pocas cuadras de su casa, ni ellas, ni ningún otro familiar fueron avisados inmediatamente de su internación. Solo cuatro días después, una de sus primas fue comunicada de lo sucedido y con urgencia fue a verla.

Ella misma relata el estado en que la encontró: “La vi en el Pabellón Bosh, que está en el primer piso. Ya no tenía su ropa y estaba medicada con Halopidol. Tenía moretones en todo el cuerpo y decía que la habían golpeado y sacado a la fuerza de su casa.”10

Vasallo comenzó a tener complicaciones médicas y problemas de alimentación, según su prima por la cantidad de psicofármacos que le daban: “Era una mujer sana que fue chupándose, adelgazando y deteriorándose hasta parecer una pordiosera”11.

Al verla postrada en una cama y con muchos temblores, en abril erradicó varias quejas en el libro de actas del hospital. A pesar de ello, la situación continuaba sin modificarse, por lo que en mayo haría una denuncia en una comisaría cercana al Moyano. Dos agentes llegaron al hospital, y constataron que Vasallo presentaba escaras en la piel, que estaba llamativamente delgada, con las piernas hinchadas y que su desmejoramiento era generalizado.

La denuncia siguió el lento camino de la justicia, pasando de juzgado en juzgado. Cuando finalmente llegó a manos de un juez, ya era tarde, Susana Vasallo había muerto pocos días antes.

El delegado general de ATE, Mario Muñoz, declaraba que las autoridades del hospital le habían dicho, en relación a Vasallo, que se había sentido mal desde que ingresó al hospital, porque era una mujer de clase media-alta y en el hospital no se brindaba servicio de hotelería, en alusión a su negativa para ingerir la comida que allí se servía y a sus reclamos por las condiciones higiénicas del nosocomio.12

El director del hospital, seguiría escalando con sus declaraciones en relación a las usuarias: “Si se les pone una buena comida y tienen un basurero, van al basurero. Si se les da lo mejor, van a buscar lo peor, es una falla que tienen, no se cura con terapias”.13

Lo dicho por las autoridades del Moyano, son expresiones de la violencia silenciosa que se sufre en los manicomios -aquella que solo hace ruido cuando la olla no puede taparse más- y puede observarse no solo en las circunstancias que llevaron a la muerte a cada una de las 47 mujeres mencionadas, sino también en no asumir las responsabilidades correspondientes en todo lo ocurrido, con el fin de evitar que vuelva a suceder.

Al igual que en el caso de las 32 muertes del ´90, las investigaciones quedaron inconclusas y los plazos legales nuevamente se dejaron vencer sin que nadie pudiera hacerse responsable ni por el fallecimiento de Vasallo ni de las otras usuarias.

¿Abandono de persona? ¿Falta de recursos? ¿Hiperinflación? ¿Mal uso de los recursos por parte del personal? ¿Abandono político? ¿Negligencia? ¿Problema de clase social? ¿Falla estructural?

Más allá de las explicaciones buscadas, la realidad indica que poco importa que una persona internada muera, ya que usuarias fallecen todo el tiempo y eso está dentro de lo estadísticamente normal. La pregunta sería ¿Podrían haberse evitados estas muertes?

Levi Strauss hacía alusión a dos estrategias utilizadas por las sociedades primitivas para eliminar la peligrosidad de los extraños: Nombraba a la antropofagia en la cual, comiéndose la fuente de peligro, creían incorporar sus cualidades, nutriéndose de su poder y de su fuerza, manteniendo de esa forma el orden social en el que se encontraba ese grupo. Por otro lado, se refería a la estratégica antropoémica, ubicada en el otro extremo, que expele a todo lo que no se somete a sus reglas de juego, vomitando lo extraño, expulsándolo de los límites de la sociedad.14

En el hospital psiquiátrico, la sociedad se supera en la consumación de ambos procesos: la persona vomitada, expelida de la familia y la sociedad, es tragada por el hospital para ser digerida con el fin de diluir su diferencia y metabolizada hasta hacerla desaparecer como persona identificable, llegando en algunos casos hasta la muerte. En la conjugación de ambos procesos, muros adentro, es donde se gesta gran parte de la violencia manicomial.15

No es muda la muerte

Entre 2004 y 2007, el CELS realizó una investigación en diferentes instituciones psiquiátricas de Argentina, en la que se constataron las violaciones a los Derechos Humanos de las que eran víctimas las casi 25.000 personas internadas en este tipo de establecimientos: muertes no investigadas, privación ilegítima de la libertad en celdas de aislamiento, abusos físicos y sexuales, condiciones insalubres de alojamiento, ausencia de rehabilitación, superpoblación, y falta de derivaciones y tratamientos apropiados.16

En el informe, llamado Vidas Arrasadas, también se comprobaba que casi un 70 por ciento de las internadas permanecían en esa condición por cuestiones sociales, y no clínicas. Muchas de ellas no recibían medicación ni ningún otro tipo de tratamiento, pero permanecían institucionalizadas durante decenas de años.17 Un claro ejemplo de lo que la ausencia de planes de rehabilitación y de reinserción social genera, y que de existir podrían haber mejorado gran parte del problema, evitando que estas instituciones se transformaran en generadoras de muertes.

Hay que tener siempre presente que los manicomios son siempre lugares de opresión y nunca de cuidado, por lo que, para poder transformar su presente y su futuro, se debe avanzar en la supresión total de este tipo de instituciones, ya que la violencia es inherente a ellas desde el mismo momento de su nacimiento.

Sólo entendiendo a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos18, es que podremos ir en busca de alternativas terapéuticas que tengan en cuenta la complejidad multideterminada de la misma.

La existencia de servicios bien implementados y orientados a la comunidad permite que las personas en situaciones de crisis reciban una atención apropiada antes de dejar que su salud se deteriore, que no sean aisladas y segregadas de su medio social y que aquellas que han estado institucionalizadas por varios años puedan reintegrarse a la comunidad.19

En Argentina, existen diferentes alternativas a las internaciones prolongadas, propuestas en distintas leyes, que intentan evitar que gran parte de las situaciones descritas vuelvan a suceder y mejoran sustancialmente la vida de las personas usuarias: casas de medio camino, atención de salud mental en centros de salud comunitarios, hospitales de día y hospitales de noche, sistemas de atención de emergencias domiciliarias, centros de capacitación socio-laborales, talleres protegidos, hogares y familias sustitutas, dispositivos habitacionales, planes de empleo, atención en hospitales generales, servicios de promoción y prevención de salud mental y otras.

Estos emprendimientos necesariamente deben estar ligados a otros sectores como vivienda, trabajo, educación, desarrollo social, cultura y todas las demás áreas que correspondan, de manera de promover la integración laboral, familiar y comunitaria, respetando los Derechos Humanos de las personas con padecimientos mentales.

Se debe apuntar, en todos los casos, a evitar las internaciones a largo plazo buscando una forma de atención que no estigmatice, ni aísle a las personas usuarias de su medio social inmediato, generando mayores posibilidades de recuperación.

Asimismo, se hace imprescindible un trabajo de sensibilización en la comunidad y en las familias para reducir los estigmas sociales que produce el atravesar por ese tipo de situaciones, modificando los imaginarios sociales que se tienen respecto de la locura. En este sentido la tarea realizada desde hace un par de décadas por el Frente de Artistas del Borda y por la radio La Colifata (por nombrar dos de los más conocidos) resultan indispensables.

Sin embargo, los intereses económicos en juego, sumados a los imaginarios sociales que se tienen respecto de la locura permiten que los manicomios continúen levantando muros cada vez más altos, trabando también la implementación de las alternativas mencionadas, generando una cascada que desemboca indefectiblemente en el manicomio.

Mientras el foco no esté puesto en buscar el bienestar de las personas internadas y el respeto indeclinable por sus Derechos Humanos, situaciones como las descritas en párrafos anteriores continuarán sucediendo, las excusas volverán a aparecer y la muerte se seguirá sufriendo mucho antes de la muerte. ◼

 

Notas

1. Alberto Sava, Desde el Mimo Contemporáneo al Teatro Participativo, Madres de Plaza de Mayo, Bs. As., 2006, p. 194.
2 Ídem, p. 195.
3 Diario Crónica, “Es un depósito de personas”, 03/07/1990, p. 3.
4 Diario Crónica, “Horror de locura: denuncian que el hambre mató a 32 pacientes”, 29/06/1990, p. 2.
5 Ídem, p. 3.
6 Diario Clarín, “Denuncian el estado penoso de un pabellón del hospital Moyano”, 14/07/1999, p. 34.
7 Diario Crónica, “Médicos del Moyano pedirán que se investigue”, 30/06/1990, p. 2.
8 Diario Crónica, “Moyano, se perdía la comida”, 11/07/1990, p. 2.
9 Diario Clarín, “Denuncian el penoso estado de un pabellón del Moyano”, 14/07/1999, p. 34.
10 Diario Página/12, “Matar con la indiferencia”, 23/08/1999, p. 11.
11 Ídem.
12 Diario Página/12, “Para los trabajadores del Moyano, la indiferencia es del gobierno”, 27/08/1999, p. 18.
13 Ídem.
14 Levi-Strauss, Claude, Tristes trópicos, Eudeba, Bs. As., 1976.
15 Cooper, David: Psiquiatría y Antipsiquiatría, Paidos, Bs. As., 1972.
16 Centro de Estudios Legales y Sociales, Vidas arrasadas, Siglo veintiuno, Bs. As., 2008.
17 Ídem.
18 Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657.
19 Cohen, Hugo y cols., Trabajar en Salud Mental, Lugar, Bs. As., 2007.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2023

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