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Catástrofe social y catástrofe psíquica en el fin del milenio

 

Las fantasías de fin del milenio estuvieron vinculadas, en la Edad Media, a la idea del fin del mundo con la consiguiente comparencia de toda la humanidad ante el Juicio Final.
Para este nuevo fin de milenio se habían creado expectativas de cambio esperanzador. En el campo de la salud, por ejemplo, no podemos menos que recordar la declaración de Alma Ata, que reclamaba salud para todos en el año 2000.
Sin embargo los sentimientos que caracterizan, al menos en nuestro país, este fin de milenio son sin duda vivencias colectivas de angustia, miedo e inseguridad que no tendrían que ver en este caso con un futuro imprevisible, sino que provienen de nuestra vida actual.
Las de terminantes son relativamente fáciles de encontrar: una parte de la población ha perdido las posibilidades de suministros elementales para la autoconservación, y para todos, hay una pérdida de las garantías de estabilidad y protección para el futuro.
Desde este punto de vista, es de destacar que según el informe anual de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina de la ONU), la Argentina es hoy el país con la desocupación mas alta de América Latina; y, por otro lado, donde mas aumentó la pobreza desde 1994. Es decir, todavía no somos los más pobres, pero es donde el descenso es mas notorio y mas rápido.
Todo esto con el telón de fondo de las situaciones traumáticas producidas por el terrorismo de estado, que no dejan de producir efectos aún 20 años después, efectos reforzados por la impunidad para estos y nuevos crímenes. La corrupción que abarca todos los niveles del Estado casi deja de asombrarnos. La impunidad se extiende para los crímenes policiales y delitos económicos, para todo aquello que involucre al poder. Ya casi no hay escándalo, pero se afirma día a día un cierto escepticismo y un cierto descreimiento.
Mientras tanto, desde los medios de difusión, desde las producciones culturales teóricas e ideológicas se presenta con insistencia, a pesar de sus mas diversas formas, una idea : esta es la única sociedad posible., esto es lo que ocurre en la aldea global.
La globalización aparece entonces como un concepto encubridor, a pesar de que se nos lo quiere mostrar como una descripción objetiva de la realidad. Este concepto intenta borrar las diferencias, ocultar los conflictos, naturalizar sistemas de vida y de trabajo semiesclavos, o introducir a través del lenguaje, por ejemplo el lenguaje en inglés de la propaganda, o un castellano que no es el nuestro, modos de pensar, impactos culturales que no son solamente una construcción idiomática sino que implican siempre un contenido determinado y que podríamos resumir como la inducción a las expresiones mas diversas de individualismo, que es necesario porque corresponde como modelo a la competitividad capitalista.
Entonces nosotros mismos, en el conflicto entre esta realidad que vivimos y estas producciones culturales, de los medios, informativas, nos sentimos extraños de nuestra propia vida, registrando las pérdidas en un duelo colectivo gigantesco.
El sentimiento de inseguridad nos abarca a todos. La inseguridad que vivimos es en 1er. lugar, la de poder acceder a los medios de subsistencia, inseguridad en el trabajo, de conseguirlo si no se lo tiene, de mantenerlo si se lo tiene. Inseguridad en la vejez, inseguridad en la salud, inseguridad en la educación, inseguridad jurídica de la que sobran ejemplos estos días. Impunidad para los crímenes de la dictadura, de la que derivan la impunidad para los crímenes del llamado gatillo fácil.
Podemos hablar así de situaciones traumáticas de origen social que operan sobre las modificaciones en la subjetividad producidas en los últimos años.
En diferentes trabajos compartidos con Diana Kordon hemos analizado como el Estado cumple una función de metaorganizador del funcionamiento psíquico individual y grupal, como apuntalador y garante simbólico. Interviene generando representaciones sociales que constituyen hitos identificatorios para los grupos sociales y para los sujetos. Existe una relación recíproca entre unos y otros aspectos, que determinan que la indefensión material tenga también su correlato en la indefensión psíquica.
La indefensión es una de las vivencias primarias de los seres humanos, vinculadas a la extrema prematuración de la especie. La indefensión favorece la alienación. La indefensión favorece también la alienación, la asunción de los ideales y modelos hegemónicos, al reforzar la necesidad de apoyo en un soporte externo.
La indefensión se asocia a la vivencia de casi quedar reducido a la nada, por pérdida de la posibilidad de pertenencia, de ser reconocido y necesario en un conjunto inter y transubjetivo. El otro, en cuyo deseo se ha perdido todo lugar, está representado por la sociedad en su conjunto, pero mediatizado también a través de las figuras y microconjuntos significativos de la vida cotidiana. Esto nos remite a las vivencias de desamparo, y a la angustia de no asignación, es decir sentir que no se tiene un lugar en el mundo.
Cada una de estas situaciones es utilizada desde el discurso del poder como amenaza. Se intenta continuamente instrumentar el miedo. El miedo a quedar desocupado implica que tengamos que aceptar cualquier cosa. El miedo a que vuelva el terrorismo de Estado se instrumenta como amenaza ante distintos conflictos sociales. El miedo a la violencia se intenta instrumentar reiteradamente incluso creando situaciones de histeria colectiva para revertir el repudio popular al aparato represivo y para proponer o lograr adhesión a mayores medidas represivas legales.
La desocupación produce un desapuntalamiento masivo con la consecuente crisis de identidad. Nuestro psiquismo está apuntalado permanentemente en los grupos, en las instituciones, y a través de éstos en la sociedad en su conjunto. Con la pérdida del trabajo se pierde un espacio, un hábitat, un límite y una contención en el tiempo, un grupo o una institución de pertenencia con sus reglas y normas. La pérdida del trabajo produce, entonces, una pérdida del apuntalamiento en el grupo y en la sociedad en su conjunto.
La crisis que produce este desapuntalamiento tiene un curso específico. En toda crisis, el registro de lo que se pierde puede superar la expectativa de lo que se va a lograr, por la incertidumbre siempre presente. Pero en este caso, el principio de realidad indica que difícilmente se recupere un trabajo; en consecuencia, la vivencia de angustia catastrófica referida al futuro se corresponde con el principio de realidad.
La desocupación produce una caída en la autoestima, caída que puede manifestarse clínicamente como depresión. En esto interviene no sólo la pérdida del nivel de vida, sino también un discurso social que culpabiliza al desocupado directa o indirectamente por su situación.
Está comprobado el incremento de la violencia como fin en sí mismo en las sociedades con desocupación de larga data, violencia cuyos efectores cada vez son más jóvenes, por razones económicas y por ausencia del marco social continente y otorgador de sentido.
La agresión suele volcarse en el ámbito de los vínculos familiares y afectivos más cercanos. La estructura familiar se modifica en cuanto a sistema de roles, a la intersubjetividad y a la relación con el conjunto transubjetivo.
Pero además de la desocupación, en la génesis de la violencia, no podemos dejar de lado la profundización del proceso de naturalización y generalización de la impunidad. A esto se suman los nuevos hechos de intimidación, discriminación y represión política y social.
La falta de sanción del crimen obstaculiza la posibilidad de definir en el plano social el campo de lo lícito y lo ilícito, lo permitido y lo prohibido, llegando a afectar incluso en el plano subjetivo, el funcionamiento del principio de realidad, imprescindible para que todo individuo pueda resolver su adaptación activa a las demandas de la realidad.
A través de una larga experiencia en la atención a afectados por la represión de la dictadura en el Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial podemos afirmar que la impunidad produce un efecto de retraumatización sobre los afectados ya que no da lugar a la justicia que actúa, al menos, como reparación simbólica. Esta retraumatización se combina clínicamente con los efectos a largo plazo de la situación traumática vivida. Los efectos traumáticos, como es sabido incluyen los niveles inter y transgeneracionales.
Como parte de la situación, se induce a la falta de responsabilidad sobre los actos, y a la caída de la solidaridad como valor. Aumenta el ejercicio de la violencia y la agresión como fines en sí mismos.
Hay una irrupción de fenómenos de violencia social que aparecen cotidianamente a partir de los hechos producidos en primer lugar por la policía y otras fuerzas de seguridad. Estas acciones delictivas, psicopáticas, continúan amparadas en la impunidad y los pactos de silencio institucional en los que ésta se sostiene.
Sobre el fondo de este modelo de desamparo económico y de falta de justicia aparecen diferentes expresiones de violencia social como patotas, barras bravas, justicia por mano propia, hechos delictivos que incluyen un nivel de violencia innecesario para el objetivo delictivo manifiesto.
Estas patologías expresan al mismo tiempo la contracara de la omnipotencia, es decir la impotencia ante un mundo que cierra la posibilidad de proyectos.
Estos problemas son especialmente importantes en los adolescentes y merecen un desarrollo que excede las posibilidades de este trabajo.
Por otra parte, se han producido y se producen gigantescas respuestas sociales que plantean un discurso contrahegemónico y nuevos ideales colectivos, que operan como hitos identificatorios para amplios grupos sociales.
Estas respuestas sociales tienen también incidencia en el plano psíquico. Una posición activa implementada colectivamente en la transformación de esta realidad que vivimos juega un papel fundamental en la resolución de la crisis personal, produciendo un verdadero reapuntalamiento.
Para dar un solo ejemplo el surgimiento espontáneo de las agrupaciones de HIJOS en todo el país, muestra que la elaboración de aspectos importantes de la identidad personal y de la situación traumática vivida por los hijos de los desaparecidos ha requerido un nivel de procesamiento grupal y social.
Esta posición activa puede ayudar a construir nuevos apoyos, ya que el grupo y la tarea que éste se propone en el plano de la práctica social, sirven de apoyo al psiquismo en riesgo de desestructuración. La persona no está sola, aislada, prisionera de sus fantasías más catastróficas. Hay un cuerpo grupal (sustituto de las primeras figuras protectoras) que lo sostiene, lo reconoce como parte de sí, funciona como marco de apoyatura, de una identidad, otorga y asegura pertenencia frente a la indefensión, permitiéndole participar simultáneamente en un espacio creativo y transformador en relación al mundo externo.

Lucila Edelman
Psicoanalista

 

Articulo publicado en
Marzo / 1999

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