Marilú Pelento | Topía

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Marilú Pelento

Marilú Pelento
Psicoanalista

 

Me da un enorme placer que Topía se haya encargado de hacer traducir dos de las obras de Pontalis Y que Jorge Rodríguez, junto con Beatriz Diez y Cristina Sardoy hayan realizado un esfuerzo muy importante para llevar a cabo esta tarea.

Cuando recibí la traducción de estos libros y miré la tapa de “Este tiempo que no pasa “en la que Víctor Macri diseñó una valija cerrada recordé lo que una autora—Yourcemar-- que también fue excelente traductora comentó en una oportunidad. Señaló que la labor del traductor se asemeja a la de alguien que debe hacer sus valijas para realizar un viaje. Pone y saca objetos tratando de ver cuales le serán más útiles. Pone primero uno, luego piensa que sería más útil llevar otro, después piensa algo distinto y saca el segundo y vuelve a poner el primero y mirando la valija observa que en cada una de estas tareas cambia el diseño de la misma.

En ese poner y sacar objetos, en este caso—palabras— como señaló Derrida nunca hay una transparencia total. Siempre está incluida la presencia del otro, otra lengua, otra cultura, otro pensamiento. Por eso se ha dicho que esta operación se mueve siempre entre lo familiar y lo extranjero. También que la tarea del traductor es una tarea de fronteras y una tarea ética.

Pontalis, tomando otra dirección, preocupado por lo más íntimo de la experiencia del traductor dedicó un texto a esta labor a la que consideró “como otra de las tareas imposibles”.Al hablar específicamente de la traducción en el campo de nuestra disciplina este autor nos hace notar que la dificultad inherente a esta operación es o bien exagerar la subversión de sentido que toda obra creadora realiza sobre las palabras del lenguaje común y crear entonces como una neolengua o por preservar a estas desconocer el sentido nuevo que adquirió Estas dificultades han sido sorteadas con éxito en estas traducciones, las que, por otra parte, no nos hacen perder la cualidad de la escritura de un autor excepcional como Pontalis

Deseo también mencionar las excelentes presentaciones escritas por Jorge Rodríguez. Presentaciones que siguen el movimiento de estos textos con dos títulos absolutamente lúcidos como“intranquilidad” y “desmesuras infinitas”. Se trata de presentaciones cortas, enriquecedoras, luminosas, capaces de abrir un claro en el bosque como diría Pontalis, capaces de llevarnos de la mano a lo más meduloso de estos textos. De verdad gracias por haberlas escrito. .

Ahora sí pasaré a referirme a estos textos tomando como eje: el de la transmisión de la experiencia analítica. Pienso que ambos textos nos ponen en contacto con determinados modos o estilos de transmisión de ésta. Modos que se alejan de los más conocidos en los cuales o bien se privilegian conceptos, con el peligro siempre presente de transformarlos en entelequias ontológicas o bien se intenta comunicar las vivencias y las fantasías que trae el paciente pero con el peligro de concluir que la experiencia es “inefable” o bien se busca transmitir las ideas que aparecen en el pensamiento del analista con la tendencia a reducir todo a “yo sentí” denominándose a esto inapropiadamente contratransferencia.

Su estilo tiene algo de estos tres pero sin embargo se aleja de estos En el primero de ellos titulado “Este tiempo que no pasa” publicado en 1997 la transmisión en su mayor parte se efectúa a partir de plantear sus propias ideas referidas a una serie de conceptos metapsicológicos. Pero lo particular es que no se mantiene en un nivel abstracto. En tres importantes capítulos titulados “Este tiempo que no pasa”, “Movimientos” y “Encarnaciones” introduce y sostiene conceptos surgidos desde tiempo antes en su práctica. Esta fuente está por momentos señalada y de un modo de verdad impactante: no por viñetas de aplicación de teorías sino por frases cortas dichas por uno u otro paciente, frases que iluminan sentidos y que pusieron a este autor a veces en presencia de un tiempo fijo, inmóvil como cuando la paciente le dice ¡ “Pensar que a los cuarenta estoy en el mismo lugar”! o palabras que mostraban que el paciente sintió desde muy pequeño que su existencia no era suya como al decir: “Al comienzo, a la entrada del juego, fin de la partida…” o el hombre, ese hombre capaz de recordar detalles de una casa, un viaje, una salida pero que sin embargo repetidamente decía “no tengo recuerdos de infancia”ubicando en su analista no solo la necesidad de hacerse cargo de esos recuerdos negados sino también la de que éste cayera en olvidos para advertir así que había que negarlos para evitar el encuentro con el dolor de la ausencia Otro modo de mostrar la fuente de sus ideas consiste en remitirnos a textos literarios que permiten palpar un tiempo en movimiento como en Proust, o un tiempo inmóvil como en Beckett o que permiten captar el instante como en la obra de algunos pintores.

En “Este tiempo que no pasa” va realizando puntualizaciones interesantes. Por una parte nos recuerda que el inconsciente es incognoscible. Hace suyas las palabras de aquel autor que lo comparaba con una caja fuerte que contuviera en su interior la llave. Considera que es incognoscible como la cosa en sí kantiana, ubicándose fuera de los límites de nuestro entendimiento y de nuestra intuición sensible. Sin embargo sostiene que algo se puede aprehender a partir de sus apariciones—noción que quiero subrayar porque le pertenece íntimamente-- o de los fenómenos que emanan de sí. Considera que estas apariciones tienen afinidad con lo alucinatorio del sueño. La emoción que despiertan cuando algún elemento de un sueño las hace surgir se asemeja a la que una foto o una anécdota escuchada inesperadamente pueden producir. . Este carácter del inconsciente –el de ser incognoscible-- le permite tomar posición frente a la teoría kleiniana y la lacaniana. Ambas, según este autor, aunque de muy distinto modo, parecen dejar abierta la posibilidad de que el inconsciente fuera cognoscible, ya sea por asistir a su nacimiento o por creer que se lo puede cercar a través de sus matemas.

En segundo lugar se refiere al tiempo del inconsciente: a ese “tiempo otro”,sin medida, a esa quinta estación no localizable, término que toma prestado de Jean Giraudoux quien sostiene en una de sus novelas que es el “que da ciruelos al manzano y frambuesas al roble”, este—el tiempo también del instante, de lo efímero, de lo potencial--contradice nuestra concepción común del tiempo así como también otras concepciones del mismo, como el tiempo cíclico, el evolutivo, el lineal etc. Este “tiempo otro” fue descubierto por Freud en los sueños: fenómeno que le permitió palpar justamente la mezcla de los tiempos, la coexistencia de ausencias y presencias, de vivos y de muertos.

Hago un paréntesis para recordar que en un hermosísimo y estremecedor texto, aún no traducido, titulado “Soñar nuestros muertos”incluído en una revista llamada “El hecho del análisis” Pontalis se pregunta ¿qué hace que con frecuencia aparezcan nuestros muertos en los sueños?. ¿Cuál es su significado?: ¿Los invitamos?; ¿Nos prohíben olvidarlos?; ¿Vuelven cargados de reproches?, ¿Les celebramos de este modo un último oficio?; ¿Los transformamos en desaparecidos que vuelven como vagabundos?; ¿Constituyen un último resto de nuestra creencia en la resurrección?, ¿Vienen para consolarnos de nuestras pérdidas?; ¿ Nos llevan a creer que la muerte no es una terminación, que un futuro permanecerá inscripto en nuestro presente?; ¿Nos servirán para borrar la imagen insoportable de un muerto querido?.Cada una de estas interrogaciones es una ventana que abre mundos y permite que se movilicen y circulen imágenes, afectos, recuerdos.

Ese “tiempo otro” en tensión con el “tiempo limitado de la sesión” da lugar según este autor a dos formas de pasado presente: un “pasado presente en movimiento” y un “pasado presente inmóvil”

La pregunta que se impone es si estos dos términos introducidos por Pontalis son cubiertos por aquellos otros dos presentes en la obra freudiana, rememoración y repetición. Estos, propios de la lengua convencional, se transformaron cambiando su sentido, en nociones fundamentales en la cura

Pontalis explicita en este texto exquisito y en muy pocos renglones porqué a su juicio caducaron aquellos dos objetivos asignados a la cura: “colmar las huellas de la memoria” o “reconstruir la historia del sujeto”.Para fundamentar esta cancelación de objetivos trabaja un determinado término: el de memoria ayudando a diferenciar su sentido convencional—la memoria como stock de recuerdos—de ésta como término teórico dentro de nuestra disciplina. Señala con firmeza que los recuerdos, como señaló Freud no son conservados, son siempre deformados y no son evocados más que si en ellos se han depositado trazas. Pero a diferencia de Freud insiste en que la represión actúa sobre las trazas y no sobre el recuerdo. También considera que repetición y resistencia no agotan la difícil cuestión de algo que insiste porque no encontró su lugar en el aparato psíquico. Agrega a las memorias múltiples—a los archivos de memorias-- un tipo de memoria correspondiente a aquello que no tuvo lugar en el psiquismo.

Podemos también advertir que en las dos formas de pasado presente que Pontalis introduce está incluída la noción de movimiento: término que ofrece como título a otros textos. Este es un término especialmente estimado, querido por él. Por eso en sus diferentes textos habla del movimiento del pensamiento; de las palabras, de la escritura, de la sesión; del análisis… También señala que Freud lo menciona en varios lugares de su obra, notoriamente en“La historia del movimiento analítico”. En el texto que estoy comentando también este término está implícito en la noción de travesía: otro término introducido y amado por él. Este adquiere carácter polémico por oponerlo al de “proceso” noción que rechaza firmemente por considerar que deja de lado no solo el carácter irruptivo de los acontecimientos sino también la experiencia del tiempo propia del análisis. Tampoco existe una supuesta dirección de la cura: Pontalis se pregunta “¿podría haber una dirección de la cura cuando no sabemos que la dirige? Se trata de una travesía sin saber cuál es la carga que se transporta ni hacia donde lleva.

También a lo largo de este texto se refiere a las palabras señalando la necesidad de “liberarlas de las funciones que habitualmente les atribuimos: expresar, informar, comunicar”.De un modo bello nos acerca al corazón de la asociación libre al decir: “es necesario soltar sus amarras, y que vayan, a su manera, a la deriva durante la travesía.”.

En otro sorprendente capítulo de estos dedicados a cuestiones metapsicológicas titulado “Encarnaciones” Pontalis se introduce en cuestiones que hacen al Ello, no para marcar la diferencia entre el inconsciente y el ello—camino tomado por Laplanche-- sino para revisar experiencias clínicas –segundas y terceros análisis-- que tienen que ver con un inconsciente desmesurado, con el misterio y no con el enigma, con el develamiento del ser y no con su interpretación.

Junto con estos capítulos de orden metapsicológico, Pontalis incluye “El compartimiento del ferrocarril”. Como sabemos Freud tomó la metáfora del “compartimiento del tren” para explicar la regla fundamental del análisis. También ese ámbito fue elegido por distintos escritores para describir como allí—en el compartimiento del tren-- se dan cita lo íntimo y lo extranjero. Tomándolo como escenario van dibujando escenas en las que los personajes se entrelazan en situaciones amorosas, violentas, siniestras, enojosas, extrañas…

Pero pasemos al segundo texto traducido “Ventanas”

Este nos permite aprehender, ponernos en contacto con otro modo diferente de transmisión de la experiencia analítica. No se trata de teorías y de conceptos aunque estos también están incluidos...

¿Cómo realiza Pontalis esta transmisión? Recogiendo, acogiendo todo aquello que viene a su espíritu en distintos encuentros: encuentros con pacientes, con amigos, con lecturas, con anécdotas vividas por él o que le fueron contadas. Esta transmisión la realiza con palabras que pertenecen a un lenguaje muy próximo al lenguaje del self del que habló Valery—recordemos que para Valery todo escrito sufrió ya una traducción por alejarse del lenguaje del self-- o a ese lenguaje mítico, que aún arrastra la riqueza sensorial que lo precedió. Esto no significa que desdeñe o rechace teorías y conceptos. No duda que a estos los debemos conocer, que toda práctica científica se debe fundar en una teoría y en conceptos. Pero conocer teorías y conceptos implica también, según este autor, conocer la fuerza inmovilizadora que poseen, la tiranía que pueden ejercer, la tendencia a ponerse al servicio del orden del dominio o de la fetichización.

Como dice en su obra “Le Dormeur éveillé”--- que va a traducir Silvia Hopenhayn que está acá con nosotros y por pedido de la editorial Laura Hidalgo---refiriéndose a diferentes experiencias “un cuadro un concierto y aún un libro—y se podría agregar las palabras del paciente—no son un texto a descifrar sino otro mundo a descubrir”.Un mundo que lleva la carga de todo lo que desconoce de sí mismo.

Todo esto va mostrando una manera de entender el análisis y su práctica, alejado totalmente de las ciencias empíricas y de las ciencias de la observación. Más aún insiste en que cuando recurrimos a los hechos es porque “queremos desconocer el movimiento que se da en la cura”.

En “Ventanas”escrito en el 2000 Pontalis da un salto desde el importante vocabulario escrito con Laplanche en 1967 a su pequeño léxico de uso personal dejándonos entrever o ver directamente su relación con muchas de las palabras que incluye. Me refiero a relaciones de amistad, de antipatía o de indiferencia. También nos invita a construir nuestro pequeño diccionario privado. En su primer fragmento, presenta una tópica particular: su “tópica subjetiva” formada por puertas, ventanas y posición frente a la ventana, posición que permite descubrir múltiples puntos de vista pero no infinitos.

Nos aconseja en primer lugar cerrar bien la puerta. ¿Que significa esto? El no lo aclara y sino lo hace es porque rechaza toda posible saturación del pensamiento, todo pensamiento cerrado al que dicho sea y no de paso, tendemos tanto los analistas: yo diría que al no saturar el pensamiento hace una apuesta de juego al estilo del garabato y espera que con esa línea que aporta cada uno de nosotros dibuje un camino, un pensamiento.

¿Cómo entiendo yo esto de cerrar bien la puerta? Sin desmarcar al psicoanálisis de la cultura entiendo que propone no mezclar todo con todo. Lograr que las diferentes formas de aproximarse al sufrimiento humano y a la experiencia humana tengan cada una su propio cuarto. Que el psicoanálisis tenga su propio espacio.. Que su práctica no se confunda con otras prácticas—cuestión hoy a la orden del día—ni con la práctica de la arqueología o de la literatura o la filosofía aunque pueda ser fuente de alguna de estas y aunque a veces las palabras del paciente hagan surgir en nuestro espíritu algún pensamiento leído en estos autores. Así por ejemplo en algunos fragmentos del libro que estoy comentando Pontalis se refiere a esos momentos en que el paciente o el analista olvidan un pensamiento justo en el momento en que éste va naciendo. Es cierto que contamos con teoría sobre el olvido y que ésta nos da pistas pero también es cierto, como dice Deleuze y Guattari “que no hay cosa que resulte más dolorosa, más angustiosa que un pensamiento que se escapa de sí mismo, que las ideas que huyen, que desaparecen apenas esbozadas, roídas ya por el olvido o precipitadas en otras ideas que tampoco dominamos”.Esta idea que no buscamos, estas palabras de autores que aparecen de pronto, súbitamente, en nuestra mente en la sesión, pueden dar cuenta de un sufrimiento insospechado del paciente que, a veces, empujados por los conceptos, descuidamos. Sufrimiento que parece tener como motivación el temor a que se rompa ese hilo frágil en que consiste nuestra vida

Pero deseo volver a la tópica subjetiva que en su libro plantea y al consejo que nos da “mantener cerradas las puertas pero abiertas las ventanas”.¿ De donde surge este término usado en su texto como título? De las ventanas reales tan buscadas y amadas en cada casa que este autor habitó y habita. Cuando esas ventanas están abiertas esto posibilita estar adentro y afuera. Estar en ese “entre” introducido por Winnicott y sutilmente trabajado por este autor. Pero la metaforización de esas ventanas reales permite descubrir que hay análisis donde las ventanas parecen chocar contra un muro, donde la luz no entra, donde las resistencias atrincheran al analista junto con el paciente. Otras veces se trata de una luz vacilante. Tal vez la única que toleran, como señaló Bachelard, “los rincones sombríos que existen en nosotros”. Hay otras ventanas que permiten, en cambio, que de pronto se filtre un rayo de luz y de la oscuridad surja y de un modo insospechado cierta claridad y otras que parecen dejar pasar toda la luz, pero es una luz que ciega y confunde. Esto sucede por ejemplo, nos dice Pontalis, cuando al comienzo de un tratamiento creemos conocer ya la historia del paciente o la sujeción a un destino y sus marcas y a poco de andar advertimos que en realidad no sabemos por donde andamos.

Cada palabra que Pontalis introduce en bellísimos pequeños textos permite entonces captar la resonancia que despierta en su interior una anécdota a la que no desestima; o una emoción relatada por el paciente o apenas escondida por éste o una imagen a la que no deja de lado o un modo de conducirse del analista. Se refiere así a la depresión matinal; las depresiones; la soledad; los modos de hacerse compañía; el elogio del sueño; los insomnes de día y los insomnes de noche; los sueños; las pesadillas; las diferentes tipos de lágrimas y sollozos; la nostalgia; la tristeza; las penas; cuando la muerte cae sobre el alma; las decepciones; el aburrimiento; el miedo a envejecer; los motivos de la intolerancia a la separación; el miedo a afrontar lo informe; la búsqueda febril de sentido; los modos de leer el rostro, los sueños, los pensamientos; la caída en el olvido y el placer del encuentro; el recuerdo como síntoma de la memoria; el olvido de un nombre propio; las separaciones como cesuras, como pausas o como cortes casi insoportables; el juego generalizado de la bobina; el análisis frente a frente; el efecto que le causan a él los congresos, a los que por otra parte prefiere no asistir; al sentimiento de llegar siempre después o tarde; y a la necesidad de amar a nuestros pacientes. Para que nos amen y para que se sientan existir.

¿Qué figura de analista se va delineando en estas admirables páginas? Un analista expuesto, como dijo Winnicott en cierta oportunidad--con quien tantos puntos de encuentro tiene--, expuesto digo a todas las pasiones y desmesuras, abierto y no encerrado en teorías. Un analista que se deja tomar por el paciente pero que también se sabe desprender, ocupado en la formidable tarea de unir la carne con el espíritu, la letra con la sensorialidad y el movimiento; un analista que sabe que nunca dejamos de jugar al juego de la bobina; que entiende hasta que punto constituye un tormento esa pregunta que surge: esa mujer, ese hombre, ese hijo, ese trabajo, la inspiración; la posibilidad de descubrir algo nuevo, ¿volverán o no volverán como el carretel.?Un analista capaz de registrar en qué palabras del paciente se reconoce; con qué pacientes no debe encerrarse en un silencio de muerte; cuando su labor le produce irritación y furia hasta que un rayo de luz le indica un camino a través de una imagen. Un analista que entiende que “el destino de la transferencia “no es sólo el otro con mayúscula” sino en primer lugar como dice este autor “ese hombre, esa mujer que me habla, que siento respirar que amo y por quien deseo ser amado, que imagino que es sólo mío, que vengo de ver a pesar de lo poco visible que sea”,un analista que es capaz de preguntarse ¿“qué pasaría si lo que aprendí me impidiera oír”?; más implicado con la idea de continuidad que con la idea de discontinuidad o de ruptura. Un analista que sostiene que la enseñanza principal que aporta un análisis es que el tiempo no pasa

Deseo para terminar realizar una última consideración: Una vez lo escuché decir al Dr Baranger que en nuestra disciplina no hay nada fácil y si algo resulta fácil seguro que no tiene que ver con ésta. A esa dificultad que presenta cualquier texto quiero agregar una dificultad que puede presentar la lectura de los textos de Pontalis. A veces hace obstáculo la ruptura de categorías que tenemos como solidificadas y otras la enorme atracción literaria que ese don de escritura que posee presenta. Ese don de escritura puede abrir nuestra comprensión pero otras veces hace obstáculo.

Personalmente me ocurrió con su obra, lo que hace muchos años me sucedió con un interlocutor privilegiado de él: con Merleau Ponty su gran amigo. Me era difícil desprenderme de una suerte de encantamiento producido por la lectura de sus textos También me era difícil exponer lo que iba entendiendo a partir de estos. Creo sin embargo que, leyendo a Merleau Ponty, me vi forzada a aprender un ejercicio que me ayudó en otros encuentros, también en mi encuentro con Pontalis. Un ejercicio al cual el mismo Pontalis se refiere. Me refiero a la posibilidad de alienarme y desalienarme, prenderme y desprenderme.

De encuentros con filósofos como M. Ponty o analistas como Winnicott o Pontalis no se sale indemne. Indudablemente dejan marca. De todos modos como dice este autor “Uno no debería jamás salir indemne de un encuentro o por lo menos no salir transformado”. Yo vuelvo a agradecer a Topía estas traducciones y que me hayan permitido estar acá con ustedes .