1)"En este momento atiendo una paciente que tiene HIV. Ella viene porque su familia y amigos le dicen que tiene que venir. Se cuida relativamente y no ha tenido complicaciones serias. Pero en su análisis muestra poca colaboración, como si viniera por obligación, ya que no quiere pensar en la enfermedad. Pero tampoco le encuentra mucho placer al resto de su vida (su trabajo, su marido y sus hijos, la sexualidad). Más bien está deprimida. Pero afirma que la negación es buena: 'sólo me acuerdo de que estoy enferma cuando tomo las pastillas'. Sin embargo sigue viniendo puntualmente a su sesión. ¿Qué tomar con la dirección de la cura? ¿Continuar trabajando lentamente sobre la concientización de la situación (ante el temor contratransferencial que empeore su estado)? ¿Simplemente acompañar hasta los límites de su negación?"
2)"Trabajo para un prepago. Allí se nos exige tener tratamientos no sólo breves, sino también de baja frecuencia. Una dificultad con la que me encuentro es que muchos pacientes caracteropatizados (especialmente obsesivos) usan su sesión semanal para dar un "informe" que deja poco lugar para que alguna intervención pueda ser efectiva. Ante esto me pregunto si a la alternativa de manejar con tiempo libre (que entrañaría dificultades institucionals) no sería indicado pensar en grupos terapéuticos."
Nunca tuve un caso de HIV y no lo quiero tener; o tal vez sí. El HIV es la enfermedad maldita actual, que recibió el bastón del cáncer, que recibió el bastón de la lepra, la gran plaga de nuestro tiempo.
Esto me lleva a recordarme de mi primer paciente, ella estaba en la fase terminal del mal de Hutchinson, tan caquéctica que ni siquiera soportaba el peso de las sábanas. Mi analista había dicho: "Vale la pensa probar ?quien sabe?". Eran los tiempos heróicos donde ser pensaba que el espectro del psicoanálisis era ilimitado. Bueno, un dia la paciente, que entraba y salía de un estupor comatoso, me tiende la mano. Y yo, pelotudo yo, novato yo, no seguré esa mano, cosa que me arrepiento hasta el día de hoy.
Cuento esta historia por dos motivos. Primero, creo que ante un caso "extremo" hay que quebrar las reglas y quemar navios en un especie de vale tudo supratransferencial. Tambien hay que colaborar incondicionalmente con el narcisismo del paciente. Hay que dar la mano y el codo también. En segundo lugar, tal vez en los casos extremos hay que volver a los "tiempos heróicos" del psicoanálisis y tener fe que el psicoanálisis lo puede casi todo. Hay que tener fe y no esperanza, recordando lo que un poeta anónimo dijo: "No insulteis la fe con esperanza". ?Quién sabe?
2- La situación planteada es bien escuálida. Creo, en principio, que la terapia grupal tiene más polenta y recursos que una terapia individual mezquina donde el tiempo libre siempre será un tiempo preso. La terapia grupal es una Cenicienta pobre, sin Principe. Tanto Freud como Klein y Lacan la dejaron en la cocina. Lo de Klein fue lo más llamativo dada la relación que ella tenía con Bion. En efecto, me sorprendió cuando quizá trabajar grupos con Bion y Melanie Klein lo desaconsejó. Nunca comprendí el por qué.
Emilio Rodrigué