El ídolo y la señal de la cruz | Topía

Top Menu

Titulo

El ídolo y la señal de la cruz

 
(Televisión, deporte y religión)

“¿El deporte es sinónimo de salud? Mentira. Una hipocresía. El deporte profesional no es sano, no es limpio y, como todo trabajo, estropea el cuerpo, la salud” [1] y [2].

Este artículo se publicó en revista Def-ghi, Nº 4, pp. X-X.

 

La imagen deportiva

 

El partido de fútbol de la liga italiana –entre el poderoso puntero Milan y el humilde Cesena, anteúltimo en la tabla de posiciones– está plagado de violencia; reiterados golpes arteros (producto de uno de ellos se observa que la frente de un jugador sangra profusamente) hace que se armen varios remolinos de jugadores que buscan tomarse a golpes de puño, vuela allí más de una patada y hay violentos empellones. Están empatados en cero, un resultado muy malo para el Milan y de excelencia para el débil Cesena.

De ser esta una crónica deportiva nos detendríamos en lo mal que juegan ambos equipos y remarcaríamos la indulgencia del árbitro que no imparte justicia, lo que permite la sistemática apelación a recursos infames y reñidos con la ética deportiva que, en definitiva, impiden el despliegue del fair play. No siendo ese nuestro objetivo buscamos otro punto de mira que nos permita reflexionar sobre el deporte y la religión. Analizaremos una imagen del partido e intentaremos ver allí repeticiones y diferencias sobre los jugadores que se persignan antes y durante los partidos. Nos detendremos en el momento en que Robson de Suoza (conocido mundialmente como “Robinho”), jugador mega estrella del Milan, realiza una extraordinaria maniobra que hace desaparecer la pelota de la vista del rival y le permite elegir entre tirar al arco o entregársela a un jugador que se halla solo dentro del área, por ende mejor ubicado que él para convertir. El moreno, seguro y sin titubear, lanza un furibundo disparo que va recto hacia las manos del arquero.

Para los anales del partido, nada más que una jugada que, de haberse convertido en gol, hubiese sido genial y repetida infinidad de veces en todos los programas deportivos de la televisión mundial.

Es inmediatamente después que tenemos una perla: una de las cámaras toma al delantero persignándose luego de no haber convertido el gol. Este ritual, de profundo contenido religioso, deviene más imperioso para Robhino que darle algún tipo de explicación o pedido de excusas a su compañero, el sueco Zlatan Ibrahimovich –otra mega estrella mundial– que lo mira con manifiesta molestia.

Así, en el fragor del juego, el ídolo futbolístico ha mostrado algo que resulta novedoso con relación a su religiosidad: no sólo intenta ligarse con dios al comienzo del partido, al convertir un gol o cuando su equipo triunfa. Agrega, en ese instante capturado por la cámara, que también requiere de dios cuando las cosas no le salen bien; es decir, ruega para contar, en la próxima jugada, con la ayuda del todopoderoso. Una novedad para lo que definimos como el cuerpo mediático en el espectáculo del fútbol televisado. Analizando detenidamente esta imagen podemos ver qué hacen los medios con el cuerpo de Robinho y qué hace el cuerpo de Robhino ante los medios durante el partido. Es decir, entender este maridaje que obliga y propone nuevas maneras de articular el deporte, sus eximios jugadores y la televisión. Así vemos el talón de Aquiles de Robinho y, por ende, de todos aquellos ídolos que insisten, cada vez más son más, con saturar las imágenes con su santiguarse, en los partidos de fútbol, ante las cámaras.

 

Naturalización de Ritos

 

Puede que la escena no sorprenda al telespectador, quizás podemos agregar que hasta no le presta atención. El primer motivo es muy simple: es cada vez más reiterado y frecuente que los jugadores realicen la señal de la cruz al entrar a la cancha, invoquen al dios católico persignándose y mirando al cielo luego de un triunfo (como lo hace el tenista argentino Juan Martín Del Potro) o ante cualquier otra situación de inicio de partida o de triunfo. Con dicho ritual, enlazan su éxito a la compañía del todopoderoso. Nos interesa remarcar que cuanto más se naturalice este tipo de escenas, menos comprenderemos los múltiples significados que éstas tienen en este proceso de captura subjetiva que aúna a las elites deportivas, la televisión –dueña ya de todos los deportes– y las grandes empresas monopólicas.

Tratamos de señalar que todas las secuencias de ruegos y plegarias que observamos en los deportes dan pistas sobre las lógicas imperantes en la sociedad del espectáculo y de sus nuevas, sorprendentes formas de expresión religiosa, y que podemos situar su mojón de inicio en aquella frase de Maradona, luego del gol a los ingleses en el mundial de fútbol del año 1986: “El gol fue con la mano de Dios”.

La pregunta que se nos aparece, cuando dejamos de tomar como natural la imagen de Robinho pidiendo ayuda divina para la siguiente jugada, es cómo se produjo este proceso donde las estrellas deportivas muestran su religiosidad en forma pública y como parte del show, lo que permite ver novedades como las que trae el del jugador del Milan: un ruego, por vía de la señal de la cruz, para llamar al señor en su ayuda durante el fragor de la lucha que está sosteniendo.Como si ante el error, la dificultad o el fracaso se pudiera hacer un reclamo a dios que nos hace recordar a Jesús en la cruz: ¿Señor, por qué me has abandonado?

Recordemos que en los deportistas siempre existieron (y existirán) rituales, tanto personales como grupales, y que los mismos son inestimables compañeros de su actividad. Los rituales siempre fueron conocidos como cábalas y hacían a un fondo, personal o grupal, ligado a lo denominado “mística”, que constituye una religión privada de la que sólo participan unos pocos iniciados. No es allí donde posamos nuestra observación, sino en:

a) Que no es lo mismo el fondo supersticioso que habita en todos los seres humanos, que la manifestación pública de religiosidad católica. Que los rituales religiosos o las cábalas, hasta no hace mucho, eran parte “del mundo del vestuario”, algo que el espectador no conocía, y a lo cual no podía acceder.

b) Que, sorprendentemente, estas personas, dueñas de todo lo que los seres humanos sueñan, se muestran más temerosas, frágiles y, por ello, públicamente reclaman la protección del dios católico. Los jugadores de mayor fama expresan antes, durante y después del juego una conexión permanente con el catolicismo por vía de la señal de la cruz.

c) Que persignarse en los campos deportivos ha cobrado una relevancia y una popularidad inimaginada no hace mucho. Llamativamente, esto ocurre cuando la iglesia católica pierde sistemáticamente feligresía en manos de los grupos evangélicos, una avanzada que, desde las iglesias electrónicas (un elemento más de las modificaciones que la sociedad del espectáculo trajo) en adelante, no ha parado.

d) Todo esto indica que el fútbol ya no es solamente una justa deportiva, sino que debemos, como a todos los deportes de alta competencia, redefinirlo como espectáculo televisado donde la imagen se apropia del juego y le impone nuevas y sorprendentes condiciones: “Las imágenes muestran un llamativo y permanente aumento de los rituales religiosos en todos los participantes de la cultura del espectáculo. Esta pauta da indicadores muy fuertes sobre la íntima relación entre la religión y el deporte y de cómo la religión católica sale beneficiada por la cultura del espectáculo televisado del fútbol” [3].

e) Aunque nadie parece estar poniendo dinero, los jugadores de mayor fama expresan antes, durante y después del juego una conexión permanente con el catolicismo por vía de la señal de la cruz.

f) “Estos cuerpos que funcionan como los carteles luminosos mundiales de los logos empresariales son máquinas de producir dinero” [4], y sorprendentemente estas personas, dueñas de todo lo que los seres humanos sueñan, se muestran temerosas, frágiles, y por ello públicamente reclaman la protección del dios católico. Podemos agregar en este ítem que estas inesperadas acciones rituales están indicando que la señal de la cruz es un ícono de alta eficacia propagandística.

 

Extimidad

 

Es necesario entender cómo se produjo ese pasaje donde aquello íntimo del ídolo, lo que era parte de su mundo espiritual, hoy es necesario que lo muestre y lo ejecute ante el público mundial, para que todos lo vean. Este cambio en los usos y costumbres –en llevar todo lo que anteriormente se consideraba privado y lleno de diversos pudores hacia la imagen– es parte de las modificaciones que la sociedad del espectáculo (sociedad televisiva por excelencia, al decir de Román Gubern) ha traído consecuencias en las nuevas sociabilidades y sorprendentes modificaciones en cómo los deportistas enfrentan su tarea.

Estos ídolos mundiales son actores de diversas campañas de marketing que van mucho más allá de los logos en las camisetas o en los pantalones deportivos: son, ellos mismos, mercancías icónicas del consumo mundial (un ejemplo: el fabuloso costo del pase de Cristiano Ronaldo –el Real de Madrid le pagó al Manchester United 94 millones de euros– ha sido prácticamente costeado con el producido de la venta mundial de camisetas del Real de Madrid con el nombre del nuevo ídolo merengue) que muestran la fragilidad personal en que han devenido al llegar a la cumbre del éxito.

Son cuerpos-íconos (mercancía que con su sola exhibición permite vender otras mercancías), vendedores mundiales de cualquier cosa que produzcan las grandes empresas; con ello, sus vidas han sido enajenadas al servicio de los negocios. Como proponía Agustín Cuzzani en su obra de teatro “El Centroforward Murió al Amanecer”, las grandes empresas se han apropiado de ellos y, en consecuencia, hay algo de ellos mismos que ya no les pertenece y de lo que no pueden dar cuenta (de hacerlo pondrían en cuestión su transformación en mercancía publicitaria).

Es notable que la imagen televisada, que modificó de raíz el juego del fútbol, nos muestre a sus ídolos haciendo marketing para el catolicismo (y probablemente sea lo único que no cobran de todos los logos que portan desde los pies a la cabeza).

El espectáculo, aquello que abarca algo mucho mayor que éste o aquel show, es un orden social que impera, por ahora, soberano. Podemos preguntarnos, en consecuencia: “¿Qué une, qué recorre como eje central a la sociedad capitalista globalizada actual? Creemos que transformada la sociedad en un espectáculo continuo, con absoluto predominio de la producción y recepción de imágenes, el desarrollo del ser humano desde su nacimiento está siendo establecido, organizado y modificado, día a día, por las nuevas formas de sujeción que tiene un organizador central: las imágenes que vienen de la placenta mediática que envuelve al globo terráqueo. Forma capitalista que propone el predominio de la representación y comunicación por imágenes al contacto de los cuerpos. Es decir, la primacía absoluta de la imagen” [5]. Lo que nos lleva a tratar de establecer que, con el predomino de la imagen, estas mujeres y estos hombres de alta exposición mediática son portadores de un cuerpo propio que ya nos es tal y que funciona como una marquesina vendedora de objetos y servicios. Son, en sí mismos, representación de la sociedad del espectáculo; pese a sus declaraciones, en las cuales reclaman y añoran un mundo donde puedan estar sin cámaras que los acosen, ellos son agentes de extimidad seguramente obligados por la tiranía que los dueños del deporte –la televisión y las grandes empresas mundiales, en especial las grandes marcas deportivas– imponen como condición para mostrarlo y venderlo todo, y para agrandar las ganancias. Diríamos que propagan extimidad como modelo de vida. Es decir, hacen que lo interior sea una parte más, necesaria como vemos, de su mostración en el mercado, y la hace un producto más del mercado de bienes materiales y simbólicos que llevan a esta subjetividad expuesta mediáticamente al mundo y, en el caso de los jugadores, hacia la iconografía católica.

Brillantes, poderosos, mimados, enajenados, estos hombres que piden a dios deben ser entendidos dentro de nuevas conceptualizaciones antropológicas: En el caso particular del fútbol podemos rastrear una serie de conceptos de Pichon Rivière, quien reivindicando su aspecto lúdico (“...es muy importante en la construcción de la teoría de los grupos”) da elementos para su análisis: “Pienso que legítimamente podríamos hablar de una antropología del fútbol, teniendo en cuenta su significación en un contexto social determinado, su historia. El fútbol es una estructura, un universo, con categorías propias de conocimiento, en el que se hacen presentes la política, la economía, la filosofía, la lógica, la psicología –particularmente en su dimensión social–, la ética y la estética. Y ello no obstaculiza las resonancias inconscientes ni las gratificaciones que como jugadores o espectadores el juego del fútbol nos depara” [6]. A lo que debemos agregar que dicho proceso señalado por Pichón Rivière ha quedado totalmente modificado por la televisión, donde “Sus actores deben aprender el papel que les corresponde y en los mismos se ven más vulnerables y por ello necesitados de exhibir estos rituales en público que son producto del miedo y la inseguridad que los envuelve. Se hacen así propagadores de los rituales católicos, lo que le da al catolicismo un impensado beneficio. Lo que permite relacionar la alta concentración capitalista con la religión, cómo ésta se le hace necesaria y demuestra uno de los por qué el ateísmo tiene menos adeptos” [7] dentro la cultura mediática. Esto nos indica que no parece disminuir la relación del hombre con la religión en la sociedad del espectáculo. En el caso particular que mostramos, los ídolos persignándose durante el partido invitan a identificarse con la religión católica y, dentro de este proceso, nos encontramos con el llamativo resurgimiento del ícono del catolicismo: la señal de la cruz, que demuestra también la eficacia de este ritual devenido en ícono ganador en todos los partidos de fútbol. Desde aquél dicho maradoniano de “la mano de dios” el espectáculo deportivo se inunda de hombres y mujeres persignándose, invitando así a sus millones de fanáticos a seguirlos hacia un ícono religioso. La pregunta no deja de ser inquietante: ¿los fans se identificarán con el camino religioso propuesto por sus ídolos?

 

Notas

 

[1] Agradecemos la inestimable colaboración del periodista Lucas Malfatti para este artículo.

[2] Claudio Tamburini, filósofo del deporte, ex detenido desaparecido y uno de los que se fugó del campo de torturas conocido como Mansión Seré.

[3] Hazaki, César, El cuerpo mediático, Editorial Topía, Buenos Aires 2010.

[4] Hazaki, César, Los dueños de la pelota y de algunas mercancías más, revista Campo Grupal Nro. 125, Agosto de 2010.

[5] Hazaki, César, El cuerpo mediático, Editorial Topía, Buenos Aires 2010.

[6] Citado en Hazaki, César, El cuerpo mediático, Editorial Topía, Buenos Aires 2010.

[7] Hazaki, César, El cuerpo mediático, Editorial Topía, Buenos Aires 2010.

 

 

Articulo publicado en
Julio / 2011

Ultimas Revistas