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Relajación para sigólocos

 

Sentados en el piso del consultorio inspiramos profundamente. Nos sentamos en la posición de Buda y nos ubicamos en el lugar del Padre, la Madre y el espíritu non-sancto. Cerramos los ojos. Dejamos de lado por un momento las fuentes de displacer: los kilos de más, la subocupación, las arrugas, en fin, nos tomamos vacaciones de nosotros mismos. Dejamos fluir la libido y nuestras fantasías hacia un estado nirvánico. Cambiamos el hábito cotidiano de la queja por la apuesta a un devenir erógeno real o virtual.

Con la imaginación nos trasladamos al Caribe. Más precisamente al hotel “Zaguanes y frenesí ” ubicado en la isla de Barbados. Evocamos una hermosa melodía: el gran final de la sinfonía inconclusa de Schubert.

El sol nos abraza. La naturaleza nos mima. Inspiramos profundo. Inspiramos profundo odio a los colegas que se quedaron sin viajar y continuamos con los ojos cerrados. Bueno, si sigues leyendo debo deducir que no has cerrado los ojos. Shut your eyes, please..., thank you.

Aflojamos el cuello, las neuronas, la inteligencia, sin necesidad de esforzarnos demasiado. Ahora vamos sintiendo como nuestro nivel desciende gradualmente, hasta tenerlo por el piso. Así...muy bien. ¿No les resulta familiar?

Vamos perdiendo el conocimiento paulatinamente, el único que nos quedaba. Nos dejamos penetrar por el silencio y lo recibimos con placer, con mucho placer. Prolongamos ese estado hasta perder el control del tiempo, de los doce minutos y 30 segundos que ya pasaron descuidando nuestras obligaciones profesionales. Aquellas obligaciones que deberíamos atender en este mismo momento, las nos esperan al regresar, las que dejamos pendientes para estar aquí, las que otros deberán cumplir con enorme sacrificio y sudor para que nosotros podamos gozar de este momento sin ningún derecho, pero absolutamente libres de culpa. Tomamos un cóctel de fresas salvajes bien helado al borde de la piscina.

Exteriorizamos suavemente las sensaciones voluptuosas que nos invaden desde el inconsciente, el inconsciente de aquel paciente que se borró sin pagarnos. Escuchamos nuevamente aquel sonido familiar molto forte sin pestañear.

A esta altura de la relajación es conveniente recostar suavemente el talón derecho sobre el dedo meñique del pie izquierdo pasando la pierna correspondiente por detrás de la derecha mientras apretamos fuertemente nuestra rodilla izquierda con nuestra rodilla derecha por las dudas. Cualquier dificultad para desatar los pies puede resolverse con un simple giro en el aire.

Les recuerdo que esta relajación fue utilizada con mucho éxito por la Dra. Pucheski durante su conferencia titulada: “La mujer no existe, pero el hombre menos”.

Ahora localizamos la energía libidinal en alguna zona erógena de nuestro cuerpo ubicada a 1.25 cm de la escala Richter. A partir de esta localización evocamos algunas vicisitudes de la formación, económicas, institucionales y nos mantenemos en la posición de Duda.

Ahora aflojamos los codos, todos a la vez, los hombros, la censura, los tabúes, en fin, todo lo que tiende a caer. Respiramos libremente, es decir, creemos que lo hacemos de esa forma.

Sentimos que nuestros rollos se expanden plenos de vigor erótico y se apartan definitivamente de la columna vertebral.

Perdemos el sentido del peso del cuerpo, el sentido de la realidad y de las diferencias. Recordemos que lo que singulariza una buena diferencia es que no se nota.

Pasamos al hotel donde nos espera un aperitivo bien frígido con frutas tropicales. Oímos el sonido que se vuelve cada vez más intenso. ¡Escuchen!, es un fu sostenido en el aire; en realidad, no es ni fu ni fa.

Ahora aflojamos nuestra mente completamente hasta concentrarnos en un punto: las tendencias sectarias del poder en sus variantes locales.

Mientras escuchamos aquel bello sonido persistente presentimos inauditas aventuras corporales y sentimos un calor cuyo desenlace ignoramos. Oh! ya viene un súbdito, alguien igualito a nosotros, a abanicarnos...

Nos sentimos en perfecta armonía con el mundo, algo así como la armonía que reina entre las distintas corrientes políticas en época pre-electoral. Saludamos al otro, lo relajamos, cuidando siempre las formas gramaticales, y cerramos los ojos. Abrimos nuestra escucha a todas las críticas, rumores, descalificaciones y la cerramos rápidamente. Percibimos un sonido agudo que nos estremece. Luego sobreviene el silencio, un silencio mítico de profunda raigambre lacaniana, evocador del misterio de un estado de goce infinito, sin envidiar, al menos por un segundo, el pene del otro.

Mantenemos la atención flotante por efecto de la bebida e intentamos mantener cierta amplitud mental. No es fácil, lo sé, pero puede llegar a ser una variación interesante.

Aflojamos la lengua y decimos tonterías, prácticamente sin darnos cuenta, como lo hacemos habitualmente.

Ahora nos tomamos las manos y nos tomamos el pelo. Mentalmente ubicamos el coxis en nuestro cuerpo o en cualquier  otro y  nos dirigimos al sauna del hotel de cinco estrellas en busca del amor verdadero, sin perder la oportunidad de ensayar antes todo lo necesario. Luego vemos, en el cable, el film: “Los cornelius de Castoriadis”.

Desplegamos toda nuestra fantasía y sentimos que el Poder está en nosotros. Es una sensación, apenas.

Lentamente regresamos a nuestro país. Abruptamente dejamos de oír aquel sonido agudo intermitente que nos acompañó durante estos cincuenta minutos.

Quienes deseen abrir los ojos ya pueden hacerlo.

Quienes no lo deseen deben hacerlo.

El paciente, al que olvidaron suspender su sesión, desesperado, harto de tocar el timbre y obnubilado por la furia y la sed de venganza se acaba de retirar. Se ha ido con su pulsión de muerte a otra parte y yo debo retirarme rápidamente pues temo que venga para aquí. Además tengo que pasar por el banco para solicitar un préstamo para pagarle a mi analista.

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Articulo publicado en
Septiembre / 2009

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