Quisiera comenzar este trabajo compartiendo algunas preguntas:
¿Qué es para el analista registrar sus afectos y su cuerpo? ¿Hay cuestiones de nuestras herramientas teórico-técnicas devenidas en ideales que dificulten este registro?
Cuando recibimos chicos que no juegan, solemos verificar que en realidad se trata de familias que no juegan las que tenemos frente nuestro. Y es por eso que los tratamientos que incluyen un espacio para los chicos y otro para los padres suelen funcionar mejor. Me interesa aquí la óptica de lo familiar, porque cuando no se incluye algún modo de pensar el jugar en nuestra visión clínica de conjunto, se suele ver psicopatológicamente lo que es un potencial juego que para desarrollarse necesita ser reconocido y recibido por un otro. El pensar a nivel de las familias abre otras perspectivas clínicas.
Esta es, al principio, la historia de dos galleguitos de cinco años, Nico y Mati, hermanos, mellizos y, para más señas, mis sobrinos de Barcelona. Es decir que en realidad son catalanes, pero yo les digo “mis galleguitos”, lo que además de expresar mi amor, tiene la ventaja de enojar a su padre: “Que somos Catalanes, hombre, CA-TA-LA-NES”, me dice José María en nuestra ya habitual juego-pelea.
Como ocurre con todas las familias de mellizos y gemelos que he conocido, separarse de la mamá o del hermano es aún un poco más difícil que de costumbre.
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra