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El destierro

 
(gauchesco a medio pelo)

Pido atención un momento mi amigue, haga un alto en su faena
necesito la oreja güena que me escuche los pesares,
que nada tienen que ver con el alcohol y los barbijos,
sino con las ganas de cuchillo que le tengo al canalla
que nos ha mandado al destierro infinito.

Como para ponerse a tono con la apertura de locales y bares cerveceros, al director del hospital se le ocurre una genialidad pandémica: abrir un hospital de día en la que era la sala de internación. No ahora, claro, sino en un tiempo (que dicen las malas lenguas) será pronto. Como que de repente se le dio por hacer patria. La pandemia armó una especie de carrera por el estrellato a ver quién hace más cosas, duerme menos y tiene la estadística más suculenta. Pero ya sabemos que los patriotas no trabajan solos, para eso están las tropas rasas: gauchas y soldados, mi general.

Así que ahí lo tenés al dire, abriendo la consulta presencial a razón de diez pibes por día y la nueva idea de “fuera el manicomio, bienvenido el hospital de día” en el pico de la ola de covides cuando estamos más quemados que la moto de un hippie.

Así como lo escucha
la pata ancha en esta sala que naides
más quiso
la hicimos nomás nosotras
sin quebranto y con tres barbijos.

La ahora ex sala de internación de salud mental queda en el pabellón sobreviviente del viejo hospital, al fondo del predio. Es como la zanja de Alsina: cavaron ahí y la quedaron hasta que vino Roca y mandó a todos los pacientes no deseables al lugar menos visible del hospital.

Con la ola pandémica tuvieron que cerrarla y trasladar a todos los pibes. A partir de ahora no más internación diferenciada. Para eso, necesitamos que ustedes, gauchas de interconsulta se trasladen ahí mismito. Por qué, preguntamos. Porque la idea es armar el combo internación-interconsulta, responde mi jefa en coronel que aspira a la medalla púrpura del héroe covid cuando termine todo esto si alguna vez termina.

Además están ocupando un consultorio que tiene ventana y que es necesario para la atención presencial -prosigue- y Marta me pidió que las saque de al lado de ella, porque tiene miedo de contagiarse, como ustedes van a las salas…

Claramente tener casi sesenta aplica para poder expropiarte el consultorio y si encima no tenés el título de propiedad, te corren de la tapera. A Marta, dedico estos versos:

Es cobarde la vizcacha que se esconde en la madriguera
y que ya de vieja no quiere afrenta ni quilombo,
pero con todo el respeto que merecen sus canas y su experiencia
le digo, vizcacha Marta, yo que sí me sé sacudir el polvo…

¿por qué no se busca una pre existente y se va bien al carajo de la frontera?

Llamen a limpieza y vean el lugar porque el lunes ya tiene que arrancar el otro equipo ahí -termina la jefa en coronel.

Obligada la partida,
que nos saca de la querencia y nos manda al manicomio,
sin wi fi y con un escupitajo de alcohol en las manos:
vea amigo, cómo esta pandemia maldita
nos mete las patas en el cajón y nos vende el alma al diablo.

3. Tenemos que entrar por la puerta de atrás porque de la de adelante no hay llave, dice la terapista ocupacional que ahora trabaja con nosotras. Ella también quedó separada de su grupo original de internación y le tocamos la psiquiatra y yo en suerte.Y ahora somos un grupo de parias hospitalarias reunidas por la desgracia.

¿Cómo que no hay llave? -preguntamos con mi compañera psiquiatra.

 No, porque las llaves las tenían los de seguridad. Y como ellos estaban 24 horas, nunca necesitamos llave.

Por alguna razón que no alcanzamos a entender, nuestra jefa tampoco quiere que tengamos llave de la puerta de adelante pero he aquí un pequeño problema, hermana: si nos quedamos encerradas no hay forma de salir. Y es muy probable que te quedes encerrada porque la puerta de atrás es un ascensor que suele trabarse por lo viejo o porque queda mal cerrado.

Ah, pero hay una salida de emergencia- recuerda la terapista.

Logramos subir por el ascensor y entrar. Veo la puerta de emergencia, ahí nomás, al lado de la entrada. Soltamos la traba. Abrimos y nos peina el Pampero.

De lo que vimos y que fue mucho, nos quedó una cosa:
la salida de emergencia no es descanso ni es salida,
por eso si se le ocurre asomar la ñata,
agárrese bien juerte de la baranda
que de un resfalón
se le pueden ir las patas y acabar como suicida.

Bien -dice la psiquiatra- ya sabemos por dónde tirarnos.

Ahora que me acuerdo, enfermería tenía llaves, habría que preguntarle a Aurora- revela la terapista.

Me quedo seca, como si acabaran de darme un lanzazo. Prefiero quedarme encerrada toda una noche ahí adentro a tener que pedirle algo a esa mujer, que es como San La Muerte.

Ay, que la mala luna no le haga salir a usté en una noche
donde esté la Aurora de turno,
de verla nomás se le ponen a una de blanco las crenchas

4. Cuando la sala dejó de ser el pequeño loquero, por un par de semanas estuvo a punto de ser covid center. Y así dejaron todo el circo armado: las mesitas fuera de las habitaciones para dejar cosas, algodón y litros de alcohol en gel en los dispensers, algo impensable en tiempos normales.

Ninguna de las tres dice una palabra hasta que la psiquiatra habla por todas: ni loca me quedo acá, prefiero que me lleve el covid.

Y es que el lugar da tan loquero que es imposible camuflarlo. Ni prendiendo las luces le podés quitar el aire a chaleco de fuerza. Y doy fe que el equipo de internación trató de hacer otra cosa ahí dentro, pero el poder siempre está en el llavero y el llavero siempre lo tiene el amo y señor de las reglas.

Quien no le daría al trago en esta locura de encierro,
si nomás caminar tres pasos
y ya se nos viene el de blanco, taimadito y certero,
pa pichicatearnos el culo
y dejarnos mansos y serviles,
Mira amigo que te advierto: a mal puerto vas por agua
si no te hacés amigo del enfermero.

El office médico tiene un armario gigante y dos computadoras de escritorio que vienen de algún otro lado y seguramente no funcionan. Más algunos televisores de tubo que claramente son inservibles. A cambio, tenemos un baño con ventanita. Tanteo si el inodoro está bien agarrado, para saber si puedo usarlo para romper el vidrio con reja. No, está bien amurado: el inodoro y la reja. Una salida menos.

Todo es una tapera desolada y lo único que quiero es buscar una botella de caña, empinarme hasta el codo y declararme alcohólica a ver si con eso me eximen de venir.

Y ahí es cuando en el barullo y la desgracia,
la vida mesma se encarga de ponerte el ejemplo:
en el medio del fandango
se nos apareció la providencia, con el carro de lejía
y las ganas puestas.

Llegan las de limpieza: una pobre chica que empuja el carro y la supervisora con una mopa en la mano. Miran, recorren, les decimos qué lugares tienen que limpiar. La supervisora le da unas indicaciones y la larga sola, ahí.

La hubiera visto a la pobre china,
trapo en mano, barbijo en jeta,
como un charabón recién salido del huevo:
se agarraba al carro a falta de charango
y en esta vaina de hacerle afrenta al loquero,
la dejaron solita a campiar la cancha y limpiar el chiquero.

La pobre piba quiere llorar. Nosotras también.

Le avisamos que si se queda encerrada puede salir por la escalera de emergencia o llamarnos. O también se podría suicidar, pero me da no sé qué darle esa opción.

Bueno, -dice- igual acá no creo que haya fantasmas, ¿no? -termina mientras saca un trapo húmedo del carro y se ríe nerviosa.

No pudimos decirle
Que ahí dentro moraba el coludo
Más si de algo estamos más que seguras
Es que en esta vida sin limonada ni chicha
La ley la hacen los de arriba y los de abajo
Nos comemos los mocos
Sin tener pestillo de salida.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2020

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