El Jurado compuesto por Janine Puget, Juan Carlos Volnovich, Emiliano Galende, Vicente Zito Lema y Enrique Carpintero dictaminó por mayoría de votos los ganadores del Tercer Concurso Libro de Ensayo de la Editorial y la Revista Topía - 2010. El primer premio fue para Masa y Subjetividad de Cristian Sucksdorf (libro publicado por la editorial Topía). La segunda mención fue para La Excultura de Luciano Rodríguez Costa. De dicho texto seleccionamos un fragmento del segundo capítulo,“El nuevo malestar y la más generalizada degradación de la cultura en los tiempos de la posmortdernidad.”
“La ciudad del mundo nuevo
Duerme su sueño de paz.
Ve la vida en un video
Y se le va la vida al creer
Megáfonos recomiendan:
Use máscara de gas,
hay oxígeno vencido
en esta farsa de la paz.”
Pappo, “Mundo nuevo”
En estos tiempos de gran malestar, se suele hablar de la actualidad que tiene hoy El Malestar en la Cultura. Sin embargo, pensando en las problemáticas y condiciones de nuestros tiempos, podríamos preguntarnos si sus conclusiones siguen hoy tan vigente como en 1930. ¿Es igual el malestar del que hablamos para nuestra época que aquel del que nos habla Freud? ¿Hay diferencia entre la cultura en la que él escribe y la nuestra, que llamaremos pos-mort-derna?
Época y cultura: la llamada posmodernidad
Primero que nada hemos de distinguir lo que comúnmente se denomina en el medio “psi” como “La Época”, de lo que acabamos de definir como cultura. Aquélla resulta una designación tan poco específica, incierta y amplia como lo es el denominado posmodernismo.
No podemos comprender aquélla sin hablar primero de la referencia que hace a su nombre, esto es, la Modernidad. Esta ha sido el resultado de un vasto proceso histórico que duró siglos y que implicó la irrupción de nuevos elementos en la organización social: surgimiento de clases, ideologías e instituciones que se gestaron y desarrollaron a partir de luchas y confrontaciones en el seno de la sociedad feudal.
Se trata de un proceso de carácter global donde lo económico, lo político y lo social se interrelacionan hasta terminar por configurar la moderna sociedad burguesa, el capitalismo y una nueva forma de organización política, a saber, el Estado-Nación.
Dos de las características más salientes de la modernidad son su carácter global y expansivo. La modernización capitalista se expande y se mundializa, imponiéndose sobre las formas precapitalistas existentes en los territorios conquistados, destruyéndolas o bien subordinándolas.
La ilustración influye de manera determinante en este fenómeno puesto que la Razón va a constituir su elemento de base. En todos los dominios, ya se trate de la ciencia, de las creencias, de la moral o de la organización política y social, el principio de la razón va a sustituir a los principios de autoridad y tradición fundamentados religiosamente.
El hombre adquiere confianza en sí mismo y en su pensamiento; realiza descubrimientos en el campo de la naturaleza y en el de las artes. La inteligencia despierta para él la dimensión de la temporalidad, dado que la razón -sustentada en la práctica científica- anima la creencia en la evolución y el progreso indefinidos de la humanidad. Se produce así un cambio del modo de regulación de la reproducción social basado en una transformación del sentido temporal de la legitimidad. En la Modernidad el porvenir reemplaza al pasado y racionaliza el juicio de la acción asociada a los hombres. La Modernidad produce las condiciones históricas materiales que permiten la emancipación conjunta de las tradiciones y las doctrinas heredadas. La ciencia aparece determinando lo verdadero, y lo que deviene de la tradición pasa a ser ignorancia.
El ideal de evolución y progreso es uno de los pilares en los que se sostiene la Modernidad. La cultura moderna suponía que los diferentes progresos en las diversas áreas de la técnica y la cultura garantizaban un desarrollo lineal marcado siempre por la esperanza de que el futuro fuera mejor. Entre el siglo XVIII y el siglo XX la gente se entusiasmaba con la cercanía de la emancipación de la humanidad.
Frente a ello, la Posmodernidad plantea la ruptura de esa linealidad temporal marcada por la esperanza. El posmodernismo es la época en la que el hombre ya no se entusiasma con el futuro. Con la desaparición de las esperanzas revolucionarias -que traerían libertad y felicidad- se renuncia a pensar el mañana. El hoy ya no aprende del ayer para soñar con un final feliz, y así el presente se propulsa solo, negando a cada instante lo que hizo, fiel a la ciencia que no dejó rastro de los ideales que la engendraron.
Al desaparecer los ideales desaparecen con ellos las funciones que ejercían, esto es, la de mantener a los hombres como totalidad. Frases que hablaban del Hombre como la de “es un gran paso para el hombre” -en el alunizaje de Neil Armstrong- pronto son reemplazadas por otras como ser “yo no veo la sociedad sino un conjunto de individuos” -de Margareth Thatcher- , por tomar sólo un ejemplo.
Volviendo ahora al punto del cual partimos diremos que cuando se habla de “la época” entonces a lo que se hace referencia es a buena parte de estos efectos y fenómenos que se han producido en la posmodernidad y que son expresados con un término que hace honores al presente continuo al que aludimos antes. Ahora bien, lo que queremos dejar en claro es que la cultura en tanto concepto específico que implica una doble operatoria, es diferenciable de la época. (…)
La época posmortderna
Ahora bien, ¿qué sucede en nuestra época? Para que haya sociedad y cultura el objeto debe perderse, acotarse el goce y construirse un padre legal que, en tanto terceridad, regule los intercambios entre los hombres. Cierto malestar es inherente a la pérdida de goce propia a toda sociedad, pero también es lo que permite “los más grandiosos logros culturales”. Sin embargo ¿el malestar de ayer es el mismo que el de hoy? De acuerdo a lo dicho, podemos pensar que el malestar de nuestro tiempo es muy diferente al de la modernidad freudiana, en la medida en que hoy no se sufre el límite de la renuncia pulsional sino la falta de un límite que la imponga, no es la ley que nos coacciona el motivo de malestar sino la falta de una ley que nos regule, no experienciamos tanto la nostálgica pérdida del objeto como su permanente presencia gozosa.
El discurso capitalista determina una realidad naturalizada en la cual se presenta la ilusión de que el paraíso no está perdido, de que el objeto es realcanzable en el consumo, proponiendo esa “satisfacción placentera total” que imagina Freud. Si los discursos, como praxis, hacen a un tratamiento de lo real por lo simbólico, entonces diremos que el discurso capitalista lo que genera es una infinitización del goce, y en tal sentido un tratamiento de desregulación del mismo. Esta última, así como la ilusión en que se apoya co-construye un Principio de Realidad en el cual halla su anclaje como sentido común, como datos de realidad, estas vicisitudes en nada “naturales” de la época, con la paradoja de que en vez de enlazar la pulsión silvestre a la cultura y producir algo de la renuncia, dispone lo contrario.
Podemos reexaminar qué pasa entonces con los conceptos de Freud. ¿Qué sucede con la terceridad? Si la ley es la del goce infinitizado y si esta no re-actua(liza), como denegación cultural, ese mítico pacto de renuncia pulsional, entonces las leyes del hombre han de vacilar. La mayoría que se opone al individuo y la Justicia como institución que garantiza esto, se verán afectadas. La excepción, el no-todo, funda la regla, pero hoy hay demasiadas excepciones que se sustraen a la regla. El neoliberalismo genera la ilusión de que esa terceridad (el Estado)[1] no es necesaria sino que todo se regula por el Mercado.
Lo que se promueve ahora es la pulsión salvaje, este tipo de estado pulsional “no inhibido”. Esta inhibición es en verdad, ese obstáculo necesario para que se domestique la pulsión y se produzca un enriquecimiento psíquico y social.
¿Qué podríamos decir entonces de la pulsión? En el discurso capitalista la pulsión tiene un papel fundamental en la medida que es esencialmente un puro empuje de goce de lo real. El matema de la pulsión, Lacan lo lee como “sujeto acéfalo en relación con la demanda” inconciente del Otro, vale decir, puro empuje sin cabeza subjetiva. Es comparable quizás a la idea de Freud de una “pulsión silvestre”, “no domeñada”. Podemos pensar que es la dimensión subjetiva significante la que le permite inscribir lo real en lo simbólico, dando lugar a ese acotamiento de goce propio de la “pulsión enfrenada”.
Así el resultado de una cultura que promueve el exceso no puede ser otro que un empobrecimiento psíquico y cultural. Freud, con gran lucidez y capacidad de síntesis, se pregunta “¿qué motivo tendrían los seres humanos para dar otros usos a sus fuerzas pulsionales sexuales si de cualquier distribución de ellas obtuvieran una satisfacción placentera total? Nunca se librarían de ese placer y no producirían ningún progreso ulterior”. Es la forma en que Freud nos dice que si el objeto ilusoriamente se nos presenta como no estando perdido, ¿qué progreso esperar para el sujeto y para su cultura?
Nuestra época posmortderna que esta se caracteriza por la generalizada degradación de la cultura.
Otra consecuencia necesaria es la ambigüedad del lazo social, si entendemos que lo que nos lleva a relacionarnos con el otro es la falta que constituye la cadena significante u orden fálico. El goce perdido se recupera así en el significante y en relación al Otro del lenguaje. El goce que propone el discurso capitalista, al no acotarse en el lenguaje es: excesivo, autoerótico (no requiere del Otro), fuera de discurso y, podríamos pensar, que es metonímico pero no metafórico (el objeto es eso y no un sustituto del objeto perdido). En consecuencia, la sorprendente y renegatoria propuesta de lazo social es la de un lazo social asocial incestuoso (por faltar la renuncia pulsional).
¿Qué sucederá con la temporalidad? Durante la modernidad la ciencia positivista ya había cercenado la dimensión del pasado -con sus tradiciones, saberes populares, mitos, etc.-, por “primitivo”, pero en tanto prometía un ideal social a futuro, un ideal de progreso. La posmortdernidad, sin embargo, es el tiempo posterior a la muerte de los ideales de la modernidad, lo cual genera un segundo cercenamiento, a saber, la dimensión del futuro. Esto nos deja en un tiempo siempre presente[2] puesto que socialmente hay cada vez menos elementos que capitonen un supuesto fin de algo y el comienzo de lo próximo. El discurso capitalista a su vez tiene una parte fundamental en ello al imponer ilusiones que desilusionan. Si como dijimos el objeto no está perdido y la pulsión es salvaje (no inhibida), si el recorrido de la pulsión no está mediado por el significante y, por ende, por el juego presencia-ausencia, la construcción de una temporalidad estará dificultada. El estallido del lazo social parece dejarnos en un tiempo atemporal donde las sociedades no ensayan diferentes formas históricas e historizadas de enfrentarse y dar respuestas al malestar y de encontrar ese “equilibrio” entre individuo y sociedad al que aludía Freud, sino que parece que hay una única forma de gozar para todos por igual, y es aquella que promete poner fin al malestar mediante el consumo de objetos. La pulsión entonces busca la satisfacción por el camino no-mediato, es decir, inmediato.
Otro punto interesante a destacar es el elemento de manía del nuevo malestar. Ya en Psicología de las masas y análisis del yo, Freud había planteado el paralelo entre la manía y los excesos de las fiestas, diciendo que consistían en un levantamiento de las prohibiciones que el Ideal le impone al Yo. A su vez, en Introducción del narcisismo había dicho que “La formación del ideal sería, de parte del yo, la condición de la represión”. Podemos pensar entonces a los excesos como el resultado de un levantamiento de la represión, que conduce a que ideal y yo coincidan. Dijimos que el trabajo del discurso capitalista[3] es esencialmente anti-padre, anti-amo, rompiendo con la función paterna del Estado que empieza a desregular todos sus ámbitos de incumbencia. Echar por tierra los ideales y el padre legal que el hombre se ha construido, podemos hipotetizar, tendría como consecuencia un dejo social maníaco, con una cultura que lleva al impulso, a la satisfacción in-mediata, al fuera de discurso, a la fragmentación del lazo, al goce y no al deseo. Lacan entendía la manía como un rechazo del inconciente. Y en igual sentido se suele hablar del discurso capitalista como artífice del rechazo de la castración. Pero podemos hacer aquí una precisión y decir que este en verdad se apoya en la falta o perdida de goce para luego rechazarla, con lo cual si hay rechazo del inconciente es porque hay renegación de la castración.
Ahora bien, no hay manía social sin melancolía social, y el mensaje para y de los primeros pareciera decir que “no hay nada que perder” -y aquí está todo el meollo del nuevo malestar- y para y de los segundos es que “no hay nada que ganar”. Pero ambas son anverso y reverso de la misma banda de Moebius.
Vemos entonces la diferencia entre el malestar de la época de Freud y el de nuestra época. Es cierto que el malestar es estructural a toda cultura por la renuncia pulsional que impone la con-vivencia en sociedad, pero es evidente que las instituciones sociales de 1930 -buenas o malas- desempeñaban esta función legal de ideal y prohibición y tenían una fuerza que actualmente va en detrimento.
La alta incidencia de patologías que siempre existieron pero no con la generalización actual, da cuenta de que los cambios “estructurales” en los elementos necesarios para el sostén de un orden social, son productores de una determinada “orientación patológica” -si bien Freud tenía razón al afirmar en su caso de la neurosis demoníaca, que el síntoma se viste con el ropaje de la época, también es cierto que esta es la mitad de la cuestión-. Freud decía que quizás el peligro de la cultura -moderna- era la neurosis, y, de hecho, la orientación patológica de su época tenía que ver con una alta incidencia de las neurosis. La reina del baile era la represión. Ahora hemos visto que el discurso determina lo que podríamos pensar no tanto como una forclusión, concepto demasiado clínico como para extenderlo a lo social, pero sí al menos una renegación de la castración, un “sí pero no”, en tanto se apoya en la existencia de la pérdida de objeto-goce para negarla, se apoya en el padre como terceridad legal, para trasladarlo, negándolo, a la ley del “dios oscuro” Mercado. Esta renegación lleva a la generalización de casos que han sido denominados como “borde de la neurosis”, los Inclasificables, la Clínica de las Impulsiones, la Clínica de los Fracasos del Fantasma, etc.
La época posmortderna
Luciano Rodríguez Costa*
liclucho [at] hotmail.com
* Psicólogo de Rosario, Profesor de psicología. Actualmente forma parte de la Residencia Interdisciplinaria en Salud Mental, RISAM con sede en el Hospital Escuela Eva Perón de Granadero Baigorria, Santa Fe. Residencia dependiente de la Dirección Provincial de Salud Mental.
[1] Para lo que lo que conocemos como Modernidad y para la época de la muerte de sus ideales, designada por nosotros como Pos-mort-dernidad, hablamos de esa terceridad aludiendo a la función que han adquirido los Estados Modernos, pero en verdad esta función no es privativa de ellos sino que muy por el contrario existen diferentes instancias capaces de operar en tal sentido (consejo de ancianos, asambleas populares, oráculos, shamanes, etc.).
[2] A la cual de hecho sólo podemos llamar así en la medida en que nosotros proyectamos una perspectiva temporal, es decir, en tanto historizamos incluyendo la posmortdernidad como un tiempo posterior a la modernidad -como cuando se habla de A. de C. y D. de C.- , pero en verdad, si lo vemos lógicamente, es un tiempo sin tiempo, como el tiempo de la urgencia.
[3] Conviene diferenciar aquí a qué tipo de capitalismo hacemos referencia, puesto que han existido diferentes formas de materialización. Es el capitalismo en su faceta neoliberal y también neoconservadora la que tiene las más graves consecuencias sociales, y es a la que aludo aquí en este trabajo. Es aquélla que lleva al Estado a la hipérbole de su ausencia, dejando todo en manos del mercado.