Memoria y transmisión | Topía

Top Menu

Titulo

Memoria y transmisión

 
Editorial Revista Topía Noviembre/2018

El pasado no es libre. Ninguna sociedad lo abandona a sí mismo.
Es regido, administrado, conservado, explicado, narrado,
conmemorado u odiado. Ya sea que se lo celebre o se lo oculte,
sigue siendo un desafío fundamental del presente.

La memoria Saturada, Régine Robin

 

Una memoria para construir un pensamiento crítico

Cuando Marcel Proust escribió su monumental obra En busca del tiempo perdido, primero la concibió como un artículo, después como cuento, y luego empezó a escribirla con la intención de hacer una novela breve, pero la totalidad terminó ocupando siete gruesos volúmenes. Ya a partir del primer tomo el editor lo amenazó con hacerle un juicio o interrumpir su publicación, porque a medida que iba corrigiendo las pruebas, Proust agregaba páginas y páginas que aumentaban un tercio o el doble el volumen del libro. En realidad, En busca del tiempo perdido era un libro destinado a quedar inconcluso, no únicamente a causa del frenesí asociativo o de la muerte prematura de su autor, sino por el tema mismo que Proust se impuso: recuperar de la manera más completa posible la memoria de su pasado. Ya sabemos que cada una de nuestras experiencias pueden ser en cierto sentido infinitas, y si algo certifica esta afirmación es el destino de la obra de Proust que, con los frecuentes descubrimientos de manuscritos inéditos y de variantes que realizan los especialistas, sigue escribiéndose sola tres cuartos de siglo después de la muerte de su autor.

En este sentido si la historia es interpretación y toma de distancia crítica del pasado, la memoria, en cambio, implica una participación pasional con ese pasado, es imaginaria y, en alguna medida no es objetiva. La memoria pone los datos dentro de esquemas conceptuales y configura el pasado sobre la base de las exigencias del presente. Debemos mencionar que la etimología latina de la palabra “recordar” está relacionada con la partícula “re” que significa “volver a” y el sustantivo “cor-cordis” que significa “corazón”. De esta forma, el recuerdo evoca la vuelta al corazón y al sentimiento: recordar es volver a vivir. Esto nos lleva a que no debemos olvidar que los recuerdos se ligan con las emociones.

En la teoría freudiana no existe una conceptualización acerca de una pulsión de transmisión. Sin embargo está presente en las pulsiones de vida, del Eros a partir de la inclusión del sujeto en la cultura

Desde esta perspectiva la memoria como un modo propio de autenticación, ya sea individual o colectiva, puede caer fácilmente en la melancolía o la conmemoración. Por lo tanto la necesidad de autenticación de la memoria debe permitir el compromiso con la más crítica subjetividad en cuyo nombre opera. Es así como al posibilitar la autocrítica, la memoria separa el agente recordante de la experiencia recordada. Su resultado va a ser que una memoria crítica puede ser capaz de erigirse como el mejor tipo de análisis histórico. Pero también va a permitir desarrollar un pensamiento crítico que cuestione las formas actuales en las que se sostiene el poder en el capitalismo tardío.

La recuperación del pasado a través de su reconstrucción se transforma en necesaria como tarea política y cultural para un pensamiento crítico

Una frase de un personaje de la película “La ventana de enfrente” del director Ferzan Ozpetek sostiene que “Cuando alguien se va deja una parte en el otro. Ese es el secreto de la memoria.” Esta significativa frase se relaciona con una característica de la cultura de un pueblo llamado Swahili que habita en África. En esta cultura el pasado queda en la memoria de los demás que mueren completamente sólo cuando desaparecen. Por ello toda memoria funciona en el aparato psíquico como lo heredado que se constituye en el sujeto como un mandato de filiación. Éste permite afirmarse como un espacio-soporte que da seguridad; que nos afirma en nosotros mismos. Pero solamente cuestionando este mandato de la memoria vamos a sostener nuestro deseo para poder pensar un futuro. De esta manera, la herencia de otras generaciones debe ser la nuestra para crear y producir sobre la base de otra realidad; no para reproducir. En este sentido para oponernos debe existir un pasado en permanente tensión con el presente que nos permita pensar un futuro. Por lo tanto si no hay pasado no hay futuro ya que no se puede crear desde la nada. Es en esta tensión entre la identidad del pasado y la diferencia que encontramos en el presente donde se sitúa la experiencia del sujeto. Éste debe apropiarse y preservar la memoria del pasado para reafirmarlo en una experiencia que le permita recrearlo como propio para hacerlo producto nuevo de su invención.

Cuando hablamos de experiencia es necesario señalar que ésta puede tener varios sentidos que en el idioma alemán se escriben con palabras diferentes, como Erfahrung y Erlebnis. La primera define una apertura del sujeto al mundo; un ponerse en un camino compartiendo y transitando con otros diferentes trayectos. La segunda está más ligada al espacio de la intimidad; es una experiencia menos comunicable. Es decir, es algo vivido que resulta difícil traducir en conceptos. En la actualidad predomina la Erlebnis; ésta desplaza a la Erfahrung, a la experiencia acumulable y comunicable que permite hacer comunidad.

Esto nos lleva al tema de la transmisión en la actualidad del capitalismo tardío.

La transmisión se realiza desde la pulsión de vida, del Eros

El sujeto necesita proyectarse hacia el futuro a través de sus proyectos y sus sublimaciones. Lo contrario es que su deseo tome el camino de la melancolía para volver a un pasado que ya no existe y que nunca existió como lugar idealizado.

La memoria tiene una complejidad que no se puede reducir a un código genético. Para su conservación depende del pasaje activo de una generación a otra; de los más viejos a los más jóvenes. En la teoría freudiana no existe una conceptualización acerca de una pulsión de transmisión. Sin embargo está presente en las pulsiones de vida, del Eros a partir de la inclusión del sujeto en la cultura. Conservar la cultura es una exigencia de trabajo para el psiquismo a través de actos que generan creatividad. Su contrario es la pulsión de muerte con sus efectos destructivos y autodestructivos. Es aquí donde la memoria se constituye en un espacio de lucha del poder.

No se puede crear desde la nada; cada generación tiene que partir de las ideas y experiencias de las generaciones anteriores para cuestionarlas y así recrear nueva ideas

Como venimos afirmando en diferentes artículos la cultura se ha transformado en competitiva e hiper-individualista, la ganancia es el principal objeto de deseo de allí que el sujeto se ha transformado en una mercancía que se intercambia en el mercado. El predominio de este individualismo lleva a construir un proceso de subjetivación que se basa en un individuo aislado, separado de sus relaciones sociales. El sujeto tiene un valor independiente de las necesidades sociales. Si su trabajo no le alcanza para mantener a su familia, él debe sentirse culpable de esa situación; we can nos dice la publicidad. La sociedad se transforma en una suma de individualidades que es supuestamente regulada por la “mano invisible del mercado”; un eufemismo que oculta el peso de los grandes grupos económicos y financieros. Esta falacia lleva a la ruptura del lazo social donde predomina lo que denomino un exceso de realidad que produce monstruos: una realidad que excede la capacidad de ser procesada en la psique y produce síntomas de lo negativo. Allí el sujeto encerrado en su narcisismo consume mercancías para soportar su desvalimiento primario que es consecuencia de la propia cultura. Su resultado es que el consumismo como centro de la subjetivación y de las identificaciones del sujeto conlleva al predominio de sintomatologías efecto de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada.

La Modernidad ha dejado problemas que quedaron sin resolver. Entre ellos superar las catástrofes sociales producidas por el capitalismo

En el Manifiesto comunista Marx y Engels afirmaban que “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Con esta frase aludían a las transformaciones causadas por la burguesía capitalista en el inicio de la modernidad. Éstas se reflejaban en todos los sectores sociales que afectaban modos de vida tradicionales y prácticas sociales que se habían naturalizado. Es decir, el avance transformador de las relaciones sociales capitalistas había hecho perder solidez a las sociedades del siglo XIX. El progreso se veía como un futuro que no se podía detener.

Sin embargo cuando describían el fin de la solidez precapitalista del siglo XIX era para anunciar que estaba emergiendo otra solidez que iba a emancipar al conjunto de la sociedad: la del movimiento obrero. En la actualidad del capitalismo tardío este proceso se ve más acelerado. Pero al contrario de lo que planteaban Marx y Engels se anuncia para decirnos que no existe el futuro; solo debemos vivir el presente. Como dice R. Robin: “Estaríamos sumidos en un presente eterno. Una nueva lógica del instante eliminaría de nuestro horizonte el pasado y el futuro, el espesor y la historicidad, por tanto la memoria. Vivimos bajo el dominio de la inmediatez, de lo efímero, del instante, del videoclip, del salto, de la ubicuidad, bajo el dominio del tiempo real, donde lo que está en vías de efectuarse y su representación se confunden, sin lagunas, sin distorsión temporal, en un presente perpetuo que, como tal, tiende a hacer caso omiso del pasado, de la anterioridad, y a no preocuparse sino del provenir como si fuera una reiteración del presente.” De esta manera desaparecen el pasado y el futuro lo que lleva a las dificultades de proyectar nuestro presente. De allí que la recuperación del pasado a través de su reconstrucción se transforma en necesaria como tarea política y cultural para un pensamiento crítico. No se puede crear desde la nada; cada generación tiene que partir de las ideas y experiencias de las generaciones anteriores para cuestionarlas y así recrear nuevas ideas. Sin posibilidad de cuestionar las ideas y experiencias anteriores se genera un vacío en el cual no existe un espacio-soporte para proyectar un futuro. Es así como nos encontramos que la sensación de devastación es lo que define la subjetividad colectiva e individual en amplios sectores de la población. Su consecuencia son procesos de desubjetivación y desidentificación ante la percepción de que no es posible proteger al psiquismo de una realidad desorganizante donde el futuro no se lo puede imaginar.

La herencia de otras generaciones debe ser la nuestra para crear y producir sobre la base de otra realidad; no para reproducir. En este sentido para oponernos debe existir un pasado en permanente tensión con el presente que nos permita pensar un futuro

En los tiempos que corren es un lugar común hablar del fin de la Modernidad. Como dice Fredric Jamenson: “Los últimos años se han caracterizado por un milenarismo de signo inverso, en que las premoniciones catastróficas o redentoras del futuro han sido reemplazadas por la sensación del fin de esto o aquello (fin de la ideología del arte o de las clases sociales; la ‘crisis’ del leninismo, de la socialdemocracia, del estado de bienestar, etc.).” En alguna medida esto expresa el final de una época y el comienzo de un período histórico donde prevalecen nuevos paradigmas. Pero, los que anuncian este fin, parecen querer decir algo más al plantear el fracaso de los grandes proyectos de transformación de la humanidad. Las propuestas que se derivan de este diagnóstico son muy diversas. Entre ellas, apelar a un postmodernismo que desecha la racionalidad y reafirma la sensación de que nada puede ser cambiado. En este sentido, es necesario plantear que la Modernidad ha dejado problemas que quedaron sin resolver. Entre ellos superar las catástrofes sociales producidas por el capitalismo. Para ello debemos construir un pensamiento crítico que sea capaz de dar cuenta de las posibilidades históricas que genere una experiencia en la que se cuestione la naturalización de las relaciones sociales existentes.

Bibliografía

Bodei Remo, Libro de la memoria y de la esperanza, editorial Losada, Buenos Aires, 1998.

Bodni, Osvaldo, “Vejez y transmisión. Reflexiones psicoanalíticas” en http://www.psicoanalisis.com.ar/Vejez-y-transmision.htm

Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, editorial Topía, Buenos Aires, 2014.

Galende Emiliano, “Memoria. Historia e identidad”, revista Topía N° 41, agosto de 2004.

Jamenson, Fredric, Ensayos sobre el posmodernismo, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires, 1991.

Robin, Régine, La memoria saturada, Walduther ediciones, Buenos Aires, 2012.

Rossi, Paolo, El pasado, la memoria, el olvido, Ediciones Nueva Visión, Bs. As., 2003.

Viega, Josefa, “Memoria e historia. Los usos sociales del pasado”, Revista Teoría y Praxis N° 10, Buenos Aires, febrero 2007.

Nota

1. Este texto está basado en Carpintero, Enrique, “La institucionalización de los campos de concentración-exterminio en la Argentina”, revista Topía N° 45, noviembre 2005; “Por una memoria crítica (a 40 años del golpe cívico-militar en la Argentina)”, revista Topía N° 76, abril 2016. Estos textos se pueden encontrar en www.topia.com.ar. También en “Modelos socioculturales del poder. La memoria un espacio de lucha del poder”, La Tecla Ñ en lateclaene.com.

 

Temas: 
 
Articulo publicado en
Noviembre / 2018

Ultimas Revistas

Revista Topia #99 - El derrumbe del Yo - Noviembre 2023
Noviembre / 2023