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La Fragata y los imanes

 
Cuento

El barrio estaba a tono con lo que pasaba en toda Argentina, el secuestro de la Fragata Libertad, estaba retenida desde esa mañana del 12 de octubre de 2012,  en el puerto de Tema en Ghana, había indignado tanto a partidarios como opositores al gobierno. Televisores prendidos todo el día, mucha gente sacaba banderas argentinas por las ventanas o las colgaba en las barandas de los balcones.  Los celulares ardían con twist, memes y llamados a la resistencia. La argentinidad estaba a flor de piel. La casa de Tomás no era la excepción, pese a la poco importancia que generalmente la madre daba a las noticias políticas el caso era tan impactante que nadie podía apartarse de los canales de noticias.

La excepción era Tomás que parecía estar muy entretenido con unas piedras negras de hematites imanadas, un regalo de su tío que lo tenía apasionado desde hacía varios días. No había manera de que jugara con otra cosa. El niño con sus cuatro años tenía perfectamente delineado su futuro: quería ser mago, para eso entrenaba su mente. Estaba convencido que así lograría superpoderes y que los mismos le permitirían recorrer el planeta, se imaginaba yendo por el mundo con su frac y su bastón haciendo aparecer y desaparecer palomas, conejos, pañuelos, víboras y todo aquello que pudiera entrar en su reluciente galera. Para este objetivo es que probaba maneras distintas en que las piedras, por la fuerza de sus imanes, se atrajeran.  Las ponía a cierta distancia una de otra, hasta que la fuerza magnética las atrajera como el ojo de un huracán hacia el centro. Llegaban veloces y se apiñaban. Con cada búsqueda trataba de ocultar las fuerzas de los imanes, el objetivo era que el imaginario público se convenciera que las esferas se movían por los esfuerzos de su pensamiento. Tomás era el investigador más feliz del mundo, pero había percibido el extraño movimiento que había en su casa ese 12 de octubre.

Por eso se había establecido debajo de la mesa de la cocina, había desechado el subir a la casita que su madre le armó en el árbol del jardín. No quería dejar sola a su familia, no sabía bien el por qué pero observaba muy alterada a toda su familia. Cada uno que entraba no hacía más que exclamar: “¡Qué barbaridad!”, “¿Cómo ocurrió?”, “¿Y ahora qué va a pasar?”. Mientras la ronda de mate circulaba sin parar, no faltaba nunca el agua caliente y se cambiaba la yerba apenas ésta dejaba flotar los primeros palos en la boca del mate. Tanta preocupación se adentró en el cuerpo de Tomás, sensible como era no podía dejar de captar esas tensiones, a su manera también era un imán que capturaba preocupaciones. Guardó sus bolas mágicas en una pequeña bolsita de terciopelo con cuidado y fue hasta su pieza. Pese a ser un chico no muy ordenado, aquellas cosas que servirían a su futuro de mago eran tesoros que volvía a poner en su lugar, no quería que se perdieran.

Cuando volvió al comedor se puso al lado de su madre, sabía que debía contarle un secreto que hasta esa mañana había guardado celosamente. Así como ella le contaba cuentos a la hora de dormir que lo hacían soñar con futuros felices y una noche protegida, Telma, su madre, merecía que le compartiera un asunto que lo tenía contento. Era un secreto  que estaba compartiendo con Ludmila  su compañera de jardín de infantes. Tanto Ludmila como él se habían juramentado a guardar silencio, pero ese inquieto movimiento familiar en el que se avizoraban guerras y desgracias lo llevó a quebrantar la promesa.

-Tengo que contarte un secreto, dijo en voz baja y muy cerca del oído de Telma. La mujer se deshizo de sus preocupaciones y miró profundamente a su hijo más pequeño, si algo había aprendido era ofrecerse con calidez a las demandas de sus niños. Cálidamente y casi usando el mismo tono de cuchicheo que proponía Tomás le dijo: -Decime.

-No te enojes, te quiero decir que tengo novia.

Telma contuvo la ternura que la información le transmitía, en especial porque su hijo imaginaba que ella se iba a enojar. Con tacto preguntó: – ¿Quién es?

-Ludmila, mi compañera de jardín.

La madre trataba de ocultar su sonrisa y demostrar así la seriedad con que tomaba el tema. – ¿Desde hace cuánto que están de novios?

-Desde el día que ella fue escolta y yo abanderado.

Telma no pudo menos que relacionar la cuestión patriótica que se desplegaba alrededor del secuestro de la Fragata Libertad y este incipiente amor de niños llevando la bandera al acto escolar.  Tampoco la poca distancia entre su nombre y el del puerto donde la nave insignia de Argentina. 

Tomás sentándose sobre las rodillas de su madre y acercándose todo lo que podía a su oreja, sabía que debía continuar con su relato. –Nos dimos un piquito en la boca detrás del escenario agarrados los dos de la bandera. Hasta hoy no lo sabe nadie, es un secreto.

Telma quería comerse a besos a su hijo, reír a carcajadas por la genuina alegría que le producía este verdadero amor de jardín de infantes. En medio de los tambores de guerra, de escaseces, de problemas familiares y barriales tremendos producidos por las dificultades económicas su hijo salvaba por un ratito al mundo. Lo hacía tierno, dulce y esperanzador. No avanzó más en sus preguntas. Esperó que el niño le dijera algo más. Después de un rato de silencio Tomás preguntó – ¿Te enojaste?

-No, cuando termine este asunto de la fragata y las cosas estén más tranquilas la invitamos a Ludmila a comer la torta de dulce de leche  que te gusta tanto.

Pese a las ilusiones de Telma, el conflicto de la fragata Libertad se alargó mucho más de lo que imaginaba. Ella trató de ir relativizándolo pero su actividad laboral se lo impedía. Cocinaba en la casa de un marino de alto rango y cada vez que pasaba la mañana allí escuchaba los planes que se estaban pergeñando en secreto, el que más la inquietaba era uno que proponía mandar dos barcos de guerra y un submarino al rescate de la fragata. Lo fue construyendo por los fragmentos que escuchaba de conversaciones telefónicas, por comentarios a la hora del desayuno, por las visitas de oficiales de alto rango que iban para hablar del tema. Le parecía un asunto descabellado, pero si esos señores de tan alto rango de la marina lo pensaban llevar adelante algo de factibilidad debían tener. Telma era sensata y humilde, respetaba a las personas que habían cursado estudios superiores, pensaba que no habían estudiado en vano. Por eso cada vez se le hacía más difícil ir a la casa del marino pero necesitaba el trabajo, era un dinero imprescindible  en su economía donde la escasez era reina. Salió muy angustiada el día que varios oficiales discutieron acaloradamente sobre la actitud del capitán de la fragata. A los gritos lo acusaban de blando, de que debía haber resistido con armas. Que no debía haber permitido el abordaje.

Telma llegó a su casa pensando en Malvinas, en el futuro de su hijo, en qué iba a pasar en los próximos días. Como había hecho su madre ante situaciones de pelea entre militares argentinos en el pasado, compró aceite, fideos y arroz en cantidad. Llegó cargada a su casa y de inmediato observó que Tomás estaba raro, que no la recibía con la alegría de  siempre. Haciéndose la distraída le pidió que la ayudara a guardar las cosas. No pudo sacarle ni una palabra sobre lo que le ocurría durante todo el día pero respetó su silencio. El niño luego de colaborar volvió a jugar con sus piedras imantadas, no observó Telma que el juego había cambiado. Ahora Tomás llevaba el poder de su mente hacia el rechazo entre dos conjuntos de bolas negras. Tomás se daba cuenta que si los espectadores no se daban cuenta el rechazo de las hematites sería un acto sensacional. Piedras que no se aceptaban y animadamente tomaban caminos distintos.

Al día siguiente al llevarlo al jardín el niño le dijo que el noviazgo se había roto, que Ludmila ahora estaba con Joaquín. Que ya no le importaba el asunto. Telma supo muy bien que ese primer mal de amores era un marca que Tomás va olvidar pero que quedará en su corazón para siempre, como un árbol cuando tiene una herida en su tronco. La vida amorosa de Tomás había comenzado su desarrollo más allá de ella. Lo despidió al niño con un abrazo más fuerte que el habitual y se dirigió sin ganas a la casa del oficial de marina.

Mientras preparaba unas exquisitas cazuelas de pollo y verdura escuchó algo que le pareció increíble y al mismo tiempo aliviador. Ningún barco de la marina podía realizar esa travesía con garantías, lo mismo ocurría con el submarino. Es decir se corría el riesgo de que zozobraran. Telma pensó que esas personas poco sabían de la cantidad de jóvenes que zozobraban en su barrio por la falta de trabajo, por la droga.  Apuró su trabajo y salió de la casa alegre, liviana y casi corriendo fue a tomar el tren para su casa. Quería prepararle a Tomás su torta preferida para la hora de la merienda.

 

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Articulo publicado en
Diciembre / 2017

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