Desde hace cinco años (1992), los argentinos vivimos al amparo de la convertibilidad cambiaria. Bajo ese manto de alegrías es que votamos una reforma constitucional (incluida reelección) y le agradecimos a Menem haber inventado el voto cuota. Obvio es que tuvimos un sinnúmero de elecciones de legisladores, gobernadores, intendentes y hasta barrenderos, haciéndolo siempre bajo la advocación de la Santa Convertibilidad.
¡Santa Ingenuidad! dirían nuestros bienamados Batman y Robin. En estos últimos cinco años, el peso argentino sufrió una depreciación de casi el 60% respecto a la moneda patrón: el dólar estadounidense. Pero esto no es todo, el endeudamiento general del país creció en algo más de 40 mil millones de dólares, pese a que los argentinos nos desprendimos de las "joyas de la abuela" y, esas joyas que engordaban el déficit fiscal, hoy no solamente han provocado parcialmente la desocupación que nos agobia, sino que sus propietarios deben pagar impuestos por las mismas. Es decir, lo que antes era una pérdida neta, hoy se ha convertido en una fuente genuina de alimentación fiscal.
Más, parece que la voracidad de nuestro fisco no es lo suficientemente voraz como para afrontar con recursos genuinos el déficit "de caja" -financiero- que caracteriza a nuestra alicaída economía. Para ello el Estado ha tenido que tomar algunas medidas que -normalmente- no se entienden bien por el común de la población. La más popular es "patear la pelota para adelante". A fines de 1996, los empleados públicos nacionales se encontraron con la desagradable sorpresa de no cobrar sus salarios -ni el medio aguinaldo- antes de las fiestas. La razón es sencilla, de haberse pagado antes del 30 de Diciembre, ese monto de dinero hubiera pasado a engrosar el déficit fiscal de 1996, con lo cual el coscorrón que le hubiera pegado el FMI hubiera sido más fuerte que el que le pegó. Con este ardid, en 1997 el Estado, en lugar de pagar 13 meses de salarios ¡va a pagar 14!.
Pero aquí no termina la cosa de "patear para adelante". Desde hace unos años el Estado nacional viene invadiendo el mercado de valores internacional con bonos de deuda pública. A mediados de enero del '97 inventó los "megabonos", los cuales deberán ser pagados por el Estado dentro de 20 años, es decir, de la corte de aduares no va a quedar ninguno y que se jodan los que vienen de atrás. A todo esto debe sumársele que Argentina no solamente es un país con saldo deudor en la relación exportación-importación; también tiene la virtud de no exportar "valor agregado", es decir, se exporta -en general- materia prima en bruto, con lo cual se deprecia la capacidad adquisitiva interna y todo queda a la espera de una "buena cosecha". Entretanto, buena parte de los argentinos creemos que un peso es igual a un dólar, andá a cambiar 100 pesos en un banco de cualquier parte del mundo y te sacan como rata por tirante. No cotiza. Nuestra ingenuidad -debiera utilizar un epíteto irreproducible por tan digna publicación como Topía- respecto a los manejos de las cuentas públicas es desopilante. Seguimos "lo más panchos" creyendo el cuento que nos vendieron y que no es "convertible". ¿Hasta cuando?.
Angel Rodriguez Kauth