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El Cuerpo Mediático

 

“Pero el hombre no es carne y sangre; es un ítem en un banco de datos, efímero, fácilmente olvidable”.
Marshall Mc Luhan

Los huérfanos de Adán1

En occidente el cuerpo está signado por la caída del paraíso: “Y dijo Yahveh Dios: ‘he aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal. Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y comiendo de él viva para siempre’. Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén...”.2 Laura Klein siguiendo esta cita del Génesis hace notar que había que detener al hombre antes que pudiera comer el fruto que conducía a la inmortalidad, no se trataba entonces del árbol de conocimiento como habitualmente se cree. Siendo ya “a imagen y semejanza” la amenaza para Yahveh era que su creación viviera para siempre.
Con las nuevas tecnologías mediáticas el hombre ha alcanzado el dominio casi absoluto del árbol de la sabiduría -con la biblioteca virtual puede acumular saber e información en forma infinita- si seguimos las ideas del Génesis vale la pena preguntarse qué esta pasando con la tecnología y las posibles formas de la ilusoria inmortalidad. En esta época -donde se atisban modificaciones importantes para la prolongación de la vida- se hacen presentes ideas que la ciencia ficción describió hace ya tiempo, así surgen los bancos de ADN por la donación de ombligos, ya se puede clonar un ser humano, las grandes empresas colocan chips de control social en el interior del cuerpo de sus empleados, existen las relaciones entre personas por vía de las 3D, hay una renuncia a la progenie en las culturas con mayor esplendor económico, se produce una pérdida sistemática de las funciones de la memoria, etc. En síntesis, como dice el aforismo chino: un mundo interesante.

Cuerpo y tecnología:

Desde el advenimiento de la cultura televisiva los análisis de la misma han tenido una lógica binaria de la que es difícil salir. Desde aquellas definiciones de Umberto Eco sobre apocalípticos e integrados para aquí, es casi imposible no quedar encerrado en si la televisión y sus sucedáneos son buenos o malos. Es al menos necesario entender en dos niveles el tema:
a) Lo que ocurre con los organismos expuestos a los rayos que los aparatos (televisores, computadoras, celulares, etc.) emiten.
b) Lo que inciden los programas televisivos en la vida de los usuarios.
Partimos de la idea de que el televidente estándar pasa por elección como mínimo tres horas diarias frente a la pantalla. Es decir que dieciocho horas semanales transcurren frente al televisor, casi un día de cada siete. Es por ello entendible que se produzcan efectos en los cuerpos y, por consiguiente, aparezcan nuevas pautas en las relaciones entre las personas. No incluimos aquí a los individuos que trabajan entre ocho y diez horas diarias frente a los computadores y que presentan patologías específicas: contracturas, deterioro de la visión, dolores en las cervicales y lumbares, etc. Lo que denominaríamos patologías producidas por el trabajo. Es evidente que la “cultura iconoesférica” es portadora de diversos modelos corporales con los que los televidentes se identifican de diversa manera y que los rayos emitidos producen impactos en las anatomías de las audiencias. También la acumulación de datos en forma prácticamente infinita y la constitución de una red de comunicaciones que envuelve a todo el planeta ponen en primer plano la relación entre la tecnología y sus usuarios.
Este proceso Gubert lo define así: “…la iconoesfera constituye un ecosistema cultural, basado en interacciones dinámicas entre diferentes medios de comunicación y entre éstos y sus audiencias. Lo que define una sociedad televisiva por excelencia”.3
Del espacio al cuerpo:

La red mediática establecida con las comunicaciones satelitales se denomina “piel mediática” o “segunda piel” dado que la misma abraza a todo el globo terrestre -es la primera vez en la historia en que un producto humano puede envolverlo en forma absoluta- y la misma se compone de distintas y permanentes formas de emisión y recepción de señales. Esta conformación mediática constituye una placenta que nos alimenta permanentemente de mensajes e imágenes a la que estamos conectados y de la que cada vez somos más dependientes. Así ya hace mucho tiempo que la televisión no es un aparato sino “el tercer padre”, es decir un auxiliar o un sustituto de los vínculos familiares. Un ejemplo: los cibercafés  se han transformado en guarderías de niños de bajo costo. Dado que los padres salen a trabajar dejan sus niños allí jugando en un ámbito “cerrado”, tranquilizador y económico -puede quedarse allí muchas horas por monedas. Situación acorde con el temor al espacio público por la proclamada ideología de la  inseguridad. Cambios en la vida cotidiana que impactan en los cuerpos.
Hace unos años un estudio en varios países medía la cantidad de horas que pasaban los escolares de entre seis y dieciséis años frente a las pantallas de los televisores. El mismo demostró que los niños estaban entre doce y veinticuatro horas semanales “acompañados” por la televisión y no había por aquél entonces el desarrollo de computadoras, videos juegos, etc. Si la pantalla sustituye la plaza pública requiere de un cuerpo a merced de la quietud y el aislamiento, es decir que pueda tolerarlo sin mucho registro de la necesidad de movimiento. Al unísono, para que el niño permanezca frente a las pantallas, los juegos de computadora o los programas televisivos deben ser una fuente incesante de excitaciones. Como una consecuencia esa excitación “sobrante” se manifiesta en otro lado, en general, será la escuela la que la detecte y los médicos se ocuparán de diagnosticarla y medicarla. Aquietar el cuerpo de los niños a través pastillas es parte de esta cultura mediática. Dentro de la cultura mediática se ha logrado medicalizar niños con enorme impunidad.
Piel envolvente, vínculo familiar, ser provistos de deseos, estar conectados como si cada uno de nosotros fuera una isla que recibe suministros del ciberespacio. Así la tecnología remite a situaciones vinculares muy primarias. Podemos agregar con Gubert que: “Narciso, en griego, aportó la raíz de narkosis” 4.

Cuerpo y sociedad:

Los modelos sociales tienen corporalidades paradigmáticas, en la Grecia de Pericles el ciudadano (sin duda una minoría con relación al conjunto de la población) por medio de su postura y dinámica de la marcha (bien rápida y en posición muy erecta) daba expresión cabal de la estrecha relación que existía entre su cuerpo y la ciudad ateniense. Cuerpo y ciudad iban de la mano, en posturas y acciones del ciudadano se expresaban virtudes y desmesuras de la polis, la velocidad estaba presente pero el límite de la misma era la posibilidad del propio cuerpo.
La Aldea Global crea una reducción de espacios y una multiplicidad de contactos imposible de imaginar en épocas pretéritas. En ella la primera condición del cuerpo propio es hacerse evanescente y permanecer aquietado frente a una pantalla. En ese proceso el propio cuerpo queda reducido a una imagen.
Si en la Atenas del siglo V a. c. la posición amorosa privilegiada era la erecta, en la Babel ciberespacial el paradigma es la relación con la máquina primero y desde ella, con los demás habitantes de la iconoesfera. En esta cultura de la industria multimedia tenemos un ejemplo paradigmático en el hacker que pasa larguísimas jornadas frente a la computadora, esa acción frente a la máquina le hace perder su interés genital (según los estudios de personalidad que se les realizaron a quienes fueron puestos presos por esa actividad). Así la evanescencia del cuerpo y el no contacto genital son la avanzada del sueño tecnológico que nos invita a constituirnos desde allí. Coherente con lo anterior el hombre va manifestando en su cuerpo cambios a tono, por ejemplo, los varones del planeta vienen reduciendo sistemáticamente su cantidad de espermatozoides. Una pregunta inquietante: ¿Hubiese ocurrido esto en un momento histórico donde no existiera el desarrollo tecnológico de la inseminación artificial?
Conjuntamente con esta exuberancia de imágenes del cuerpo, que como la sonrisa del gato -en Alicia en el país de las Maravillas- hace que sea lo único que nos quede del gato, se imponen así las simulaciones virtuales de nuestra propia vida. Second Life el juego de replicantes, es un ejemplo acabado de ello. El buscar “sentido en otra vida” se despliega allí como una muestra más de la imposibilidad de desprenderse de arcaísmos religiosos. También el contacto virtual hace esconder identidades y muchas personas se hacen pasar por otras, en especial hay una tendencia de hombres que se convierten en mujeres en la comunicación virtual. Época de simulaciones. Una idea inquietante: Si en la época victoriana la histeria permitía mostrar la represión sexual, el radical modo de la anorexia pone muy claro el desvanecimiento del sujeto en pos de un ideal inalcanzable. No está demás decirlo: el relato de las jóvenes anoréxicas del mundo remarca su identificación con modelos extraídos de la publicidad y de la televisión, en suma repudio de lo propio por buscar una imagen imposible.

¿Dónde estás?:

El cuerpo propio se desvanece al son de la velocidad de la luz y es sustituido por la urgencia de la comunicación virtual. El que se conecta requiere una respuesta inmediata de sus interlocutores. Presencia instantánea, imposibilidad de espera. Así la imperiosidad de comunicarse es característica de esta época y dentro del mundo ciber. El contacto no exige que el propio cuerpo se dirija hacia el encuentro, es la comunicación mediática la que necesita ser establecida. Hay así un predomino de la comunicación desde la imagen.
Claro que al ser tan veloz el cambio tecnológico, la forma de comunicación se desliza de la computadora al celular, y éste reduce su tamaño e incorpora al mismo tiempo capacidades: filma, saca fotos, envía mensajes, etc. Hace que el usuario pueda ser más peripatético, es decir, se desplaza con la comunicación a cuestas. Ya sabemos que los chips de control social se están incorporando dentro del cuerpo de los trabajadores, mediante pequeñas operaciones quirúrgicas, en las grandes empresas. Así, como primero lo padecieron los presos, los cuerpos de los trabajadores son violentados por minúsculos aparatitos que aspiran al control absoluto del empleado.5
Es imposible que las personas que incorporan aparatos de la cultura cibernética provee se desconecten con facilidad de los mismos. Se establece una unión imperiosa y difícil de cortar: el celular en cines,  teatros, sesiones de psicoanálisis, clases de yoga o gimnasia, bancos, conduciendo un auto, no deja de sonar interfiriendo lo del aquí y ahora. Por esa vinculación imperiosa a la “placenta comunicativa” el usuario no admite que pueda postergar la atención del llamado. Por eso debe serle quitado por ordenanzas, ruegos, sugerencias o retos dado que, por acción u omisión, el propietario se niega a desenchufarse. En la ciudad de Buenos Aries solamente en este año se labraron 250.000 infracciones de tránsito por el uso del celular conduciendo. El estado empieza a tomar partido para regular el uso y aumentar las penalidades a los riesgos de la conexión permanente. El poseedor del aparato suele legalizar por el olvido, un fallido por excelencia, la imperiosa urgencia de estar conectado.

De la ilustración al tatuaje:

Hace unos treinta años que se han expandido en forma incesante los tatuajes en el cuerpo, empezando por el cuerpo de los jóvenes,  las “marcas” no paran de avanzar. Si primero era la ropa con su correspondiente logo la que daba identidad y pertenencia, el tatuaje es el modo incesante en que la relación entre cuerpo, medio y marca se hace ostentosa. Remarquemos que el tatuaje era parte viva de la memoria de personas aisladas: marineros de alta mar, presos, etc. El Hombre ilustrado nos anticipó parte de este futuro que vivimos: las imágenes se han incorporado a nuestro cuerpo y desde el mismo nos dan una parte importante de nuestra identidad. Al adentrarse en nuestro cuerpo tienden a dirigir nuestro propio futuro solo falta, como en la novela de Bradbury, que se oculte el sol y que las imágenes incorporadas al cuerpo cobren vida.

Notas

1 Canción que pertenece a la obra de teatro Pena Maleva de César Hazaki y Carlos D. Pérez, Typos Editora, Buenos Aires, 2006.

2 Klein, Laura, “Del erotismo sagrado a la sexualidad científica” en revista Acontecimiento, nº 17, 1999.

3 Gubert, Román, Del bisonte a la realidad virtual, Editorial Anagrama, Barcelona, 1996.

4 Gubert, Román, El eros electrónico, Editorial Taurus, Bogotá, 2000.

5 Hazaki, César, “El collar del amo” en revista Topía, nº 48.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2007

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