Mientras cursaba la escuela secundaria visité por primera vez, junto con una profesora y un grupo de compañeras, el hospicio de mujeres de Lomas de Zamora. En un momento dado, me entretuve hablando con algunas de las internas y, cuando quise volver a reunirme con mi grupo, ellas me señalaron un atajo. Así me encontré atravesando lo que después supe era el pabellón de mujeres que habían estado en situación de prostitución. Me llamó la atención la gran cantidad de mujeres que había en ese pabellón.
La modernidad postuló el modelo familiar burgués, es decir, el grupo conyugal compuesto por una pareja vitalicia y sus hijos, en conexión con las familias de origen, como patrón ideal de la cultura1.
Tanto la entidad familia como la entidad Estado tienen presencia material. Pero no se puede afirmar que el Estado contemporáneo opera a imagen y semejanza del que se concibió en los orígenes de su ser –el Estado Nacional (EN). Así sucede con el paradigma familiar. ¿Por qué? Como ha sido dicho, el EN ha desertado de sus funciones de surtidor material y de supuestos subjetivos1 y la subjetividad contemporánea se piensa sin la realidad que fue columna vertebral de la subjetividad ciudadana y le dio sustancia. Ésta se producía primariamente en el seno de la familia nuclear burguesa (Fnb).
A juzgar por los gritos que los vecinos de arriba han dado desde temprano en éste año puedo decir algunas cosas como balance. Casi al alba ellos -una mujer y un varón- se acostaban con gran barullo. Como no los conozco pude reconocer la voz de una joven y la de un hombre de edad incierta pero con un registro cierto de barítono. Comentaban que habían vivido una fiesta genial. Sus palabras caían como aumentadas por un altavoz sobre mi patio y me despertaron a las seis y cuarenta.
La postmodernidad nos ha sorprendido con la noticia de una supuesta “crisis de la familia”, crisis que amenaza con su inexorable fragmentación, su creciente “desorden”, con su probable desaparición. Hechos que, por otra parte, parecen ser responsables de una serie de trastornos que pueden ser registrados a nivel social (adicciones, violencia doméstica, abusos sexuales, etc.), causantes a su vez de la desconcertante aparición de “nuevas patologías” a nivel individual; hechos que no dejan de comprometer al psicoanálisis tanto desde el punto de vista teórico como clínico.
El derecho natural se entiende como una realidad abstracta que, en el plano ontológico, le antecede a todo derecho positivo y que es válido independientemente del derecho ejercido por la costumbre y la voluntad humana. Es sobre la base de este derecho que el poder sostiene la familia “natural” como una representación eidética de la sociedad. Es decir, la familia compuesta por una mujer y un hombre cuyo objetivo es servir a la procreación y el mantenimiento de la especie humana.
Años ha, en el Museo del Louvre, me conmovió una escultura. La recuerdo en piedra, quizás en mármol, y si bien su belleza me llevó a anotar su nombre, lo hice en alguno de mis tantos papeles destinados a extraviarse. Tal vez este artículo sea una simple excusa para que algún lector generoso sea capaz, a partir de la exigua descripción que sigue, de reconocerla y hacérmelo saber. Representaba a una mujer, no recuerdo si a una simple mortal, una diosa, una ninfa, con el rostro cubierto por un velo traslucido.
“… ¿Cómo pensar en los tiempos que vivimos? ¿Y cómo continuar pensando, en los tiempos que vivimos? ¿Existe aun alguna perspectiva desde la cual trazar el, perfil de una humanidad en continua agitación y a la vez inmóvil, instalada en la afirmación paradójica de que ya no seria posible afirmar absolutamente nada? Una humanidad en fuga, que tolera apenas el hastío de sus propias astucias, que disfraza su identidad o su vacío bajo una serie interminable de decorados, disfraces y simulacros...”
Una Proyección
En 1952, dos jóvenes argentinos llamados Ernesto Guevara y Alberto Granado emprenden un viaje por carretera en una desvencijada motocicleta por América Latina, en busca de aventuras. Después de múltiples peripecias, terminan en un leprosario en la selva amazónica, anunciando en sus diferentes miradas, lo que sin saber ya empezaban a ser. Lo que va ocurriendo frente a la mirada del espectador, es la manera en que ese viaje hacia lugares extraños, se duplica en un viaje hacia sí mismo. El joven Ernesto, que todavía no es el Che, va conociendo simultáneamente, el corazón real de América Latina al mismo tiempo que su propio corazón. Lo que ve de la vida de los otros, rebota creativamente en lo que comienza a ver de él. Y el mismo viaje cambia de sentido. Pasa de la contemplación al compromiso. Y a pensar en alguna medicina que pueda suturar las venas abiertas de América Latina.
El gran mitólogo y poeta inglés Robert Graves (el mismo de Yo, Claudio, y Los Mitos Griegos), en un famoso discurso dedicado a los poetas, nos da cuenta de que la poesía al igual que el erotismo, es básicamente un medio para conservar el poder, sobre todo el “mágico” poder del amor frente a la rutina y la muerte. Según Graves hay tres formas de este amor: el amor fraterno, en especial cuando el poeta se siente particularmente vinculado a un lugar, a una profesión o a un arte. Luego hay el amor físico del “noviazgo” poético que lentamente se funde en amor marital. Y finalmente está el amor “poético-erótico”, el cual, aunque se basa en el lenguaje del amor físico, trasciende el eslabón sexual y es utilizado para realizar “milagros”.
Para introducirnos en el tema de este dossier es necesario destacar la condición pulsional del ser humano. Es decir, el interjuego entre las pulsiones de vida (Eros) que tienden a la creatividad y las pulsiones de muerte que llevan la destrucción. Sin embargo, cada una de estas pulsiones son indispensables ya que, como plantea Freud, los fenómenos de la vida son una acción conjugada y contraria entre ambas.
En sentido riguroso el Psicoanálisis no tiene una teoría específica de la memoria, a pesar de que el concepto esta presente en todos los desarrollos de Freud, quien explícitamente señala que “Toda teoría psicológica digna de alguna consideración habrá de ofrecer una explicación de la “memoria”1. Tampoco estrictamente existe una consideración metapsicológica de la memoria, a pesar de que quizás sea justamente la memoria la que más se acerca para el psicoanálisis a una consideración del Ser.
La memoria entendida como un hecho político no remite a la inmediatez sino que aborda todos aquellos acontecimientos no inminentes y aprovechables. Vale decir: la memoria se configura por las marcas que están y que operan como testimoniantes de que un hecho existió. Así, de una manera u otra, las personas vivimos con esas fisuras, con esas marcas, pero intentamos permanentemente volcarnos al olvido. Por ello, es de significativa importancia la construcción de una memoria colectiva como mecanismo disparador que nos indica de dónde venimos para anticipar hacia donde vamos.
Hace algunos pocos años atrás mantuvimos una conversación sobre este tema, en aquel momento el sujeto olvidado era la praxis grupal y se trataba de recoger los hilos de una historia deshilachada.
La memoria humana es un instrumento maravilloso, pero falaz. Es una verdad sabida, y no sólo por los psicólogos sino por cualquiera que haya dedicado alguna atención al comportamiento de los que lo rodean, o a su propio comportamiento. Los recuerdos que en nosotros yacen no están grabados sobre piedra; no sólo tienden a borrarse con los años sino que, con frecuencia, se modifican o incluso aumentan literalmente, incorporando gacetas extrañas.
Al nacer, se verá si tiene pene y, entonces, se lo inscribirá en el Registro Civil del Estado con nombre de varón. Tendrá, identidad “masculina”.
Al nacer, se verá si tiene vagina y, entonces, se la inscribirá en el Registro Civil del Estado como mujer. Tendrá, identidad “femenina”.
La editorial Topía presentará en el mes de setiembre el primer tomo del libro Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ’60 y ’70. Primera parte (1957-1969), 410 páginas.
Que el ser humano cambia históricamente, que la representación de sí mismo y de su realidad no se mantiene estrictamente en los términos con los que fuera pensado por el psicoanálisis de los comienzos, no hay duda. Insisto, no tan en broma, que si a las histéricas del siglo XIX se les quedaba la pierna dura por el deseo inconfesable de caminar hacia el cuñado, nuestras histéricas de hoy padecen colapsos narcisistas cuando sus cuñados no les otorgan crédito sexual.
EL POETA: La veo siempre vestida de negro... ¿Es para alertarnos que no hay en su mundo más que la tristeza de una mirada negra? ...Casi no se distingue su rostro, parece tomado entero por las sombras...
LA PARCA: Antes vestía únicamente de blanco... Yo era la luz, y mi cara y mis hombros y hasta mis pechos estaban desnudos..., pura alegría..., desconocía los secretos del mal, vivía en la naturaleza de mi origen sin que mi alma se doliera con mi carne...
EL POETA: ¿Qué había detrás de tanto blanco?... ¿Qué era esa luz nunca opacada por la pena...?
“Es también lo que se llama la subjetividad, que se nos echa en cara bajo ese nombre. Pero ¿qué queremos decir con esto sino que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa? Pues queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el porvenir.
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra