1-¿Porqué pedir perdón?
La última década del Siglo fue calificada de muchas maneras. Como la de la globalización, las comunicaciones vía Internet, biotecnológica, de la xenofobia, de guerras hipócritas teñidas de "justas" por sus panegiristas (Rodriguez Kauth, 1994) y muchos etcéteras más que colman la vergüenza. Pero algo que ha estado -y esdá- de moda en ese tiempo lejano es la de pedir perdón por los dislates cometido en el pasado, por los disparates o errores -los dichos- o, muchas veces, los crímenes de algunos otros que mantienen o mantenían un parentesco ideológico con el solicitante del perdón. Normalmente tal parentesco está ubicado a nivel institucional o nacional -ya sea político, religioso o militar- y, las menos de las veces, en lo económico: es que los economistas todo lo han hecho bien y nunca se equivocaron en la aplicación de sus políticas de hambre con los pueblos; por eso no tienen que disculparse: esto es debido a que el reparto de la riqueza -o, mejor dicho de la pobreza- esté tan bien distribuido entre las personas y poblaciones.
Así como en su momento Erasmo de Rotterdam (1507) escribió un célebre Elogio a la locura, en tanto que el psicoanalista y ensayista argentino Marcos Aguinis hizo lo propio con un Elogio a la Culpa (1993), estimo que ambos "elogios" -actualmente- se sintetizan en el elogio del perdón. Al finalizar el escrito trataré de conectar los tres elogios, si es que el lector no lo hizo mucho antes.
El escritor satírico español, B. Gracián (1651) (1), decía que "Es el hablar efecto de la racionalidad ... habla, dijo el filósofo, para que te conozca". Y los que piden perdón hablan, ellos dicen lo que otros no se atrevieron a decir en el momento oportuno y en el lugar justo -cuando correspondía y dirigido a los afectados, y no a sus descendientes-, aunque para eso los intérpretes actuales usen paráfrasis y recursos lingüísticos semejantes, como hacer "como que" piden perdón ... pero solamente lo hacen con medias tintas, quedándose a mitad de camino, lo cual sirve, como decía Gracián, de utilidad para conocerlos un poco mejor y no dejarse engañar con tales muestras de arrepentimientos falaces, las más de las veces poco veraces y sí muy hipócritas (Rodriguez Kauth, 1993).
2-El elogio del perdón eclesiástico, en Argentina:
Un capítulo especial merece la última reunión del Encuentro Eucarístico Nacional, en Córdoba el 9 de septiembre del año del Jubileo. Durante el mismo, el delegado Papal, el Cardenal venezolano R. Castillo Lara dijo que: "En la década del 70 el país sufrió un período de violencia, de violaciones de los derechos humanos y se produjo un dramático enfrentamiento entre hermanos que ha dejado como secuela un abismo de resentimiento, de rencor y hasta de odio". Evidentemente, el enviado papal no conoce de la realidad nacional, ya que del el lado de los que sufrieron persecuciones y muerte no existe odio, lo único que hay es sed de justicia, de reparación de los daños, de reconocimiento de las culpas con actos concretos por parte de los genocidas y sus cómplices eclesiásticos. El resentimiento y el rencor sí existen y son fruto de la falta de una auténtica justicia que ponga la historia en su lugar. Más adelante el prelado afirmó que "... el perdón no elude la justicia, pero sí hace que la exigencia de justicia no sea una venganza disfrazada". Sin dudas que no ha entendido la realidad que transitan los sufrientes; si se quisiera la venganza, la misma se hubiera tomado por mano propia. El texto de él debe ser leído a la luz de la "teoría de los dos demonios", que fue sostenida por los ideólogos del Terrorismo de Estado. Es decir, que "malos" hubieron de los dos lados del conflicto y, ahora, es preciso comprender que los que padecieron la tortura, la cárcel, la persecución política y laboral y hasta la muerte no reclaman venganza, solo exigen justicia, entiéndase bien, nada más que eso y no que se cambien los naipes de la baraja, porque cambiarlas es hacer trampas al juego limpio de la verdad, a la cual todos tenemos derecho. Solamente conociendo la verdad de lo sucedido y asumiendo los responsables su total responsabilidad -valga la redundancia- es que se encontrará la tan ansiada paz entre los argentinos.
Nadie puede olvidar que durante 1982, mientras en el país se hallaban centenares de fosas comunes y anónimas, un periódico italiano -Il Messagero, de Roma- publicaba una entrevista al Cardenal Primado de Argentina, Juan C. Aramburu, en la que decía: "En Argentina no hay fosas comunes y a cada cadáver le corresponde un ataúd. Todo se registró regularmente en los correspondientes libros. Las tumbas comunes son de gente que murió sin que las autoridades consiguieran identificarlas. ¿Desaparecidos?. No hay que confundir las cosas. Usted sabe que hay desaparecidos que hoy viven tranquilamente en Europa". Era la opinión oficial de la Iglesia: no habían muertos anónimos y lo de los desaparecidos era una fábula de los subversivos. Es verdad, hubo voces disidentes a las oficiales dentro de la Iglesia, pero las mismas no tuvieron ni la suficiente fuerza como para desvirtuar a los mentirosos, ni tampoco tuvieron el coraje necesario para oponerse de manera abierta y franca al discurso hierofánico (Rodriguez Kauth, 1998). En septiembre del 2000 la Iglesia pide perdón, perdón por la complicidad con la dictadura militar y el silencio aquiescente que mantuvieron. Pero lo que los deudos necesitan -y lo que todos necesitamos- es verdad y justicia. Aquellos que estuvieron silenciados en el ayer por la conveniencia de la complicidad con quienes detentaban el poder, hoy deben confesar públicamente lo que ocultaron y abrir los archivos para conocer la verdad sobre los hechos delictivos; los cómplices de las torturas, muertes y desapariciones, inclusive de algunos miembros de la Iglesia, deben presentarse para ser juzgados y sufrir la condena que les corresponda según el derecho positivo. El perdón solicitado por la jerarquía de la Iglesia no aclara la historia reciente.
Sin embargo la Iglesia Argentina solo se contenta con pedir perdón a los sufrientes de uno y otro bando, por haber salido de sus entrañas curas "guerrilleros", o que "pensaban feo", pero nada hace para castigar a los capellanes militares, obispos, curas y laicos católicos que participaron -por acción u omisión- de la tortura, el secuestro y el robo. La excomunión es una medida que la Iglesia posee en el Derecho Canónico -Libro VI, dedicado a "las sanciones de la Iglesia"- para castigar a los que actuaron contra del sentido caritativo que dicen tener la fe que profesan. Sin embargo, en Argentina todavía nadie ha visto que esa medida haya sido aplicada a los militares genocidas ni a los obispos cómplices del terrorismo de Estado, quienes ejercen al frente de sus vicarias, como ocurre con las diócesis de Mercedes, San Luis y otras decenas de obispados qué -durante la dictadura militar- se dieron el lujo poco cristiano y muy soberbio de no recibir a familiares de detenidos políticos, ni siquiera para darles una palabra reconfortante a aquellos que estaban embargados de dolor.
Si Monseñor Aramburu se atrevió a afirmar que "Todo se registró regularmente en los correspondientes libros", eso significa -en el lenguaje de los juristas- que "a confesión de partes relevo de pruebas" y, consecuentemente, que en la Curia argentina se tienen detalles respecto al destino de los desaparecidos. Entonces, menos pedir perdón y ya nomás yendo a abrir los registros que conservan, tal como lo vienen solicitando las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos que, entre otras, las Madres de Plaza de Mayo durante los años de plomo no dejó de pasear los jueves frente a la Catedral repudiando a sus moradores por la complicidad manifiesta de sus miembros con los genocidas de Estado. Lo que se le exige al episcopado argentino es que abra sus documentaciones secretas y las haga públicas y, además, que castigue como corresponde a los miembros de la Iglesia que hicieron posible la vigencia del Estado de terror, la delación y -lo que es peor en un sacerdote- la falta de respeto por el secreto de confesión, así como la tortura y la muerte de muchas personas durante esos ocho trágicos y tristes años de nuestra historia relativamente reciente.
3-El Elogio del Perdón Militar en la Argentina:
En Argentina -en épocas cercanas- también transitamos por el camino de los "perdones" solicitados por los militares a la civilidad. Recuérdense los dichos del General Martín Balza, el mismo que luego de conducir al "glorioso" Ejército Argentino durante los últimos ocho años del menemismo pidió su pase a Retiro. ¿Y eso a nosotros que nos importa?. Poco y nada, pero lo suficiente como para hacer un comentario acerca de la noble disposición de los argentinos a encontrar héroes donde se cree que los pueda haber -aún en el tacho de desperdicios-, aunque más no sean de cartón pintado, o bien de lo que políticamente se conoce como el modelo "bisagra".
A dicho militar le llaman "el rápido", ya que en 1995 realizó una aceptación pública de que el Ejército, entonces a su mando, había torturado, secuestrado y ejecutado a millares de personas durante los años de plomo de la última dictadura. Esto fue aplaudido -en su momento- por más de un periodista alcahuete o político acomodaticio a las circunstancias, aunque tal reconocimiento fuera tardío, diez años antes la justicia había comprobado la veracidad de que se habían cometido tales hechos aberrantes. Por aquellos negros años -la década del '70- Balza revistaba con un grado de Capitán -o algo por el estilo- y ahí no se acordó de denunciar públicamente lo que sucedía en el arma, solo se limitó a mirar pasar los hechos. Que miraba es una forma de decir, debido a que por sus dichos nos enteramos que vivió como aquellos tres monitos de cerámica: uno se tapa los ojos, el otro los oídos y el tercero la boca. Aunque el primero oye y puede hablar, el segundo ve y también habla, mientras que el tercero ve y oye, aunque nada puede decir: pareciera ser que el modelo de monito que se acomoda a nuestro benemérito General fue el último. Así fue que Balza relató con bastante retraso de manera pública -para despertar sentimentalismos con él y hacer simpática su figura- que por entonces ni siquiera leía los periódicos de aquellos años, es decir, vivía encerrado en una impoluta torre de cristal.
Pero, ya de adulto y con más galones y oropeles colgantes de la chaqueta que el portero de un hotel internacional de cinco estrellas, no pudo dejar de encontrarse -con atónita y no por eso menos fingida sorpresa- con que en la Fuerza bajo su conducción se había perpetrado el asesinato de aquel soldado neuquino llamado Carrasco (2) y que se complicó debido a que estaban involucrados en su homicidio altos -y también bajos e intermedios- mandos militares a los cuales la inteligencia militar (sic) habría intentado ocultar, a la hora de confeccionar los sumarios y demás menesteres internos y externos. Este fue un homicidio que nos implicó y complicó a todos los que alguna vez pasamos por las filas de las Fuerzas Armadas. Todos fuimos un poco Carrasco, sufriendo el autoritarismo de tales fuerzas que, curiosa y polisémicamente, hacen mucha "fuerza" cuando luchan contra compatriotas, pero la misma se vuelve una suerte de timidez a la hora de los tiros con los usurpadores de las Malvinas. Ahí, en la milicia, aprendimos -bailando al compás de los gritos y los insultos- las diferencias existentes entre el bien y el mal. Pero el caso Carrasco fue la gota que colmó el vaso de tanto despropósito .., antes de él ¿cuántos soldados quedaron lisiados por los golpes?. Y aún, cuando sea objetivamente un hecho menor ¿cuántos no nos hemos sentido humillados y hasta tratados como basura humana en los cuarteles haciendo el famoso "orden cerrado" con el que se tortura a los ciudadanos que destinan sin voluntad alguna un tiempo de los mejores de su vida a servir a la Patria y no a los caprichos de un Teniente o un Sargento?.
Por si fallan los recuerdos, recuerdo que durante el mandato de Balza al frente del Ejército, se produjo la explosión del arsenal de Río Tercero, donde murieron y fueron heridos un montón de civiles, aunque ningún militar de graduación (3) cayó en aquel "fortuito accidente", como lo definieron las autoridades militares entonces. Accidente que de tal lo único que tuvo fueron las consecuencias nefastas para la gente que vivía en cercanías, ya que se ha comprobado que no fue tan accidental como se lo quiso hacer pasar. Parece ser que cuando faltan pertrechos de la Santa Bárbara, nada mejor que volar el lugar con una explosión "fortuita" y así no se puede hacer una evaluación contable de las existencias de pertrechos. Pero aquí no terminó la extraña situación, tiempo después los medios de prensa difundieron la noticia de que en el juzgado civil que estaba llevando adelante la causa no solo ocurrían hechos de espionaje militar, sino que conocidos los mismos, los oficiales de la guarnición se negaron a colaborar con el quehacer de la justicia -por el ocultamiento de pruebas en el contrabando de armas a Ecuador y Yugoeslavia- no presentándose a declarar lo que podían saber al respecto ante los instructores del caso.
Me olvidaba, el General Balza de los perdones hipócritas es el mismo que se negó a declarar ante el Juez J. Urso como sospechoso por la venta ilegal de armamentos a Ecuador y a Croacia -ambos países estaban en guerras-, habiendo sido acusado por la fiscalía de nimiedades tales como asociación ilícita, falsedad ideológica (4) de documentación pública y malversación de bienes del Estado.
Pero no nos engañemos, así como en su momento el Teniente Coronel "cara pintada" Aldo Rico se convirtió en un político de carrera, no sería extraño que en un futuro no muy lejano, aunque corresponda en el nuevo milenio, tendremos la oportunidad de poder votar por un militar que se "civilizó" luego de hacer el blanqueo de rigor y actos de constricción. Entonces seremos muy pocos los que recordaremos estos tristes episodios de nuestra historia reciente.
Más, con Balza no terminaron los intentos de reconciliación con la civilidad de parte del Ejército (5). Su sucesor, el General Ricardo Brinzoni aprovechó la oportunidad del Jubileo realizado por el episcopado nacional para hacer el séptimo (6) pedido de perdón "en los hechos dramáticos y crueles" que se perpetraron durante la última dictadura; aunque sin perder la oportunidad de ofrecer perdón, de modo soberbio "... a los que alentaron, toleraron, desataron y profundizaron el mal de la violencia". Es decir, los militares se bajan del pedestal a pedir perdón, pero su intento de reconciliación parte de la soberbia de ofrecer el perdón a quiénes no tienen de que ser perdonados. Aquellos no secuestraron, mataron ni torturaron utilizando los recursos hegemónicos de la "fuerza" que provee el Estado para la defensa nacional.
5-Conclusión:
Como el lector recordará la propuesta hecha al principio del escrito, este es el momento en que asociaremos a Erasmo y Aguinis con lo que hemos desarrollado, que no tiene pretensión de llegarle ni a los talones a alguno de los anteriores, pero que no puede dejar de llamar la atención en las coincidencias, las que son más que casuales. La asociación es sencilla, los dos perdones -el eclesiástico y el militar- de los cuales hice el "elogio", han sido una locura, en tanto no se corresponden con "toda" la verdad histórica y se dejan en la manga la auténtica constricción que consiste en la reparación del bien dañado. Por otra parte, tales locuras, no son otra cosa que una evidencia del "profundo sentimiento de culpa" que sus protagonistas dicen que embarga a subordinados e instituciones y que les molesta en lo más profundo de las entrañas. Es verdad, sentirse culpable de algo, ya es un paso adelante (7), pero no suficiente para expurgar los delitos. Los que hemos vivido en Argentina la penuria y humillación de soportar el autoritarismo militar durante la dictadura, también reclamamos que las culpas de los Balza y Brinzoni no solamente sean una expiación verbal -al igual que con los sentimientos de culpa del Episcopado argentino-, se requieren actos concretos y efectivos de reparación y cambios sustanciales en las Fuerzas Armadas que permitan asegurar un Nunca Más a estos episodios denigrantes para la salud pública.
BIBLIOGRAFIA:
AGUINIS, M.: (1993) Elogio de la Culpa. Bs. Aires, Planeta.
CONADEP: (1984) "Nunca más". Bs. Aires, Eudeba.
ERASMO de ROTTERDAM: (1507) Elogio de la Locura. Centro Editor de América Latina, Bs. Aires, 1969.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1993) Psicología de la Hipocresía. Bs. Aires, Almagesto.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1994) La hipocresía en la ideologización de la violencia bélica. Cuadernos de Realidades Sociales. Madrid, N° 43/44.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1998) Temas y Lecturas de Psicología Política. Bs. Aires, Editores de América Latina.
(1) Aquel de "lo bueno, si breve, dos veces bueno".
(2) Se merece un monumento, ya que gracias a su desdichada muerte se terminó con la obligación de la perversa "colimba" que nos molestó la vida teniendo que "correr, limpiar y barrer", sin sentido alguno y de acuerdo a los caprichos de algún cabo o sargento.
(3) ¿Se acuerdan cuando el senil Jorge Luis Borges dijo que los militares nunca habían oído pasar un balazo cerca suyo?.
(4) Les duele esa palabra a los milicos, que es subversiva.
(5) Ni la Fuerza Aérea ni la Armada hicieron algo en tal dirección.
(6) Balza realizó seis.
(7) ¿Dónde quedará "adelante"?