El acompañamiento de adolescentes en nuestra época es un gran desafío. Estamos embarcados con ellos en la travesía de una experiencia que conocemos poco y mal: ser adolescente en una época de plena expansión tecnológica es una vivencia que nos es completamente extranjera. Al mismo tiempo, los desafíos, atravesamientos y dificultades de la adolescencia son universales y comunes a todas las épocas.
Aunque muchos adultos seamos totalmente inútiles tecnológicamente, seguimos siendo los garantes, los iniciadores de la cultura, de la ley y del tejido de las relaciones
Ejerzamos la zoilez que Charles Baudelaire (1999) invitaba a practicar: la crítica violenta, hasta maliciosa en el sentido intelectual, aunque no por eso se pierde del todo la idea de aporrear a quienes -como dice Baudelaire- son cómplices del error, cómplices de la estafa. Hablamos entonces de los actores capaces de ejercer la rebelión en contra de la cultura de la simulación, los jóvenes y que, sin embargo, no lo hacen.
Los jóvenes viven ensimismados en los nuevos medios tecnológicos, lo que impide, en gran medida, que levanten la voz
Nancy Caro Hollander es una psicoanalista e historiadora residente en Los Ángeles, California. Es miembro del Centro Psicoanalítico de California y presidente electa de la sección de “Psicoanálisis para la responsabilidad social” de la Asociación Norteamericana de Psicología. Es profesora de historia de la Universidad de California. Ha publicado artículos sobre diversos temas como el capitalismo patriarcal y las mujeres en América Latina, la historia del psicoanálisis en la Argentina y la vida y obra de Marie Langer. Milita en diferentes organizaciones comunitarias de EEUU. Entre 1969 y 1974 vivió en Buenos Aires y recorrió el resto de Latinoamérica. Escribió un libro donde relata los procesos sociales y políticos y su relación con el psicoanálisis en la Argentina y Latinoamérica durante las décadas del 60’ y el 70’: El amor en los tiempos del odio. Psicología de la liberación en América Latina (2000).
Considero que podemos expandir los horizontes del tratamiento psicológico en nuestro trabajo clínico cuando buscamos localizar dónde y cómo los patrones neoliberales de responsabilidad, privatización, marketing y negación del otro se manifiestan
El objetivo de este artículo es transmitir una experiencia clínica en la que la escritura ha tenido una función específica en el transcurso de la cura. El uso de esta herramienta resulta de suma utilidad en el trabajo con adolescentes y jóvenes que tienen dificultades para expresarse verbalmente. Asimismo, como puente entre sesión y sesión, pensando al proceso de escritura como un fenómeno transicional. Aquí me referiré específicamente al trabajo con pacientes con problemas de adicción en el último tramo del tratamiento, que es ambulatorio.
Cuando un sujeto escribe sobre una experiencia vivida, encara el armado del rompecabezas de sí mismo y de su propia historia, se enfrenta con los propios dolores y padecimientos, y con la expectativa de superarlos
En Cien años de soledad de Gabriel García Márquez se puede leer la siguiente frase: “el tiempo ya no viene como antes”. Se la puede entender de distintos modos. Uno es el remanido “todo tiempo pasado fue mejor”. Otro modo de leerse es que todo tiempo pasado fue distinto. El tiempo victoriano de Freud en Viena con el ritmo de carretas, trenes, valses, no es el nuestro. Freud nació apenas 67 años después de la Revolución Francesa. La vida era más corta, la vejez llegaba antes, la madurez también. Recordemos que Freud no recomendaba tratamientos a gente de más de cincuenta años. Los consideraba ya muy mayores. El tiempo subjetivo en la época de Freud era más lento y menos simultáneo. Un ejemplo es la comunicación por carta. Un género hoy en desuso que se nutría de la demora y de la ausencia. Cuando uno escribía, el que leía no estaba. Cuando uno leía, el que escribió ya no estaba. Escritura y lectura se dan en dos momentos separados de tiempo. Cada una se ejerce sin interrupción. Sin las dos rayitas azules del chat, que apuradas le avisan al que escribe que el que lee está leyendo, mientras el que escribe no terminó de escribir. El tiempo simultáneo del chat mató el tiempo sucesivo de la carta. Se inventó una nueva temporalidad. O mejor: nuevas temporalidades. Como dice el Premio Nobel de Química Ilya Prigogine: “cinco minutos de rotación terrestre no equivalen a cinco minutos de Beethoven”.
El concepto de actuación en psicoanálisis supone un curso de acción impulsivo, con características de descarga, claramente identificable, que repite situaciones infantiles de modo inconsciente y expresa el deseo de forma simbólica y distorsionada.
Surge en la transferencia -eventualmente a efectos de desconocerla-, puede manifestarse fuera o dentro de la terapia e incluso intentar destruirla, funcionando como defensa ante el deseo inconsciente.
Ya hace muchos años, exactamente hace 34 años, publicamos junto a David Liberman, Ruth Podetti e Irene Miravent un manual de Psicopatología infantil, que se diferenciaba agudamente de los manuales clásicos, porque tomaba como base el desarrollo de la conducta del niño en la sesión Psicoanalítica, a semejanza del maravilloso libro de David que apareció bajo el título de La Comunicación en Terapéutica Psicoanalítica (1962). El nuestro tomó el título Semiótica y análisis de niños (1983) porque habíamos aplicado al juego la famosa tripartición de Pierce que divide la semiótica en tres áreas. A saber: las áreas sintáctica, semántica y pragmática. De la preeminencia de la distorsión en alguna de esas tres áreas se derivaba una construcción psicopatológica. A raíz de la gentil invitación de Topía, publicación a la que me une un lazo de profundo respeto, de presentar un escrito clínico sobre la actuación, me decidí a releer con temor “aquello” que habíamos escrito ya hace tanto tiempo sobre el tema. Y fue para mí una gran sorpresa que “eso” no estaba nada mal, más bien todo lo contrario. Muchísimas observaciones clínicas ya daban cuenta de la gran cantidad de experiencia que habíamos acumulado en el psicoanálisis de niños, un análisis, por decirlo así pre lacaniano. Quiero trasladar a este escrito las observaciones generales que hicimos sobre los niños actuadores en su modo de manifestarse en la sesión de “juego”. Es decir, su estilo. Comentábamos que encontrábamos un nexo entre algunos niños que veíamos en la clínica y los pacientes adultos que habían sido estudiados y descriptos en la clínica psicoanalítica sobre neurosis impulsivas y perversas -como por ejemplo- lo hecho por O. Fenichel (1945), B. Joseph (1960), P. Greencare (1945), H. Rosenfeld (1965) y por los trabajos dedicados a neurosis impulsivas y perversiones de Liberman y Maldavsky en 1962 y en 1964. Como observarán, ya había un gran trabajo previo a la impronta que luego dejó Lacan y que tememos puede haberse perdido ante su enorme influencia. Este pequeño escrito clínico es en parte un homenaje a esa época.
El análisis es una experiencia. Esta experiencia se llama transferencia, donde no solo está el cuerpo del paciente, sino también el del terapeuta que lo implica en la contratransferencia. De esta manera se constituye la situación analítica ya que se instaura un espacio virtual de la cura que permite soportar la emergencia de lo pulsional. Esto que llamo espacio-soporte tiene un orden de realidad peculiar que debe ser entendido, desde una doble inscripción, como metafórica y al mismo tiempo libidinal y se configura a partir del establecimiento de un marco de referencia (encuadre). Este permite el funcionamiento del dispositivo analítico en el cual la relación terapéutica se define como relación cuerpo a cuerpo. Allí se deja hablar al cuerpo donde éste no habla de sí mismo, y el terapeuta habla también desde un cuerpo atravesado por la red de significaciones que se juegan en la contratransferencia-transferencia.
La transferencia se manifiesta tardíamente en la obra de Freud y lo hace en el desarrollo de una teoría y una técnica ya constituidas. Pero no sólo en la historia del psicoanálisis la transferencia está en segundo lugar, sino también en el tratamiento analítico.
Muchas veces cuando me invitan a escribir un caso, me piden que se trate de la “Contratransferencia”.
Este término es complicado, porque está compuesto de dos movimientos psíquicos:
1) Es una transferencia. O sea el individuo transporta experiencias, emociones, expectativas, de una relación anterior a otra relación más actual, más presente. Los ejemplos más conocidos son, por ejemplo, el psicoanalista es percibido por el paciente como el padre o la madre. Suelo contarle a mis alumnos una situación divertida como ejemplo de Transferencia:
Quisiera comenzar este trabajo compartiendo algunas preguntas:
¿Qué es para el analista registrar sus afectos y su cuerpo? ¿Hay cuestiones de nuestras herramientas teórico-técnicas devenidas en ideales que dificulten este registro?
Llegan a la consulta, lo que llamo pacientes etiquetados, con un diagnóstico que lucen como una camiseta o una suerte de identidad adquirida.
“Soy un TOC”, lo mío es “Trastorno de Ansiedad”, sufro de “Ataques de pánico”, “Soy Anoréxica”, “Soy Bipolar” y con mayúscula. Me recuerda cuando en las salas de hospital, se nombraba a los pacientes “la de la cama n°” o “el del ACV”, con desconocimiento de la persona sufriente.
¿Por qué esta presentación en vez de hablar de su malestar, dolor o sufrimiento?
La filosofía y la psicología clásica han planteado el problema de la realidad en términos de conocimiento. Freud rompe con este criterio y presenta la relación del aparato psíquico con la realidad en términos de placer-displacer. En este sentido el principio de realidad no constituye un principio en sí mismo, sino un regulador del principio placer-displacer. Es decir, el principio de realidad transforma por renuncia de lo pulsional el principio de placer. Al imponerse el principio de realidad ya no se busca la satisfacción por caminos más rápidos, sino a través de rodeos, respetando las condiciones de la realidad externa e interna. Varias preguntas se imponen: ¿Cómo escapa el ser humano del apremio de la realidad, de la renuncia al placer inmediato? ¿Qué ocurre cuando “el mundo circundante objetivo” no facilita la satisfacción? La respuesta que podemos dar es que el ser humano se refugia en su mundo fantasmático.
Gabriel tiene 14 años y concurre a la primera entrevista con su madre. Lo hago pasar; su madre se queda en la sala de espera con el hermano menor de 7 años. Gabriel cuenta que es oriundo de un pueblo de Paraguay y que vive hace unos cuatro meses en una habitación que alquila su madre en un barrio del conurbano bonaerense.
Habla con un ritmo muy acelerado y en voz baja y suave, esto hace que en diversas oportunidades tenga que repreguntarle. Gabriel es un joven menudo y que aparenta tener menos edad de la que tiene.
Más de cien años han pasado desde que el descubrimiento freudiano del inconciente produjera un viraje radical en el modo de conceptualizar el sufrimiento psíquico proponiendo a la vez un método para aliviarlo. Y aún así, todavía hoy, nos vemos confrontados al intento por definir y justificar los modos en los cuales -en tanto analistas- construimos las hipótesis comprensivas que sostienen nuestras intervenciones. Siempre en el contexto del encuentro con un otro que nos convoca para pensar modos posibles de resolver los aspectos intrapsíquicos de dicho padecimiento.
La cuestión de la simulación es una de las problemáticas más complejas en el trabajo clínico. La regla de asociación libre y atención flotante tiene como prerrequisito que el paciente diga todo lo que piensa con la menor censura posible. Pero si un paciente oculta o directamente simula, ¿cuáles son las herramientas con las que contamos? En este punto la brújula de la contratransferencia y transferencia son capitales para poder operar. El siguiente fragmento nos pone directamente en dicha situación y en la operatoria analítica.
La complejidad del trabajo clínico psicoanalítico con adolescentes se potencia con las situaciones que plantea nuestra sociedad actual. Esto lleva a nuevas presentaciones y formas sintomáticas que tienen al riesgo como constante, y nos exige afinar nuestras herramientas clínicas. Por ello son necesarios debates y polémicas sobre las intervenciones clínicas donde se ponen en juego y se reinventa nuestra praxis. Es por ello que en este espacio trabajamos un caso clínico de una adolescente actual y solicitamos a tres psicoanalistas especialistas en esta temática.
Cristina se ha tomado licencia. Me ha dejado a merced de una suplente. Y cada vez que Cristina falta, llegan los federales.
Virgencita de Guadalupe, que la guardia sea tranquila.
Noche de ronda
Son las 20 horas. Una sirena se escucha cada vez más fuerte, más cerca. No es una ambulancia. Flashes de luces led, frenada de gomas, portazo de patrullero.
Acto seguido un grito pelado: “¡SOLTAME HIJA DE PUTA!”. Cinco segundos después, la respuesta: “¡CALLATE PENDEJA DE MIERDA!”.
El psicoanálisis nunca estabilizó un paradigma en el sentido Kuhniano del término, o sea, una teoría o conjunto articulado de teorías coherentes que durante un tiempo significativamente prolongado permite la investigación dentro del concepto de “ciencia normal” o “investigaciones normales”.
El trabajo psicoanalítico es una experiencia transformadora de la subjetividad. Muchas veces los diagnósticos psiquiátricos situacionales, como el hoy clásico “ataque de pánico”, encubren situaciones que sólo son accesibles mediante el dispositivo psicoanalítico. En el siguiente caso la cuestión es cómo a partir de un síntoma de época, el trabajo analítico avanza dando cuenta tanto del motivo de consulta como del despliegue de la historia que se da en la transferencia-contratransferencia.
El campo interdisciplinario de los Estudios de Género, se articula con las teorías y prácticas psicoanalíticas para generar percepciones e intervenciones alternativas en la tarea clínica.
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra