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Olvido del terremoto

 
Una supervisión psicoanalítica que permite tanto desentrañar un misterio como operar clínicamente

Me pidieron una consulta de supervisión. En esta época invernal antes de las fiestas de fin de año en Europa hay mucho trabajo. Es invierno, los días tienen poca luz, hace frío. Tenemos mucho trabajo.
Quien preguntaba fue un participante de mis cursos en una ciudad italiana, algunos años atrás. Hacía mucho que no lo veía y para decir la verdad, no me acordaba ya de él, insistió. Sin muchas ganas de mi parte, fijamos una fecha.

Es un cincuentón, psiquiatra, simpático con una sonrisa fácil y elocuente. Al saludarnos me acordé. Era uno de los oyentes agradables que hacen preguntas.
Vino en compañía de una joven psicóloga que trabaja en su consultorio. Ella estuvo presente en el episodio, más bien como “oyente”.

La paciente. Llegó una señora de unos 35 años, atractiva, vestida con un cierto estilo de lujo elegante. Después de dar sus datos explicó el motivo de su visita.
Dijo que sufría de mucho miedo, a veces de pánico y que nadie la entendía. Ya había visto otros especialistas que no la ayudaron. Dijo que tiene miedo a los terremotos y explicó cuan siniestro es cuando todo se mueve. Contando esto tiembla, hablaba cada vez más rápido agitada.

Los miedos eran tan intensos, que no la dejaban hacer tareas y también le perturbaban el sueño. De noche se despertaba sobresaltada, a veces oyendo su propio grito. Contó que se sentía exhausta de vivir así. Le hacia falta ayuda.
A esto el colega le propuso un tratamiento con medicamentos, ya que le hacía falta una ayuda inmediata y otras formas requieren más tiempo…

La paciente respondió agitada y reprochando que ella no estaba dispuesta a consumir venenos de farmacia. Rotundamente se negó a usar medicamentos.
Tampoco estaría dispuesta a dejarse internar en una clínica.
A lo cual el colega le empezó a hablar de una psicoterapia psicoanalítica que podría también ser con la joven colega que estaba presente o con… una mujer si prefería…

Otra vez la señora se negó efusivamente, contando que ya le habían dicho cosas de su infancia que no le interesaba en absoluto enterarse en un análisis de cosas que ya habían pasado. “¡Tengo miedo ahora!”
El colega me cuenta sonriendo que, respondió más o menos de esta manera:

“Señora me siento imposibilitado, lo que propongo no va… me viene la imagen de estar como armado sólo con un cañita de bambú y rodeado, acosado por carros blindados y armados… ¿qué quiere que hagamos?...”
A esto la señora se alza agitada y sale de la consulta corriendo. Grita algo que no se entendió.
Los dos interlocutores quedan asustados, atónitos, quieren seguirla, pero no la alcanzan.

Luego de unos diez minutos hay una llamada de urgencia en el celular del psiquiatra. Es el móvil que usa cuando está de guardia, el que tiene que atender.

Es el marido de la señora. Dice que él, su esposa y él, no son “cualquiera”… que su esposa regresó trastornada del encuentro… ¡esto no puede ser! ¡Que él es de una familia aristocrática y que tiene sus abogados! Que su esposa salió del consultorio muy mal y agitada… y en peor estado que cuando la trajo. ¡Que el médico será penado por que es de su responsabilidad como y en que estado están sus pacientes! ¡Qué mal trata a la gente!

El psiquiatra quiso empezar a hablar, pero le cortó el llamado. Insiste, quiere responder, siente que se le atiende y se corta el llamado. Esto fue el inicio de una serie de teléfonos que se repiten desde entonces. Lo llama al celular para casos de urgencia. Sabe que él tiene que atender, grita sus acusaciones y amenazas e interrumpe la llamada. Lo llama también de noche. Intentos de conectarse con él, también con otros teléfonos con otros números fracasan. Lo pone tan en aprietos que decide informar a la policía.
Solicitan esta supervisión, para entender lo que pasó.
Desde entonces el marido no llama más. Pero no sabe como… tal vez la policía intervino.

Después de haber oído el relato me siento algo confundido yo también, y enojado, reponiéndome y en tono de explicación digo que el cuadro con la caña en mano contra carros blindados me resulta ser bastante defensivo y al mismo tiempo violento y agresivo… entiendo la situación de no saber que hacer…
El colega me empieza a hablar de demostraciones… y explica la situación de impotencia…

Lo interrumpo y digo que en lo jurídico hay un servicio en la asociación de médicos, que tienen sus abogados especializados para casos clínicos complicados en los cuales hay una componente legal. Es mejor que consulten allí…

Me responden que ya informaron oficialmente a la Sociedad Médica. Aseguran que en lo legal no tienen que estar preocupados, ya que las amenazas del marido eran siempre aludiendo a relaciones especiales que tiene él, con jueces y abogados.
Insisten que la inquietud que los trae a verme es de orden clínico, psicoanalítico.
Ocurrió en esa primera entrevista con la paciente algo, que no se pueden explicar.

La joven colega insiste tratando de remarcar y volver a explicar que al inicio de la entrevista ella tuvo la impresión de tener delante una persona inteligente, simpática con temores, miedos sí, pero no demasiado angustiada, parecía que se podría hablar… Tuvo la idea que sería agradable tratar con esta persona. Se fue descomponiendo todo y cada intento del médico empeoraba la situación.

La conversación se fue volviendo cada vez más intrincada, difícil…aguda; el psiquiatra hacía propuestas de tratamientos como si la paciente tuviera que elegir y la señora fue desesperándose cada vez más hasta que huyó gritando de la consulta.
Mientras ella repite los sucesos, me da tiempo para pensar y pregunto:

“No es común proponer a un paciente tan rápido un tipo de tratamiento ¿es su forma de trabajar?” Me responde que a él también le sorprende, pero en este caso le salió así…le salió así…como respondiendo a una urgencia de la paciente y queriéndole demostrar que había posibilidades…

Les hago notar que miedo es un sentimiento que se comunica en forma inmediata sin palabras, rápidamente…les recuerdo los sucesos, como, por ejemplo, hacía poco en una cancha de futbol donde la gente atropelló hiriendo y matando gente ciega de pánico… Es como si en su caso hubiera habido algo como un “contagio” que fue dominando al interlocutor.
Esta primera observación fue aceptada por ambos.
Entonces sigo tratando de entender y les hago notar que extrañamente no se habló de terremoto. Sigo hablando, sin mirarlos, como divagando, pensando…

El miedo a los temblores… Esto en Abruzo, zona de Italia, donde ocurrieron unos terremotos terribles unos años atrás… En esto hay algo de real en el miedo…
Me interrumpen. Los dos hablan simultáneamente. Ella fervorosamente afirmando.
Veo que al colega le suben lágrimas a los ojos. Después de un momento empieza a contar muy conmovido: “Cuando fue el terremoto, sucedió que yo estaba en L’Aquila (la capital de la provincia) trabajaba en el Servicio Psiquiátrico. La ambulancia trajo una mujer que estaba fuera de sí, a punto de suicidarse.

Como la teníamos que internar, después de medicarla le dije a los enfermeros que tuvieran mucho cuidado, que le dieran la bata sin cinturón, solo las toallas pequeñas, y fueron con ella a su cuarto… ¡De repente los temblores! Un desconcierto… ¡Un terremoto! Un desquicio, nadie estaba prevenido… ¿Había que salir con los pacientes? ¡Después el segundo temblor…! Hubo un desorden total…salimos, entramos… corrimos a ver a los pacientes…

La señora se había ahorcado con los cordones de las botas.”
Sigue luego diciendo que el juez aceptó las consecuencias del accidente…

Yo pregunto si lo habló con alguien. Me contesta que se habló con el grupo de enfermeros y con el jefe del servicio, hicieron reuniones…

Insisto: “Creo que no te dejó bien lo que pasó… evitaste el tema ‘terremoto’ con las propuestas de diferentes tratamientos a la paciente.” Después de un prolongado silencio lo acepta y pregunta si lo podría, tratar conmigo.

Le contesto que lo siento, pero no es posible, yo a Italia voy solo cada dos, tres meses y le hará falta ver su situación con alguien con mayor presencia… Pero hoy tenemos que continuar la supervisión.

Combinamos otra sesión. Postergamos, ellos sus familias, yo mis amigos para la cena.

Cuando nos volvimos a ver inicié la charla recordando que quien había llamado tanto por teléfono, insistiendo y amenazando no había sido la paciente, sino el marido. Nos ponemos muy rápido de acuerdo que quien parecía estar al borde de la descompensación, amenazando, con mucho odio era el marido… La paciente no dijo una palabra respecto a su pareja. Habló del terremoto…

Me respondieron hablando los dos al mismo tiempo…o sea que el “terremoto” sería el marido.

Agregué que me imagino, que ella vive acosada, asustada, con muchísimo miedo, pero tiene que cuidar algo como un secreto. Hablar de su pareja está muy prohibido en ciertos ambientes… No se atreve a hablar de su presente, por eso escapa. Parece ser una situación paranoica. Si el marido reaccionó de esta manera con los teléfonos…podría ser que él está muy mal, pero aterra a su mujer…

Me interrumpe el psiquiatra y dice que lo sorprende que no hay más llamadas después de haber avisado a la policía…
La psicóloga le pregunta si tuvo noticia de la policía. ¿Qué sucedió?
Como no sabemos nada, invito al colega a averiguar. Llama a la comisaría.
Usa su móvil y poco después lo oímos exclamar: “ah sí, no me diga, ¿de veras?
¡Gracias!

Aquí termina el relato. Los gendarmes pasaron por la vivienda de la pareja. Encontraron al marido en un estado deplorable. Estaba en el jardín. Primero pensaron que estaba borracho, muy trastornado, confuso. De repente los ataco con la pala que tenia en la mano… Lo detuvieron y lo llevaron a la comisaria. Luego a la urgencia psiquiátrica.

 

*Pedro Grosz fue integrante de Plataforma Internacional (movimiento que surgió en 1969 criticando al psicoanálisis oficial de la IPA) y Director del Seminario Psicoanalítico de Zúrich.

 

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Articulo publicado en
Abril / 2015

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