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Ser Varón trans

 
Análisis de un sujeto en construcción

Presentación

Desde el comienzo de mi práctica como analista he tenido la oportunidad de acompañar y analizar personas trans. Digo acompañar, no solo desde la clínica sino también desde espacios políticos y sociales. Como analista y como persona, participo de la vida social de la comunidad donde desarrollo mi práctica, sin por ello perder neutralidad analítica. Quiero decir que tengo una posición ética y política que atraviesa mi ejercicio. Aporto desde mi lugar para el avance y respeto de los derechos de las personas trans, como así también de otras poblaciones que han sido vulneradas y discriminadas históricamente. De esta manera, también, soy testigo de las conquistas de derechos de la comunidad trans y una de ellas, en particular, el derecho a la identidad de género (Ley 26.743) ha impactado en la clínica que desarrollo. Ante lo cual, no son pocas las consultas que en principio se presentan como pedidos de acompañamiento a procesos de reasignación y luego de las entrevistas preliminares han derivado en la posibilidad o la apertura de análisis.

Su pregunta no giraba en torno a ¿quién soy? sino en relación con el modo de estar siendo con ese cuerpo

El psicoanálisis, en su práctica clínica, se orienta éticamente a la escucha de ese Sujeto que con su padecer consulta, es un sujeto único en su historia y actualidad, trae algo que lo hace ser y que desea que otro escuche. Lo trans, es parte de la identidad de quien consulta, como otras identidades, pero con sus particularidades.

En esta ocasión propongo hacer un recorrido que permita dar cuenta de la posición que asumo como analista ante la consulta de una persona trans. Así, abro el campo de la experiencia clínica y a modo de palabras claves tomo como referencias los siguientes ordenadores teórico-conceptuales: identidad e identidad de género, narcisismo, sexualidad, representación del cuerpo, ideal del yo, constitución psíquica y producción de subjetividad.

Destaco que la clínica con sujetos trans es un desafío para la teoría y la práctica psicoanalítica ya que la llegada de una demanda de análisis o consulta de un sujeto trans interpela y obliga a repensar conceptos, modos de intervención y por qué no, al propio analista.

Del motivo de consulta a la demanda de análisis

La experiencia de análisis que quiero transmitir comienza hace algunos años con la llegada al consultorio de un varón de 25 años a quien llamaré Gustavo (asignado como mujer al momento de su nacimiento), estudiante de una carrera universitaria y al mismo tiempo empleado en una empresa.

En su primera demanda de atención manifiesta la necesidad de un espacio con un psicólogo para que lo acompañe en el tratamiento hormonal que estaba por comenzar. Agrega a la demanda algunos rasgos de su carácter que le resultan insatisfactorios, como ser: irresponsable con el estudio, el cumplimiento de horarios y el tener un carácter irritable. A esto se suma que se considera una persona con baja autoestima. También relata que mantiene relaciones interpersonales conflictivas con su madre y otros integrantes de su familia.

En las primeras entrevistas, Gustavo se mostraba seguro en sus relatos, con un control muy rígido en sus emociones, que no se permitía sentir tristeza sobre hechos significativos de su historia: desamparo, humillaciones y agresiones. Su historia de vida es relatada con muchas lagunas que afirma no recordar o que ha olvidado. Le propongo si, además del acompañamiento que demanda, le interesaría trabajar sobre esos olvidos, sobre aquello que le es insatisfactorio, sobre algunos rasgos de carácter que lo aquejan, lo que él denomina baja autoestima y accede a la propuesta. Así, en principio, de una consulta a un psicólogo para un acompañamiento a un proceso de tratamiento hormonal, se fue construyendo una demanda de análisis.

Al indagar sobre el desencadenante de la consulta comenta algunas experiencias intersubjetivas en relación con su género que le provocaron sufrimiento al momento de iniciar sus estudios médicos para iniciar el proceso de reasignación de género. Las mismas fueron vividas por él como humillaciones y violentas contra su persona. Situaciones que van desde ser referenciado por operadores de la salud en femenino: “Pasá por acá, querida”, “Decime, mamita, ¿qué te anda pasando?”, cuando se estaba realizando diversos estudios (mamografías y análisis de sangre), a lo cual se sumaron entrevistas de evaluación psicológica donde debió soportar interpretaciones sin transferencia establecida, lo que por Freud (1910) conocemos como psicoanálisis silvestre. Intervenciones que causaron sufrimiento, rechazo y hostilidad ya sea hacia quienes realizaron dichas intervenciones y por desplazamiento hacia los espacios donde estos operadores se desempeñaban.

El devenir de las entrevistas permitió identificar el efecto que tuvieron estas intervenciones en la subjetividad de Gustavo, ya que fueron vividas como agresiones contra él y aumentaron la angustia, la vergüenza y el enojo. Afectos contenidos y sofocados -según él- para no poner en riesgo ni demorar su objetivo: el tratamiento sobre lo corporal.

Por tanto, desde el comienzo me encontré con un sujeto, psíquicamente estabilizado alrededor de su identidad de género varón, que no plantea como motivo de consulta un sufrimiento en torno a su transexualidad sino el malestar que la sociedad (cultura) le impone ante su elección (Bleichmar, 2009) y el sufrimiento como todo sujeto neurótico que su historia acarrea. Vivencias que me interesa destacar, dado que son relatadas de modo reiterado por personas trans en los espacios clínicos.
 

En construcción: Identidad (de género) y narcisismo

Este sujeto, de dominancia neurótica1, se encontraba en un proceso de construcción de su subjetividad. Su pregunta no giraba en torno a ¿quién soy? sino en relación con el modo de estar siendo con ese cuerpo; el conflicto empieza a dar lugar a la relación con el cuerpo que él tiene consigno mismo (yo-cuerpo) y la relación de su cuerpo ante la mirada del otro (yo -cuerpo- mirada).

La identidad trans, además de la inscripción psíquica, tiene una posición social y política (como toda identidad) que este paciente no estaba en condiciones de asumir frente a la mirada de otros

Hasta donde la amnesia infantil le permite, él tiene una representación de sí como varón: “Siempre me vi como un varón, pensaba como varón y hacía cosas de varones”.

Al hablar del Ser de una persona estamos haciendo referencia a su identidad, al Ser mismo de ese sujeto (y por supuesto al estar siendo), al núcleo de su yo, que ha podido hacer una síntesis al poder identificarse con algo que lo represente. Aclarando que la identidad esta siempre en movimiento sobre algunos núcleos que la sostienen que hacen que el sujeto sea en su singularidad. Pero la identidad es más compleja que esto, siguiendo a Rother de Hornstein (citado por Hornstein, 2002), la misma es un tejido de lazos complejos y variables en donde se articulan narcisismo, identificaciones, vida pulsional, conflictos entre instancias, la versión actual de la historia, repetición y todo aquello que participa en la constitución del sujeto. Identidad remite a un sentimiento de sí, a una experiencia interior que se apuntala en la construcción identificatoria que requiere la presencia de ciertos puntos de referencia sin los cuales no se sostiene el reconocimiento de sí.

Los primeros tiempos del análisis giraron en torno a su identidad como varón: “A los cuatro años yo usaba ropa de varón y me cortaba el pelo solo. Cada tanto, mi mamá me vestía y peinaba como una nena, pero enseguida me las arreglaba para cambiarme de ropa. Para que ella no se enojara, yo aceptaba; total, después yo insistía para vestirme como un nene y me dejaba vestirme como yo quería.” Cada vez que se lo obligaba a vestirse como una niña recuerda que se enojaba mucho con su mamá: “La odiaba en ese momento, pensaba en cómo me verían los demás, que se burlarían de mí. Yo era un varón y quería que me vieran así.” Las vestimentas y la estética femenina que su madre, cada tanto, intentaba asignarle, le despertaban montos altos de angustia que herían su narcisismo. Algo ya estaba constituido con fuerza (identidad de género); desde fuera se intentaba rectificar (hacia una identidad binaria) pero desde dentro se sostenía con firmeza con lo que ya estaba constituido.

Si el Ser varón era cuestionado en él por el entorno familiar (y podemos añadir por el entorno actual: vincular, laboral, universitario y social) implica en él sentirse desvalorizado: “Yo soy varón, quiero que así me reconozcan y me traten como tal”. Cuando este enunciado entraba (u entra) en conflicto con el entorno aumentaba (aumenta) su sufrimiento y afectaba (afecta) negativamente la estima de sí, ya que el “cuánto valgo” para Gustavo está directamente asociado al valor que le otorgaba (otorga) a ser reconocido como varón.

Para Silvia Bleichmar (2009), la identidad de género se asienta en el núcleo del yo, previo al reconocimiento de la diferencia anatómica y junto al polimorfismo perverso. Por tanto, ¿cómo puede sentirse un sujeto cuando lo que se ataca es su propio ser? Un yo establecido previo a la conciencia del binarismo sexual, binarismo impuesto de modo cultural, sostenido por ideologías y prácticas patriarcales que avasallan las identidades que no se identifican a la propuesta heteropatriarcal.

En este punto, vale la aclaración que no sostengo que la cultura impone y el sujeto dispone, sino que toma (se identifica) y hace lo suyo con eso. El concepto de metábola (Laplanche, 1981) es interesante para pensar que algo se asimila pero a la vez se transforma y crea novedad en el psiquismo, aquí aparece la responsabilidad del sujeto con su deseo y su goce. Freud (1913) cita a Goethe y dice “Lo que de tus padres has heredado, adquiérelo para que sea tuyo”. En este punto, Luis Hornstein escribe: “Mientras haya vida, habrá trayecto identificatorio” (p.65).

Podemos encontrar una posible respuesta en la articulación entre género y narcisismo: el ser varón y la representación de sí (y de género) que este enunciado conlleva en Gustavo es parte nuclear de su narcisismo, ya que como propone Dio Bleichmar (1992) actúa como un principio organizador de la subjetividad entera: yo, superyó y deseo sexual. La fuente del deseo no es solo un cuerpo anatómico sino un cuerpo construido en el conjunto de los discursos y las prácticas intersubjetivas.

El concepto de balance narcisista de Hugo Bleichmar (2008) permite comprender algunas cuestiones de este paciente para quien la autoestima comenzó a ser un elemento importante a trabajar en el análisis. Las angustias comenzaron a aflorar al mismo tiempo que comenzó a poder atravesar esa imagen rígida frente a lo emocional que presentaba al comienzo de las entrevistas (que luego se interpretarían algunos como rasgos de carácter por formación reactiva y otras como una identificación al estereotipo del varón2). Así, el varón seguro y firme del inicio le estaba dando lugar a un varón más cercano a sí mismo, a una verdad más propia, que está camino a encontrar.

La autoestima se compone del interjuego de tres dimensiones que fueron fundamentales en el proceso analítico: representación de sí mismo, ideales y conciencia crítica.

Luego de las primeras entrevistas el relato de Gustavo comenzó a poblarse de manifestaciones que daban cuenta de una representación de sí mismo muy desvalorizada, constituida por un déficit primario de narcisización, descalificaciones por el entorno familiar y social, estados de desamparo temprano, identificaciones a rasgos negativos y rechazados de familiares, sucesos traumatizantes, falta de objetos primarios contenedores que apaciguaran el malestar de los primeros años y a su vez causantes de angustia por sus malos tratos.

Las modificaciones corporales por adecuación de su cuerpo reorganizaron el yo (y con ello el aparato psíquico) lo que habilitó una nueva forma de disfrutar de su cuerpo

En lo relativo a los ideales, podemos describirlos en lo que refiere a su cuerpo, su vida académica, laboral y familiar. En cuanto al cuerpo, sus expectativas eran las de tener un cuerpo musculoso, viril y potente, cuerpo que pensaba estaba pronto en lograr. Su vida académica transitaba entre el ideal de recibirse en el menor tiempo posible y las dificultades de organización de su tiempo para el estudio, lo cual tiene como resultado un lento recorrido académico que le ocasiona malestar.

Sobre lo familiar, existe una expectativa por déficit, en la cual quienes debían cumplir funciones de cuidado puedan hacerlas aún hoy, el deseo de ser cuidado como nunca lo fue aún perduran en él y es motivo de sufrimiento provocando manifestaciones clínicas en transferencia que son objeto de análisis.

A estos ideales se articula una conciencia crítica sobre sí al no poder lograr lo que se propone desde hace años. Sus ideales ocupan un lugar importante en su economía psíquica, gran parte de su libido la destina a estos pensamientos que lo inhiben en diversas áreas de su vida: sexual, creativa, laboral, académica y social.

De varón a varón trans

Durante el primer año del análisis, lo trans no era nombrado: Gustavo afirmaba que se identificaba solo como varón y por el momento prefería no denominarse como un varón trans. Cuando hablaba de su adecuación y reasignación de género lo hacía con términos como “mi tema”, “el problema”; nunca había conversado abiertamente de su condición de sujeto trans con nadie. El espacio clínico ofreció la apertura para poder saber algo más sobre su condición y comenzar paulatinamente a inscribirse socialmente como tal. La posibilidad de hablar sobre la evolución de su tratamiento hormonal despertó el deseo de saber más sobre lo trans; al mismo tiempo se acercó a personas trans que estaban atravesando procesos similares, comenzó a leer e informarse sobre el tema y empezó a participar de actividades públicas en cuestiones de género.

Para él ser un varón trans le restaba masculinidad ya que consideraba lo trans como algo ligado a lo femenino con un reconocimiento de su propio prejuicio sobre las personas que se autoperciben de esta manera.

La identidad trans, además de la inscripción psíquica, tiene una posición social y política (como toda identidad) que este paciente no estaba en condiciones de asumir frente a la mirada de otros. Fue, tras varios años de análisis que la reorganización de su yo y superyó, sus representaciones sobre sí mismo como varón, su cuerpo, la apertura a nuevos lazos vinculares amorosos, laborales y sociales, lo habilitaron a comenzar a reconocerse con la inscripción social, política e identitaria trans.

También cabe destacar la importancia que tuvo para lo anterior su lucha individual por conseguir ejercer el derecho a las adecuaciones corporales y tratamientos gratuitos que reconoce la ley de identidad de género nacional.
 

Del cuerpo ideal al cuerpo de la realidad

El proceso de adecuación y reasignación médica significó un conflicto entre el ideal del cuerpo, el duelo por lo perdido y la aceptación por el cuerpo actual.

Gustavo sostenía un ideal muy elevado sobre el cuerpo que deseaba tener, un ideal de belleza masculina que la cultura publicita: fuerte, potente, viril, esculpido, musculoso, que difería de su cuerpo actual; de hecho él esperaba, al modo de una fantasía infantil, que luego de las cirugías de reasignación alcanzaría tal representación corporal.

Al ser interpretada esa fantasía (del cuerpo fantaseado al cuerpo real) tuvo el efecto de ponerlo en relación con el principio de realidad, de comenzar a descubrir las posibilidades de su propio cuerpo (zonas de placer), de habilitarse a mirarse, ser mirado y erotizarse.

El cuerpo representado estaba ligado al ideal y no a lo real. La idealización del cuerpo falseaba el juicio sobre su cuerpo real: él se pensaba con el cuerpo fantaseado con la potencia que tendría una vez realizadas las cirugías de reasignación. Esto, le generaba conflictos e inhibiciones en sus prácticas sexuales, que de a poco fue resolviendo a través de interpretaciones sobre resistencias y represiones que dieron lugar al deseo.

El análisis le permitió interrogarse sobre su cuerpo, lo cual lo llevó a explorar masturbatoriamente zonas que antes mantenía inhibidas al contacto, ya que pensaba que podían poner en riesgo su masculinidad. El placer de órgano obtenido a través de actividades autoeróticas le permitió descubrir el placer que su propio cuerpo le producía, sin que eso entrara en contradicción con su posición identitaria.

la anatomía no es el destino en ningún sujeto, más allá -y más acá- de ella está lo que cada cual hace -puede hacer- con sus deseos y sus goces

Las modificaciones corporales por adecuación de su cuerpo reorganizaron el yo (y con ello el aparato psíquico) lo que habilitó una nueva forma de disfrutar de su cuerpo: “Si bien tendré cambios corporales, siempre van a estar ahí partes y cicatrices que dejaron la marca de algo con lo cual yo no me siento identificado, pero son parte de mí. Antes pasaba mucho tiempo pensando en cómo ocultar las partes que no me gustaban. Hoy mi cabeza no piensa en cómo ocultar, tengo este cuerpo y soy esto.”
 

La construcción de la masculinidad en cuatro tiempos

Tomando como referencia la propuesta de Silvia Bleichmar (2009) sobre la constitución de la masculinidad en tres tiempos propongo -considerando el caso planteado- un ordenamiento en la construcción de la masculinidad de este paciente, en cuatro tiempos.

Primer tiempo: asignación de género por otro. Deseo de ser varón que se instala en el núcleo del yo con enunciados que lo identifican a lo masculino, previo al reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos. Al mismo tiempo y en conflicto con los otros tiempos, un rechazo a lo femenino impuesto y dado en lo biológico. Narcisismo. Ser.

Segundo tiempo: reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos. Afirmación de conductas sociales masculinas estereotipadas: ropa, pelo, rasgos de conducta y representaciones. Ser y desear tener.

Tercer tiempo: identificaciones al padre, hermano, amigos y al estereotipo del varón que la cultura impone. La habilitación social y del entorno familiar de ser varón y comportarse como tal. Deseos heterosexuales y homosexuales. Rasgos de carácter identificados al machismo. Sufrimiento por la elección frente a lo social. Ideal del yo.

Cuarto tiempo: Reasignación de género. La habilitación del placer sexual genital. Reorganización de la subjetividad. Deseos heterosexuales. Varón trans. Mantener la masculinidad. Deseos y goce.

En fin, la anatomía no es el destino en ningún sujeto, más allá -y más acá- de ella está lo que cada cual hace -puede hacer- con sus deseos y sus goces.
 

Reflexiones

A modo de cierre, propongo realizar algunos comentarios en relación a la palabra “Cuidado”, palabra que en diferentes momentos del análisis me fueron surgiendo en atención flotante y que fueron orientando las intervenciones analíticas, interpretaciones y construcciones a lo largo del proceso de análisis.

Cuidado, para estar atento al lugar en el que buscaba ubicarme: reconocimiento de su hombría, superyó, acompañamiento sin juicios, ayudarlo a develar enigmas de su inconsciente, reconstruir su historia, atravesar estereotipos de carácter, resolver inhibiciones.

Cuidado, porque el aferramiento a un estereotipo de varón que ofrece la sociedad patriarcal lo estaba conduciendo a situaciones de sufrimiento. De modo que el trabajo fue deconstruir rasgos por identificación e imitación, lo cual le permitió encontrar un yo más estable, menos defensivo y más auténtico.

Por los cuidados que no tuvo en su historia y los que sigue buscando de modo transferencial en el analista, las instituciones y sus vínculos.

Cuidado, por los prejuicios que nos habitan como sujetos.

Por el cuidado de cuidar el espacio clínico de un sujeto en construcción.

Bibliografía

Bleichmar, H. (2008), Avances en psicoterapia psicoanalítica: hacia una técnica de intervenciones específicas, Buenos Aires, Paidós.

Bleichmar, S. (2009), Paradojas de la sexualidad masculina, Buenos Aires, Paidós.

Bleichmar, S. (2009), El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del yo, Buenos Aires, Topía.

Dio Bleichmar, E. (1992), “Lo masculino y lo femenino” en Revista de la AEAPG, N° 18, Buenos Aires.

Freud, S. (1910), “Sobre Psicoanálisis silvestre” en Obras Completas, Tomo XI, Amorrortu.

Freud, S. (1913), “Tótem y Tabú” en Obras Completas Tomo XIII, Amorrortu.

Freud, S. (1921), “Psicología de las masas y análisis del yo” en Obras Completas, Tomo XVIII, Amorrortu.

Hornstein, L. (2005), Intersubjetividad y clínica, Buenos Aires, Paidós.

Laplanche, J. (1981), El inconciente y el Ello, Amorrortu.

Notas

* Otra versión de este artículo fue presentada en las XIII Jornadas Internacionales del Foro de Psicoanálisis y Género, Noviembre 2017.

1. El diagnóstico, a modo de síntesis, puede ser justificado por las siguientes características: el modo en que se ha ido estableciendo la transferencia, las conflictivas edípicas trabajadas, la aparición de angustias neuróticas, la represión como mecanismo dominante, sumado a otros mecanismos defensivos (aislamiento, inhibiciones, intelectualización, racionalización, desplazamientos y formaciones reactivas), el trabajo en asociación libre, la aparición de lapsus, olvidos, actos fallidos y los sueños en análisis, la recepción de las interpretaciones y su efecto a posteriori.

2. Con esto me refiero al estereotipo del varón que la cultura patriarcal (occidental) impone, el cual este sujeto ha tomado a modo de identificaciones secundarias que le han permitido construir producciones subjetivas, no sin el atravesamiento del deseo y el goce que cada una implica para él: intereses por el fútbol, los autos, la obtención de dinero, la conquista, seducción y abandono de mujeres, rivalidad, poder, no expresar emociones, primado de la razón sobre la emoción, dominante, activo, independiente, protector, agresivo, fuerte y el no pedir ayuda como valores masculinos.

Agradezco los aportes y comentarios de: Carlos A. Barzani, Romina V. De Lorenzo y Norberto Lloves.

Octavio Bassó
Lic. en Psicología - Psicoanalista
octaviobasso [at] hotmail.com

 

 
Articulo publicado en
Julio / 2018

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