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Contra la guerra: afirmar la potencia del colectivo social

 
Editorial

En el año 1930 se quiebra la Bolsa de Valores de New York dando comienzo a la “Gran Depresión”. En ese año Freud publica El Malestar en la cultura. Allí trata de entender las transformaciones que se están produciendo en la civilización y sus consecuencias en la subjetividad. Es así como plantea que la cultura 1 está atravesada por un malestar que es propio de la constitución del sujeto: la muerte como pulsión. En esa época Hitler ya empieza a proyectar su sombra sobre Alemania. En 1931, la Liga de las Naciones encargó al Instituto Internacional de Cooperación Intelectual con sede en París, que organizara un intercambio epistolar entre intelectuales representativos, sobre temas que pudieran ser comunes a los intereses de la Liga de la Naciones. Una de las primeras personalidades que eligió fue Einstein y, el mismo sugirió como interlocutor a Freud. En 1932 llegó la carta de Einstein y un mes más tarde Freud había escrito su respuesta. En marzo de 1933 esta correspondencia fue publicada en alemán, inglés y francés. En Alemania fue prohibida su circulación. Hitler había incendiado el Reischstag para perseguir a los comunistas. Hindenburg lo designa canciller. Su sombra ya comienza a abarcar toda Europa.

¿Por qué la guerra? Esa es la pregunta que Einstein le hace a Freud. O, más precisamente: “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?”

En ese momento, Einstein se había transformado en un luchador incansable por la paz y el desarme mundial. Por ello, se consideraba “inmune a las inclinaciones nacionalistas” planteando una solución al “aspecto superficial (o sea, administrativo) del problema: la creación, con el consenso internacional, de un cuerpo legislativo y judicial para dirimir cualquier conflicto que surgiere entre las naciones”. Pero, se enfrenta con una dificultad en la que el derecho y el poder (Recht und Macht) van juntos. La clase gobernante tiene “hambre de poder político” que está al servicio de intereses económicos como, por ejemplo, los grupos que ven en la guerra un interés particular para fabricar y vender armamentos. Esta minoría tiene bajo su influencia las escuelas, la prensa y, por lo general también la iglesia, para organizar y gobernar las emociones de la mayoría de la población.

De esta manera realiza otra pregunta: ¿Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvajes entusiasmos, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Su respuesta es que “el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción”. Así llega a un último interrogante: “¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de la psicosis del odio y la destructividad?”

Sabemos que Freud no estaba entusiasmado con este trabajo. En una carta a Eitingon le expresa que “había terminado esa correspondencia tediosa y estéril”. En el mismo texto señala la imposibilidad de que el psicoanálisis pueda encontrar soluciones prácticas acerca de los estragos de la guerra, ya que ellas deben provenir de los políticos. No es la primera vez que delimitaba el campo del psicoanálisis, advirtiendo sobre el error de querer considerarlo una cosmovisión del mundo. Sin embargo, los desarrollos teóricos que realiza permiten comprender las preguntas que le formula Einstein. Su actualidad se hace evidente en los claroscuros de nuestra época. Quizás, ellos nos permitan algunas reflexiones sobre el poder, representado por EEUU, que ha declarado una guerra al “terrorismo”, cuyo objetivo es imponer el pensamiento único del capitalismo a escala mundial.

Resumamos brevemente el texto. Este comienza sustituyendo “derecho y poder” por “derecho y violencia (Recht und Gewalt)” ya que uno se desarrolló desde la otra. En un principio, los conflictos de intereses entre los humanos se solucionaban exclusivamente mediante la violencia. Este estado originario se modificó y cierto camino llevó de la violencia al derecho. ¿De qué manera? Se pregunta Freud y contesta: “...a través del hecho de que la mayor fortaleza de uno podía ser compensada por la unión de los más débiles. <L´union fait la force>. La violencia es quebrantada por la unión, y ahora el poder de estos unidos constituye el derecho en oposición a la violencia única. Vemos que el derecho es el poder de una comunidad. Sigue siendo una violencia pronta a dirigirse contra cualquier individuo que le haga frente”.

De esta manera, la admisión de una comunidad de intereses que se establecen entre los miembros de un grupo, unidos a ligazones de sentimiento, es lo que deviene en su genuina fortaleza. Sin embargo, la situación es más complicada por el hecho de que en toda comunidad se incluyen elementos de poder desigual entre varones y mujeres, pobres y ricos y, a consecuencia de las guerras, vencedores y vencidos. Entonces, el derecho de la comunidad “se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno; las leyes son hechas por los dominadores y para ellos, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos”. A partir de este hecho se dan conflictos como consecuencia de diferentes factores históricos, cuya violencia instituye un nuevo orden de derecho. Por ello, sostiene Freud, en determinados momentos de la historia de la humanidad “Por paradójico que suene, habría que confesar que la guerra no sería un medio inapropiado para establecer la anhelada paz <eterna> ya que es capaz de crear unidades mayores dentro de las cuales una poderosa violencia central vuelve imposible ulteriores guerras”. Pero, esta situación no puede ser duradera ya que se vuelven a suscitar nuevos conflictos cuya resolución es violenta. En este sentido, Freud coincide con Einstein en que la prevención de las guerras consiste en que los seres humanos acuerden que una institución sea la encargada de resolver los conflictos. Cree que la Liga de la Naciones es un intento, aunque hay pocas perspectivas de que ello ocurra. Lamentablemente el tiempo ha confirmado sus dudas. Hoy las naciones más poderosas se unen para imponer su hegemonía mundial. La violencia está al servicio del derecho de los más poderosos.

La Rosa de los Motivos 2 es la metáfora que Freud utiliza para señalar la multiplicidad de factores que intervienen en los seres humanos al responder afirmativamente a la guerra. Su interés es destacar la condición pulsional del sujeto, es decir, el interjuego entre las pulsiones de vida (Eros) que tienden a la creatividad, y las pulsiones de muerte que llevan a la destrucción. Sin embargo, cada una de estas pulsiones son indispensables, ya que en los fenómenos de la vida es una acción conjugada y contraria entre ambas. De esta manera, “la pulsión de autoconservación es sin duda de naturaleza erótica, pero justamente ella necesita disponer de la agresión si es que ha de conseguir su propósito. De igual modo, la pulsión de amor dirigida a objetos requiere un complemento de pulsión de apoderamiento si es que ha de tomar su objeto”. Por ello, en toda acción humana vamos a encontrar mociones pulsionales provenientes de Eros y de destrucción. Este es el descubrimiento freudiano: que la pulsión de muerte da sentido a la pulsión de vida. Como veremos más adelante, el desafío es generar una cultura que utilice la fuerza de la muerte como pulsión al servicio de la vida.

Es que en Freud el concepto de cultura es sinónimo de civilización, y es precisamente en ésta donde se encuentran todos los conflictos económicos, políticos y sociales en la que se sustenta el poder. Su preocupación reside en cómo diferentes manifestaciones de esta cultura influyen en la subjetividad, y no en los conflictos de los cuales depende el proceso cultural. Por ello, refiere a la complejidad del sujeto, aunque su interés es resaltar la importancia de un más allá del principio de placer y de realidad. Dicho de otra manera, es lo que había planteado Spinoza al llevar el problema del poder y de su legitimidad en el terreno de las pasiones humanas. En este sentido, no es solamente el afán desmedido de poder lo que lleva al conflicto; también es la búsqueda de servidumbre que conduce a esperar alegrías y felicidad de los poderosos al extremo de morir por ellos. De esta manera, la hegemonía de la cultura dominante se sostiene en el poder, la obediencia y el consenso fundado no en la razón, sino en las pasiones colectivas. Estas no dependen de una mayor o menor educación, sino de instituciones que determinen el conflicto entre intereses y afecciones del colectivo social. Es así como una política que se oponga a esta hegemonía tiene la tarea de canalizar las pasiones comunes de los sujetos para hacer posible su cooperación social. Es decir, desarrollar y afirmar la potencia del colectivo sobre la base de una razón apasionada ya que, como dice Spinoza “...los talentos humanos son demasiado cortos para poder comprenderlo todo al instante. Por el contrario, se agudizan consultando y discutiendo y, a fuerza de ensayar todos los medios, dan finalmente con lo que buscan, y todos aprueban aquello en que nadie había pensado antes”.

En esta perspectiva, Freud plantea que la pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida hacia afuera, aunque “una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior del ser vivo, y hemos intentado deducir una serie de fenómenos normales y patológicos de esta interiorización de la pulsión destructiva. Y hasta hemos cometido la herejía de explicar la génesis de nuestra conciencia moral por esa vuelta de la agresión hacia adentro”. De esta manera, la cultura vuelve inofensiva la agresión, interiorizándola a través del superyó que, como “conciencia moral”, ejerce sobre el yo la agresión que de otro modo hubiera realizado sobre otros. Esta tensión entre el yo y el superyó es llamada por Freud “sentimiento de culpa” 3. Este es el problema más importante del desarrollo cultural. Pero es también el precio que el progreso de la cultura dominante exige al sujeto y que éste debe pagar con el déficit de felicidad provocado por la elevación de ese mismo “sentimiento de culpa”. Doble contradicción de una cultura que impone, como principio moral, una ética que lo único que puede ofrecer, como dice Freud, es “la satisfacción narcisista de tener derecho a considerarse mejor que los demás”.

En este sentido, el sujeto se prolonga en las instituciones donde el poder colectivo es expropiado en provecho de una minoría dominante, que se apoya en la salida edípica. Por ello, como dice León Rozitchner “Aquello que en un comienzo fue una solución individual, infantil e imaginaria, salida en falso pero la única posible dentro de la disimetría del planteo que el niño enfrenta, se ve ratificado luego como si fuese efectivamente cierto -adulta, colectiva y real- en el sistema histórico de producción. El fundamento de esta expropiación del poder colectivo se encuentra en el ocultamiento del origen a nivel individual -la conciencia no tiene “conciencia” del proceso que la llevó a la conciencia- pero sobre todo en el ocultamiento del origen histórico de los procesos que llevaron a la creación de las instituciones, a la expropiación real del poder colectivo oculto en la atomización individual y en los colectivos sometidos”.

¿Cómo oponerse a la guerra? Para contestar esta pregunta, Freud sostiene que “la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contrario, el Eros”. Es decir, todo cuanto establezca ligazones de sentimientos entre los sujetos ejerce un efecto contrario a la guerra. Estos vínculos de amor y sentimientos comunes que producen identificaciones entre aquellos que viven en una comunidad. Sin embargo, estas relaciones de solidaridad son fáciles de demandar pero difíciles de cumplir, ya que se encuentran con el obstáculo de la inclinación del sujeto a la violencia destructiva y autodestructiva. Es sobre esta agresión originaria que el poder impone su dominación. De esta manera, lleva a los humanos a la guerra planteando una “justicia” o “ideales religiosos”, donde esa agresión subsiste sin “sentimiento de culpa”. El resultado es que “la guerra en su forma actual ya no da oportunidad ninguna para cumplir el viejo ideal heroico, y que debido al perfeccionamiento de los medios de destrucción una guerra futura significaría el exterminio de uno de los contendientes o de ambos”. Esta circunstancia se vuelve más importante en la guerra que ha declarado EEUU y otros países aliados, donde no existen ejércitos combatiendo, países atacando, etc. Los límites espaciales y temporales se diluyen aunque están presentes en todos los ámbitos de la sociedad civil, siendo ésta el principal campo de batalla.

Por lo planteado anteriormente, Freud adhiere a una propuesta pacífica de la resolución de los conflictos. Pero éste no es un pacifismo ingenuo, ya que dice: “No es posible condenar toda clase de guerra por igual”. Es un pacifismo que está dispuesto a defenderse de todos aquellos que promueven la guerra. Es un pacifismo que no niega la agresión originaria del sujeto, sino que trata de encontrar formas “indirectas” para desplazar sus efectos en el desarrollo de la cultura. En este sentido, debemos agregar: la lucha por la paz tiene que plantear modificar las condiciones sociales, económicas y políticas que llevan a la guerra; ya que, como plantea Spinoza, “si la esclavitud, la barbarie y la soledad han de ser llamadas paz, nada más deplorable para los hombres que la paz”.

Esta afirmación presupone reconocer la importancia de las luchas sociales y políticas para diferir y desplazar los efectos de la pulsión de muerte. La misma debe aceptar el papel que cumplen las pasiones humanas y encontrar formas organizativas para transformar las actuales condiciones de vida. De ahí que no es suficiente condenar la guerra, la violencia o la opresión, sino comprender las causas que la determinan. Es decir, es necesaria una política que afirme las pasiones alegres 5. Una política que dé cuenta del colectivo social y se apoye en el disenso y el pluralismo del pensamiento crítico. En definitiva, una política cuyo objetivo sea una “democracia de la alegría de lo necesario” 6 basada en la distribución equitativa de los bienes materiales y no materiales 7 .

En estos claroscuros de nuestra época nos encontramos con importantes movimientos sociales que se enfrentan al llamado capitalismo globalizado. Pero también con una resignación fatalista de amplios sectores de la población. Al afirmar que “todo esta mal” se termina por negarse a entender positivamente lo que está ocurriendo, explicándolo por delirios de la humanidad. Su resultado es creer en un ideal utópico que se opondría a la imperfección de la realidad. Por ello, el realismo crítico de Spinoza supone una concepción afirmativa del vivir humano que implica construir una topía -un lugar- donde “evitar la muerte” o “afirmar la vida”, señalan dos perspectivas absolutamente diferentes que subordinan la práctica social y política. En este sentido, nada mejor que recordar una frase de Martín Luther King “Aun si el mundo fuera a estallar, yo igual plantaría un manzano”.

NOTAS

1 Debemos recordar que Freud utiliza el término “cultura” como sinónimo de “civilización”. Por ello afirma categóricamente “Omito diferenciar entre cultura y civilización”. El porvenir de una ilusión (1927), Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1979, tomo XXI.

2 Georg Chirstoph Lichtenberg “enseñaba física en Gotinga; pero acaso fue más importante como psicólogo que como físico. Inventó la Rosa de los Motivos al decir: <Los móviles por los que uno hace algo podrían ordenarse, pues, como los 32 rumbos de la Rosa de los Vientos...”> Freud, Sigmund ¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud), Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976.

3 Es el texto Tótem y Tabú donde Freud había anunciado este sentimiento de culpabilidad vinculado con el asesinato del padre. Este mito se constituye en la herencia filogenética que cada individuo recibe en su inconsciente, constituyéndose así en el fundamento del complejo de Edipo y del sentimiento de culpabilidad en su desarrollo ontogenético. Esta culpabilidad respecto al padre y el deseo de ocupar su lugar debe relacionarse con la identificación primaria con el padre. De esta forma se va a fundar el complejo de Edipo en el niño, ya que éste quiere ser como él y hace de su padre un ideal, surgiendo luego sus deseos libidinales hacia la madre. Es así como la identificación, que le permite recuperar al objeto, encuentra su barrera en la prohibición del incesto y en el deseo de ponerle fin, es decir encuentra el deseo de dar muerte al padre y la culpabilidad ligada a ello. Con estas identificaciones primarias el niño “normativiza” su deseo y se in-corpora a la cultura en la cual el superyó, como heredero del complejo de Edipo, encuentra en las identificaciones secundarias el ideal que ésta ha plasmado, planteando sus reclamos a través de la “conciencia moral”.

4 Con relación a los atentados ocurridos el 11 de septiembre se puede leer “Política y desastre” Horacio González, León Rozitchner, Eduardo Grüner, Enrique Carpintero y Fernando Ulloa, Página/12, 19 de octubre de 2001. El texto se encuentra en www.topia.com.ar

5 “La filosofía de Spinoza plantea un proceso de liberación individual y colectivo, que permite entender cómo pasar de la servidumbre a la libertad y de la impotencia al poder. La liberación individual, y por lo tanto ética, es colectiva y política: ‘nada es más útil al hombre que el hombre mismo’. Por ello no formulo una ética del deber ser, sino una ética materialista del poder ser. Obrar éticamente consiste en desarrollar el poder del sujeto y no en seguir un deber dictado del exterior. El ser de Spinoza es poder y potencia, no deber. Es así como la única libertad posible es el reconocimiento de la necesidad causal, y dicha libertad no es un dato a priori, sino el resultado de un proceso de liberación que lo constituye como ético. Este se realiza a través del conocimiento de las propias pasiones para realizar una utilización de éstas que las convierten de pasiones tristes (el odio, el egoísmo, la violencia, etc.) en pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.). De esta manera, el objetivo de la liberación ética es pasar de las pasiones tristes a las pasiones alegres.” Carpintero, Enrique “Spinoza y la democracia de la alegría de lo necesario”, en Topía Revista N°27, noviembre 1999. Se puede leer también en www.topia.com.ar

6 “... Spinoza sostiene que la sociedad política no es un cuerpo moral, por lo tanto nunca quedará conculcada la diferencia entre la voluntad individual y la colectiva. Pero si la democracia se caracteriza por una concertación permanente, no quita que en la sociedad en su conjunto no se den los más altos objetivos de justicia, igualdad y cooperación colectiva. Esto no se sustenta en la incierta actitud moral de los ciudadanos sino en la adecuación y eficacia de los instrumentos políticos para que generen una cultura al servicio de la vida, es decir, de las pasiones alegres. Pero esto no es fácil, ya que no se puede concebir una política simple de las pasiones humanas. Es necesario pensar una política compleja que no enfrente a las pasiones desde una verdad racional sino con una razón apasionada más fuerte que las pasiones que quiere contener. En el Tratado Político establece que la democracia es el régimen en que la potencia colectiva no está paralizada en un individuo o un grupo particular, sino que permanece en manos de la comunidad, la cual sería sujeto y objeto del poder político. Este es el único estado absoluto: sólo en él se suprime la escisión entre gobierno y pueblo, entre poderosos e impotentes. Pero esta democracia debe estar basada en los principios de libertad, igualdad y solidaridad. En este sentido la elección no reside en una alternativa entre el bien y el mal, entre el olvido de uno en beneficio del otro, sino en la búsqueda de un bien que no desconozca el mal, el sufrimiento y la injusticia, cuyo testimonio dan las pasiones a su pesar.” Idem anterior

7 Con relación a las experiencias socialistas, Freud reconocía su importancia como modelo de organización social. Lo que señalaba era la ilusión de creer que solamente con una distribución equitativa de los bienes materiales podrían solucionarse todos los problemas del ser humano. Por ello afirmaba “Yo opino que mientras la virtud no sea recompensada ya sobre la tierra, en vano se predicará la ética. Paréceme también indudable que un cambio real en las relaciones de los seres humanos con la propiedad aportará aquí más socorro que cualquier mandamiento ético; empero los socialistas, esta intelección es enturbiada por un nuevo equívoco idealista acerca de la naturaleza humana, y así pierde valor de aplicación”. En este sentido, refiriéndose a la experiencia en Rusia, se adelantaba cincuenta años a la caída del “Muro de Berlín”, pues sostenía que este “... ensayo se emprendió prematuramente, (ya) que una alteración completa del régimen social tiene pocas perspectivas de éxito mientras nuevos descubrimientos no hayan aumentado nuestro gobierno sobre las fuerzas de la naturaleza, facilitando así la satisfacción de nuestras necesidades. Acaso sólo entonces se volvería posible que un nuevo régimen social no se limitara a desterrar el apremio material de las masas sino que atendiera a las exigencias culturales del individuo...”

BIBLIOGRAFÍA

Carrión, Luis Salazar, El síndrome de Platón ¿Hobbes o Spinoza?, editorial Universidad Autónoma Metropolitana, México 1999.

Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo, el cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, Topía editorial, Buenos Aires, 1999.

Derrida, Jaques, Estados de ánimo del psicoanálisis. Lo imposible más allá de la soberana crueldad, editorial Paidós, Buenos Aires 2001.

Freud, Sigmund, Tótem y Tabú, Amorrortu Editores, Tomo XIII, Buenos Aires, 1976

El porvenir de una ilusión, Tomo XIX

Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Tomo XXII

¿Por qué la guerra? (Einstein Freud) Tomo XXII

El malestar en la cultura, Tomo XXI

Mayor, René, Al comienzo. La vida la muerte, editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 2000

Rozitchner, León, Freud y el problema del poder, editorial Plaza y Valdes, México 1987.

Spinoza, Baruch, Etica, editorial Aguilar, Buenos Aires, 1982.

Tratado político, editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1990.

Tratado teológico político, editorial Lautaro, Buenos Aires, 1946.

 

Articulo publicado en
Noviembre / 2001

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